Recordarán seguramente aquella chanza que el general Perón lanzó a propósito de Juancito Duarte, al ponerlo al frente del zoológico municipal de Buenos Aires: que no se dijera entonces que no había un peronista dispuesto a vivir con los gorilas. Y recordarán seguramente aquella terrible verdad que el propio Perón pronunció, poco antes de que se terminara su exilio, diciendo que su gobierno no había sido tan bueno, pero que lo habían engrandecido los gobiernos que vinieron después, siendo visiblemente peores.
Peronistas y antiperonistas se producen mutuamente. Se crean y recrean entre sí, a lo largo de la historia, de manera acaso incesante. Me fascina la pasión visceral que los une en un mismo fervor que, aunque sea fervor de antinomia, no deja de tenerlos siempre pendientes unos de otros, obsesionados a unos con otros; siempre pispeándose, relojeándose, midiéndose, toreándose, interpelándose. Los antiperonistas, definidos desde el vamos desde una condición reactiva, existen por y para el peronismo. Y los peronistas, por su parte, que bien pueden llegar a asumir (y no necesariamente con pesar) que no se sabe del todo bien qué cosa es el peronismo, que mutan en el tiempo y pueden llegar a adoptar tesituras incluso antagónicas, apenas puestos frente al odio antiperonista se afincan al instante en una identidad firme, nítida, certera, contundente, irrenunciable.
Esa tan poderosa pasión, que los enfrenta y a la vez los une, funciona como cualquier pasión: tiene la ambición sustancial de lo absoluto. Porque pretende ser total, justamente, es que no tolera un más allá, no soporta algún afuera (cualquier exterioridad, cualquier terceridad, la relativiza y la hiere). Por eso los peronistas, a cualquiera que no lo sea, lo dan automáticamente por antiperonista; y de igual modo los antiperonistas, a cualquiera que no lo sea, lo dan automáticamente por peronista. Es la ley de su deseo recíproco: que no haya más que ese dos. Una de dos, y nada más. Nada afuera de esa pareja inseparable que, al igual que tantas parejas, se vincula en base a las peleas, al conflicto, al malestar. Nada afuera, ningún afuera. De ahí que, a quienes deciden no encajar en el férreo encuadre bipolar de esa pasión, solo pueden pensarlos en el “medio”. ¿Qué mejor, después de todo, para atizar una pasión de dos, que sentir que hay alguien en el medio? Que se interponga, pero que no se salga.