Los gobiernos de turno le van a tener que agradecer a Netflix todo lo que hace por ellos: mantener a la gente en el molde, esperando el próximo capítulo de la serie inspirada en el pasado pisado. Ya vimos el de Nisman y ahora está Carmel, que documenta el asesinato de María Marta García Belsunce. Los dos documentales se tocan en lo formal. Lo hizo la misma persona: es decir, el agoritmo de Netflix: sencillos, que se entiendan. Pero en Carmel hay un dato simpático: Alejandro Hartmann, el director, fue el realizador del video de Abarajame la bañera, de los Illya Kuriaky. La bañera, se sabe, es un objeto clave en el caso de María Marta.
La gentrificación y la arquitectura del miedo, son dos conceptos que panean en ambos documentales: Puerto Madero es una ciudad fantasma, donde reside el poder, con calles con nombres de mártires y luchadores sociales para acentuar la ironía. Es un barrio de maqueta donde, qué duda cabe, solo te queda suicidarte. Eso explica la decisión de Nisman. Un barrio cerrado que finge estar abierto. El de Carmel es otra especie de delito. Que unas pocas familias puedan tener casas inmensas mientras la mayoría de la gente vive hacinada no es un hecho menor. Es decir que estamos con un crimen dentro del crimen.
¿Y “Actitud María Marta”? ¿Quién fue esta mujer? Filántropa, socióloga, tenista en sus horas libres. El documental no logra construir un personaje inestable con ella, es demasiado estable y eso lo debilita. Lo bueno es el final abierto. Podría tener una segunda temporada con el juicio que se le viene a Nicolás Pachelo. Uno tiene la impresión de que Pachelo y la familia se necesitan. Y también está la voz pausada del fiscal Molina Pico –feroz perseguidor de la familia– que termina siendo la voz del documental. Un hombre que se enorgullece de tener un pasado en la armada argentina. Como escribió Juan Gelman: “¡Hurra!! Al fin nadie es inocente!”.