Habían pasado apenas segundos desde que Nicolás Maduro anunciara, a través de una cadena nacional que traspasó las fronteras de Venezuela, la muerte de Hugo Chávez cuando Guido Antonini Wilson escribió en su cuenta de Twitter un mensaje de una sola palabra, pero contundente: “Libre!!!!!!!!”.
Así, con ocho signos de admiración. El periplo del empresario venezolano-estadounidense –que se había iniciado en diciembre de 2007 cuando le fue decomisada (luego de que el charter contratado por funcionarios públicos argentinos en el que viajaba aterrizara en Ezeiza) una valija que contenía 800 mil dólares no declarados destinados, se sospecha, a la financiación de la campaña de Cristina Fernández– cumplía una nueva etapa. Colaborador del FBI, el empresario –que había estado presente en, por lo menos, un acto oficial en la Casa Rosada– festejaba el fallecimiento de Chávez, en una actitud despreciable, tremenda. Sin embargo, no se puede esquivar el affaire de las valijas al realizar un balance de la relación de Chávez y la Venezuela bolivariana con la Argentina.
Exponentes ambos gobiernos del nacionalismo burgués (aunque el argentino responde a una versión infinitamente más light que la de su par venezolano), la reconstrucción de un empresariado nacional formó parte de sus objetivos programáticos (en Venezuela, al empresariado chavista se lo conoce como “boliburguesía”). Esta circunstancia llevó a que se produjera un floreciente clima de negocios entre compañías de los dos países y sus Estados. Salvo pecado explícito de ingenuidad, a ningún observador del panorama económico venezolano, activado por el flujo de los dólares del petróleo, se le ocurriría pasar por alto la corrupción estructural enquistada en todos los órdenes del Estado. Una corrupción, de distinto orden, que también existe en los ministerios donde se acumula la caja kirchnerista. Es notorio que el principal responsable argentino de las relaciones de negocios con el estado venezolano era el ministro de Planificación Julio de Vido. Una combinación explosiva.
El entusiasmo y la ilegalidad del clima de negocios imperante entre las dos naciones llevó a tomar una medida práctica, pero de orden oscuro: la implementación de una embajada paralela que se encargaba de aprobar los tratos comerciales luego de la erogación de comisiones a los funcionarios encargados de darles el visto bueno con su firma. El ex embajador en Venezuela, Eduardo Sadous, un diplomático de carrera, fue quien destapó la olla de esa diplomacia comercial secreta y relacionó directamente al ministro De Vido con los negociados. Según Sadous, las empresas que podrían exportar a Venezuela obtenían la aprobación bajo la condición de comisionar entre el 15% y 20% de los beneficios comerciales resultantes. Un accionar muy actual que también indica una continuidad con los supuestamente aborrecidos métodos de los noventa. Es en este marco de acción y colaboración en negro de los dos gobiernos es que se produjo el incidente de las valijas. El hoy irredento antichavista Antonini Wilson había declarado que los 800 mil dólares incautados formaban parte de un envío de 5 millones para financiar la campaña de CFK. Favores comerciales con favores del mismo orden se pagan.
Las formas y contenidos de las relaciones comerciales entre la Venezuela bolivariana y nuestro país muestran a las claras los límites políticos del nacionalismo burgués. La mentada “unidad latinoamericana” no puede realizarse confundiendo colaboración entre empresarios con la solidaridad activa entre los pueblos. El empresariado, cualquiera sea su origen, actúa en función de sus propios intereses: está en su naturaleza. La unidad latinoamericana sólo podría realizarse a través de políticas conjuntas que apunten a beneficiar a las mayorías laboriosas de nuestras países frente a los intereses foráneos e, incluso, de los empresariados de cada nación. Una posibilidad abiertamente contradictoria con las políticas de los Kirchner beneficiarios de los Cirigliano o de un Chávez que, más allá de la discusión general sobre su legado, también prohijo un Estado hipercorrupto en su nación.
*Periodista.