COLUMNISTAS

Morondanga

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Es innegable que casi todas las lastimaduras que padece el Gobierno son su propia obra. En las últimas semanas la tendencia se ha ido haciendo abrumadora. Es imposible no advertirla. Marca una era que algún día será evocada con asombrada intriga. ¿Por qué y para qué esta gente se hace tanto daño a sí misma?

Sacar a LAN del Aeroparque es un caso de libro de texto: ¿para qué lo hicieron, si el desenlace judicial, las consecuencias laborales y la complicación internacional eran totalmente previsibles? Los balbuceos del incompetente Gustavo Lipovich desde el Orsna, una de las trincheras cavadas por La Cámpora en su copamiento del sistema aerocomercial argentino, fueron penosos. Dueña del 30% del tráfico de cabotaje argentino, LAN es echada del Aeroparque para “mejorar la conectividad” del país, alegó el jerarca camporista cuando el incondicional Víctor Hugo Morales le regaló el micrófono de Radio Continental. Es inmensa la incompetencia del procedimiento, al que Eduardo Eurnekian llama piadosamente “desprolijidad”. Menuda hazaña haber conseguido armar tamaño conflicto creando tantos enemigos a la vez, por pura y bruta voracidad.

No es muy diferente el resultado de la chapucería “militante” aplicada al ámbito carcelario y que terminó con el incendio de Víctor Hortel, hombre araña penitenciario al que el destino le jugó una mala pasada. Embriagado de proclamas humanitarias en defensa de la población carcelaria, a Hortel lo echaron no los complotados reaccionarios de la mano dura, sino una pandilla de presos que huyó del penal “de máxima seguridad” de Ezeiza. De nuevo aparecen los mismos protagonistas crónicos: empacho ideológico y bochorno administrativo.

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Justo cuando el Reino Unido aparecía en fricción con el gobierno conservador de Mariano Rajoy en España a propósito de Gibraltar, la embajadora argentina en Londres, Alicia Castro, evidenció que no termina de elaborar emocionalmente la pérdida de Hugo Chávez. Tras decir que el primer ministro David Cameron es un tonto se rectificó, alegando que ese epíteto no iba dirigido a él sino a la política del gobierno británico en las Falkland/Malvinas. Rasgo proverbial en la praxis kirchnerista desde 2003 a la fecha: viven aclarando y “poniendo en contexto” sus meteduras de pata. Militantes de la improvisación, tienen una asombrosa capacidad de autoperjudicarse.

La embajadora Castro, ¿no dispone de elementales dotes de urbanidad para referirse al gobierno ante el cual está acreditada con una pizca de inteligencia? Tras su penosa performance anterior, metiéndose en una conferencia de prensa del ministro británico de Exteriores, William Hague, ahora ya es considerada en Londres como la rústica embajadora “bocaza” despachada por Buenos Aires, pintoresca para hacerse notar, pero en el peor de los sentidos.

No tenía necesidad Cristina Kirchner de meterse en el berenjenal de comparar a la Argentina con Australia y Canadá. Es una vieja obsesión de ella: dijo hace años que ansiaba una Argentina parecida a Alemania, pero la realidad la acerca ahora mucho más a Venezuela y Ecuador. La Presidenta logra un nuevo récord en su infatigable ejercicio de conseguir adversarios o al menos granjearse antipatías.

¿Para qué lo hizo? ¿Era acaso prudente, ya no digamos racional, que reiterara la típica fanfarronería argentina de querer ser lo que no se es? Esos dos fornidos países serían una morondanga comparados con el coloso nacional y popular de las pampas. La Argentina es sólida, un país rico habitado por un pueblo que no padece pobreza. Otra vez, el mecanismo de relojería perfecto no falla: donde hay un papelón sin dueño, la Casa Rosada lo reclama como propio.

Ya mucho antes de querer devorarse el Aeroparque metropolitano para convertirlo en cuartel general de las Aerolíneas Camporistas, tuvieron otra idea del mismo tipo: masticarse de un zarpazo el predio de la Sociedad Rural en Palermo. Ahora la Corte Suprema de Justicia dejó firme la cautelar que prohíbe transitoriamente al Gobierno expropiar ese solar, decisión apoyada por cinco de los siete integrantes del principal tribunal argentino. La mayoría (Elena Highton, Carmen Argibay, Carlos Fayt, Enrique Petracchi y Juan Carlos Maqueda) subrayó “la desaprensiva actuación procesal” de los abogados del Estado en esta causa, por haber dejado vencer dos veces los plazos para presentar sus apelaciones contra la cautelar a favor de Sociedad Rural en plena feria judicial de verano, levantada para ese asunto. Los abogados del Gobierno (Sergio Landín y Martín Monea) presentaron tardíamente sus recursos, por lo cual fueron rechazados por la Cámara de Apelaciones en lo Civil y Comercial Federal. Cristina quería tomar posesión del predio el 20 de enero pasado. No pudo ni podrá hacerlo hasta conocerse el fallo de fondo, por culpa de los errores de los citados abogados. Sal en la herida: en su decisión, la Corte dice que “no puede dejar de expresar su preocupación por la forma en la que se ha asumido en el sub lite (en esta causa) la defensa de los intereses públicos, pues al dejarse vencer la totalidad de los plazos procesales el Estado nacional, por el obrar de quienes lo representan, se ha visto privado de obtener una revisión del pronunciamiento cautelar dictado en autos”. No fue, pues, “la corporación” judicial la autora de las desgracias oficiales. En éste, como en innumerables otros casos, Cristina aparece hoy como una mujer que no puede parar de equivocarse. ¿Mera mala praxis? No. Pura naturaleza: así es ella, así son ellos.