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Muchos dólares, demasiados pesos

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Ministro. El martes próximo presentará el Presupuesto 2021. | telam

El ex ministro de Economía Hernán Lorenzino pasó a engrosar el anecdotario oficial cuando en 2013 no supo, no pudo o no quiso contestar una pregunta de una periodista griega que lo estaba entrevistando: ¿cuánta es la inflación? Martín Guzmán podría responderla sin titubear, con la planilla del INDEC en la mano y el sello de calidad que brinda la presencia al frente de Marco Lavagna, un ex diputado que no pertenece al oficialismo. Sin embargo, el ministro de Economía no acertaría con una respuesta si le preguntaran a cuánto está el dólar. ¿Cuál de todos? Respuesta compleja para una pregunta simple.

Las últimas medidas que tomó el Banco Central, aparentemente con la venia del ministro de Economía que dos días antes había declarado que no habría una eliminación del cepo cambiario no sólo devaluaron su palabra, justo cuando más se precisa credibilidad, sino dispersó aún más el abanico de precios de la moneda norteamericana. Desde los $ 47 que recibe un exportador sojero hasta los $ 140 con los que cerró la jornada para la persona que quería comprar billetes fuera del circuito bancario y del cupo, la brecha entre todos estos se amplió casi 3 a 1.  Y cuando hay muchos valores, se puede esconder en esta maraña el valor de referencia. Los promedios, como cuando se habla de distribución del ingreso, son sólo un elemento, pero no alcanzan para explicar su relevancia.

A diferencia de otras variables, el dólar se instaló en el tablero de control de la política económica argentina, de cualquier signo, desde el momento que la dilapidación del valor del peso lo despojó de casi todos sus atributos como moneda de uso corriente. Aún de los que decían ignorarlo, el precio estaba siempre allí y no sólo en las febriles jornadas hiperinflacionarias. Es que, a diferencia de otras, la cotización responde a muchos factores, pero no todos pasibles de ser controlados por el poder político. Ni el Banco Central emite dólares ni la oferta es susceptible de reaccionar automáticamente porque depende de factores exógenos (los precios, el clima y la cadena de comercialización en el caso de commodities, pero también la posibilidad de colocar la producción en el caso de los bienes industriales y servicios de valor agregado), además de un factor subjetivo que es la confianza en que las predicciones se cumplirán. Aquí no hay magia. Las reservas siempre se dan a conocer en su valor bruto, pero pocas veces se cuentan cuánta son las líquidas contantes y sonantes cuyo nivel hace que, como la semana pasada, se apretara el botón rojo. Segundos afuera, se acaba el tiempo de las discusiones interminables y la decisión se fuerza. A veces fue una devaluación súbita, otras la aparición de controles cambiarios y ésta, una combinación heterodoxa para administrar la escasez del dólar “oficial”. Inexplicable si hacíamos caso al relato oficial, una vieja y cuestionable cultura oficial de ocultar los problemas en aras del cuidado de la población. Tan improcedente como haber ocultado la cantidad de casos durante la pandemia.

El paquete de medidas elegido, que no es un plan porque el mismo Presidente se ha cansado de decir que desconfía de su eficacia, evitó la devaluación para evitar otro empujón al otro problema endémico: la inflación. Con un retraso frente a las monedas de la región (especialmente el Real), precios controlados y tarifas congeladas, es imposible separar esta decisión de la oleada monetaria que obligó el financiamiento de un gasto siempre creciente.

De ahora en más, el equipo económico jugará sus chances manteniendo el equilibrio en varios platillos a la vez, con el peligro que el desajuste de uno de ellos acelere otra crisis: el final de la renegociación con el FMI, la caída en el empleo y la crisis en las empresas, el incremento del déficit fiscal, el peligro del desborde de las paritarias aún abiertas y, como siempre, la inflación a través del precio de los productos más alejados del control gubernamental. Quizás convenga enfocar el problema como algo sistémico y de raíces más profundas que no necesariamente coincide con la aritmética de los períodos presidenciales. Algo más complejo y más realista; que prescinde del atajo y la magia como soluciones. Vamos por más.