COLUMNISTAS

Narrar la actualidad al revés

En qué momento Barcelona se volvió la gran revista de crítica cultural argentina? Si por crítica entendemos la sospecha radical frente al estado de las cosas, la ironía frente al sentido común, la invención de un lenguaje que desafíe la doxa cotidiana, la expresión de un malestar ante el presente, pues bien, ninguna revista de crítica cultural en los últimos años ha llegado tan lejos como Barcelona.

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E n qué momento Barcelona se volvió la gran revista de crítica cultural argentina? Si por crítica entendemos la sospecha radical frente al estado de las cosas, la ironía frente al sentido común, la invención de un lenguaje que desafíe la doxa cotidiana, la expresión de un malestar ante el presente, pues bien, ninguna revista de crítica cultural en los últimos años ha llegado tan lejos como Barcelona.
El asunto es que Barcelona no es una revista de crítica cultural sino humorística. Nacida hace ya cinco años, se inscribe en la larga tradición de revistas satíricas argentinas, que en la época moderna incluye a Satiricón y luego a Humor. De Humor toma muchas cosas, algunas literalmente copiadas, como las preguntas ácidas arriba de cada página. Pero mientras que Humor era exasperantemente bienpensante, progresista (música latinoamericana y alfonsinismo naciente) y con pretensión intelectual, Barcelona es políticamente incorrecta, salvaje, irreverente hasta por momentos casi coquetear con el humor negro. Desde el mememismo para acá, conocemos las anécdotas de los políticos y empresarios que, al ser caricaturizados por los humoristas de los grandes diarios nacionales, terminan pidiendo de regalo el dibujo original convencidos de que en realidad se trata de alguna forma de homenaje, señalando entonces el carácter pasteurizado de esos chistes. Bueno: dudo mucho de que pidan un original de Barcelona.
La primera singularidad de la revista reside en haberse dado cuenta del proceso de mediatización acelerada que padeció la Argentina, es decir, de la centralidad que ocupan los medios en el presente. De hecho, la revista se estructura como un diario (con sus secciones fijas: El país, El mundo, Sociedad, Arte, Cultura y espectáculos, Deporte, Datos útiles). Cada rúbrica da cuenta de la actualidad en esos temas, y para entender el humor de esas páginas hay que estar realmente informado sobre lo que pasa. La ironía remite a un referente reconocible, siempre y cuando se sepa de política, de fútbol, de cine, etc. Barcelona presupone que el lector ya se informó a fondo por otros medios, y que su rol consiste en narrar la misma actualidad pero al revés: vaciada de sus lugares comunes, de sus prebendas, de sus concesiones al poder. Y para eso adopta, en tono de parodia, el habla de los diarios. Después de leer los titulares de Barcelona, se hace muy difícil tomar en serio los titulares de los periódicos (a veces tengo la impresión de que ciertos diarios comienzan a “barcelonizarse”, a ironizar ellos mismos sobre la ironía que reciben de la revista, de otro modo no hay forma de explicar el tratamiento que hacen de algunas informaciones, sobre todo de política y economía).
¿Pero eso convierte a una revista de humor en una de crítica cultural? Ocurre que éste es un año electoral (primero en la Ciudad y luego en la Nación) y ese accidente fue aprovechado por la revista para desatar una crítica feroz a, al menos, dos instituciones difíciles de cuestionar. Una, son los hábitos e imaginarios de la clase media porteña (¡sus propios lectores!). El fracaso en la Ciudad de casi diez años de gobiernos (autodenominados) progresistas le sirvió de ocasión para develar la crisis cultural de un sector social que alguna vez se pensó como el más dinámico de la sociedad.
El otro punto de ataque es el análisis político. La sensación de perplejidad que muchos compartimos frente a los medios y los intelectuales oficialistas, que hacen denodados esfuerzos por explicar lo inexplicable (cualquiera de estos días van a terminar diciendo que estamos mal pero vamos bien), es resuelto por Barcelona de un plumazo, con gracia e inteligencia. Como ejemplo, vale la tapa del número del 31 de agosto: “Milagro. Cómo hacen la Iglesia, la Rural, y la oposición para que Kirchner siga pareciendo progre”. Aquí estamos frente al humor en su sentido más agudo. Barcelona no viene a decirnos que el humor tiene que hacernos pensar sino a la inversa: que cuando el pensamiento es radical, aparece habitualmente bajo el modo del humor y la ironía.