COLUMNISTAS
Origen del chavismo

Muerte y desaparición

Chávez no nació por generación espontánea. Fue producto de la historia de su país, las desilusiones y las estafas políticas. Las instituciones que fueron desdibujadas ahora podrían beneficiar a la derecha. ¿Un ejemplo a seguir?

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¿Por qué surge Hugo Chávez? ¿Qué cambios produjo en Venezuela y en América latina? ¿El chavismo sobrevivirá a Chávez?

Chávez nace de la frustración de la mayoría social venezolana. Los gobiernos se sucedían, el poder y sus beneficios se repartían entre los dos grandes partidos, algunos empresarios, militares y sindicatos. En cambio, la pobreza, la indigencia, las miserables condiciones de educación y salud, permanecían ya fuera que gobernaran los socialcristianos o los socialdemócratas.

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La democracia, a pesar de ser el gobierno del pueblo, le daba la espalda a la mayoría social. En la época en que Chávez llega al poder, el 48% de los venezolanos eran pobres y el 22% eran indigentes. Tome en cuenta que un indigente no puede cubrir con su ingreso las necesidades de alimentos. Dicho de otro modo, uno de cada cinco venezolanos sufría hambre y uno de cada dos no tenía sus necesidades básicas satisfechas.

Si usted, lector, es un convencido, quizás un militante, de las formas de organización de la república y la democracia, puede ver en estos días, con cierta decepción, que un hombre que no fue respetuoso ni de una ni de otra, es despedido con el amor de millones de venezolanos. ¿El pueblo no cuida el gobierno del pueblo? Por lo pronto, el pueblo se cuida a sí mismo y, cuando las ilusiones que los actores de la democracia construyeron se desvanecen, nadie lucha por una forma de organización política que lo usa y lo margina.

Francamente, dejando por un momento otras discusiones de lado, ¿por qué los que sufren hambre, falta de salud, desamparo, serían los soldados abnegados de un sistema que reproduce sus carencias y su sufrimiento?

Lector, usted lo sabe como yo, a pesar de nuestros valores y nuestro rechazo a los autoritarismos (incluso a sus bocetos primitivos), esta no es una discusión entre filósofos o politólogos. Se trata de la lucha por no sufrir, más antigua aún que el combate por la libertad. Vea por qué lloran los venezolanos: en estos 14 años, la pobreza cayó del 58% al 28% y la indigencia del 22% al 10%. El porcentaje de población con educación primaria completa pasó de 81% a 94% y la mortalidad infantil cada mil nacimientos bajó de 20 a 13. Es difícil pedirle a alguien tocado por estos cambios, que dejó de ser pobre y que come, que añore las épocas de la democracia liberal.

El cuadro que presentaba Venezuela no era un caso aislado. Entre 1980 y 2000, en promedio para América latina, el producto por habitante no creció, la pobreza y el hambre no disminuyeron y el desempleo aumentó. La región posee aún la mayor desigualdad y tasa de homicidios del mundo. Incluso, aunque cueste admitirlo, en varios países las violaciones de derechos humanos (desapariciones forzadas, ejecuciones extrajudiciales y tortura) fueron, durante esas décadas, mayores que en tiempos de las dictaduras.

No es difícil comprender, en ese marco, por qué la experiencia populista que inició Chávez se replicó en varios países sudamericanos. Por lo tanto, el abandono del modelo democrático liberal –si prefiere denominarlo así– puede comprenderse con cierta facilidad. Chávez no nació por generación espontánea. Fue creado por la historia de su país, sus desilusiones y las estafas políticas.

Esto no implica afirmar que la democracia es impracticable en los períodos social y económicamente difíciles. En general, en las naciones centrales pueden convivir por un cierto tiempo. No siempre la democracia se desploma con la economía. La situación europea es un ejemplo actual.

Pero los países centrales tienen una malla de protección –instituciones, historia, práctica social, memorias del autoritarismo– que protege sus democracias de la desilusión. Esa trama es difícil hallarla en la mayoría de nuestros países. Las democracias pobres de América latina tienen otra historia y otras fragilidades.

En nuestros países, la mejora inmediata de la pobreza, el hambre y el desamparo no promueve, entre quienes se benefician, la inquietud sobre la duración de esos cambios. Sin embargo, eso no elimina la pregunta ni disminuye su gravedad.

Así, nos introducimos en una de las cuestiones más importantes para nuestros países: las políticas de gobiernos como el de Chávez, Cristina Kirchner y otros semejantes ¿cuánto tiempo resisten? Si luego de algunos años, cuando las condiciones que permitieron con cierta facilidad la redistribución, se agotan ¿qué pasa con las mayorías? Temo que el fracaso del populismo, lejos de abrir la etapa de un gobierno popular, legitime el retorno de quienes estuvieron en el origen de estos males.

Podríamos iniciar un extenso argumento sobre la distinción entre populista y popular. Creo que para el análisis que estamos haciendo alcanzan un comentario y un ejemplo.

El gobierno popular mejora y difunde el bienestar. Lo hace de manera permanente y cada vez más inclusiva, no sólo por un período corto. Un gobierno populista privilegia los efectos inmediatos de sus políticas sin inquietarse por su durabilidad. No usa el poder para asegurar la sustentabilidad del bienestar y, a menudo, el uso demagógico del gasto se convierte en la antesala de los futuros ajustes.

El ejemplo: Chile fundó durante veinte años de gobierno de la Concertación un bienestar durable, tuvo la mayor caída de la pobreza (hoy 12%). Fortaleció su democracia y su república. Éxito económico y estabilidad sin reelecciones, porque la continuidad está dada por los partidos y sus programas.

Chávez dirigió un gobierno populista. Hoy, al tiempo de su muerte, la economía de su país no ha logrado romper la dependencia del petróleo, que sigue representando 90% de las exportaciones, a pesar de la riqueza generada en la última década, con un crecimiento promedio del precio del barril de más de 5,1% por año. La economía sólo creció en promedio 2,8%, con altibajos muy pronunciados. La inflación de 28% de 2011 fue de las más altas del mundo. En comparación con la deuda externa, las reservas internacionales han caído fuertemente desde 2006 de 83,9% a 53,4% en 2011. La vida cotidiana de los venezolanos se ha degradado: la actual tasa de homicidios es de 50 cada cien mil habitantes, la tercera del mundo. Esta no es sólo una medición de inseguridad, es también una evaluación de la incapacidad del Estado para asegurar la vida y los bienes de los individuos.

Sin duda, Venezuela jugó un papel en la región que no había tenido antes. Los años próximos mostrarán si este era también un caso de populismo regional, si fue la vitalidad de las ideas del chavismo que marcaron su presencia latinoamericana o el mero reparto de dinero. Mientras, una herencia no ofrece dudas: la desgraciada presencia del señor Ahmadinejad en la política de esta parte del mundo.

El ex presidente no deja una institución partidaria ni un programa. Sólo el recuerdo de sus encendidos discursos, los que, más allá de la pasión con que eran dichos y escuchados, no sirven para guiar el futuro de una sociedad. Las instituciones del país están más débiles que cuando asumió y los controles republicanos casi borrados. Así, curiosamente, si la derecha recuperara el poder, podría gobernar Venezuela sin los controles y sin los contrapesos que da la república.

Los meses por venir serán un espejo en el que podrán mirar su propio futuro los países de la región que eligieron el populismo y sus dirigentes percibir un presagio de sus destinos.