Reina cierta duda. Luego de los comicios, la oposición se atribuló entre dos variantes: l) la conveniencia de presionar al Gobierno y maniatarlo para que operase de acuerdo al sentido de los resultados electorales; 2) el temor por ejercer ese mecanismo de asfixia que deviniera en un vacío de poder y obligara a la resignación del mandato. Quienes recomendaban la primera alternativa contemplaban la eventualidad de que, si no se limitaba a la Administración, ésta se recuperaría y volvería a insistir con un proyecto que aparecía cuestionado en las urnas. No prosperó esa iniciativa, más bien ganó un espíritu fragmentado, en el que cada representante declamaba su voluntad de que la señora Cristina complete su ciclo constitucional, como si otro tipo de actitud implicara una embestida a la Constitución.
Nadie, por lo tanto, quiso asumir riesgos, menos que le colgaran la cocarda de destituyente con la cual había amenazado el oficialismo. Por entonces, deambulaba la Presidenta y Néstor Kirchner asumía un silencio que duró casi l5 días. Suficiente para tomar aire, volver a soplar, juntar gente, sacar una póliza de seguro de vida política y castigar enemigos. Aunque la comparación resulte exagerada, Kirchner resultó un alienígena Schwarzenegger que restituía músculos, miembros y capacidades para el resto del año, como en el cine. Por no hablar del año próximo, cuando –si se cumple la astrología china de Jorge Asís– una combinación astral le obsequiará al repuesto protagonista dosis adicionales de energía y fortuna (aunque esta recurrencia, se supone, ya no sea demandada por el próspero consorte).
Debilitar a Clarín
Mencionar la doble interpretación, recurrida ya en el periodismo, importa porque ahora los propios Kirchner enfrentan el mismo dilema dualista que atravesó la oposición. ¿Debe insistir Néstor en su ofensiva contra Clarín, no ceñirse a las transmisiones de fútbol, avanzar sobre la controvertida fusión del cable, imponer una nueva ley de radiodifusión o propiciar otras armas para reducir al grupo empresario? ¿O, debido a que ya le produjo un importante daño económico, abandonar ese adversario y concentrarse en otras urgencias del Gobierno, de la economía a la política?
No hay respuesta definida frente al espejo del santacruceño, aunque le pesa la misma advertencia que la oposición pareció ignorar luego de las pasadas elecciones: aún en descenso, si a Clarín no se lo debilita más, tal vez resurja con brío. El primer escarmiento, cree, no tuvo el efecto de la reeducación forzada que imaginó. Siempre quiere más, el insaciable. Aunque aduce, claro, cuestiones de supervivencia.
No le falta razón. Hubo que apelar a las más elaboradas combinaciones, por ejemplo, para aprobar las facultades delegadas para su mujer en el Congreso, incluyendo en ese ejercicio la captación momentánea para sus intereses de la senadora Roxana Latorre, mal llamada “Borocota”: ella no establece costumbre con el kirchnerismo, apenas tuvo una relación fugaz, casi sexo casual a la hora de firmar un proyecto.
A Carlos Reuteman lo sacó de quicio ese rasgo de infidelidad (ni se preocupó por la deserción también del senador pampeano Rubén Marín, a quien consideraba de su lado), por la humillación pública del episodio y debido a que ella era su rostro en la Capital Federal (rostro al cual, en ocasiones, él ha tratado con desdén). Justo esa pifia bíblica o de última cena de la santafesina cuando él confrontaba el primer asalto con Eduardo Duhalde por la primacía partidaria del peronismo. Al menos, por las radios. O, para ser más claro, quien de los dos se postulará a la Presidencia en el 2011. Si bien Reutemann ya manifestó voluntad en ese sentido, ingresó en un pozo de aire en las últimas semanas por volar bajo, para no demostrar apresuramiento. A su vez, Duhalde tambien desnudó sus aspiraciones y se quiere presentar –aunque pierda, según ha admitido, lo cual significa un cambio en sus habituales expresiones medrosas–, debido a que Carlos Ruckauf lo terminó de convencer.
Solía señalar Duhalde su magra performance en las encuestas, la escasa disposición del público por su figura, cierta ascendencia negativa por actividades de las cuales lo acusaron y nunca supo eludir con destreza, signos que opacaban –para él– lo que debería cosechar por haber sacado al país del desastre a principios de este siglo (es lo que él piensa, naturalmente). En esas letanías recurrentes, una tarde Ruckauf lo paró sacando una planilla del bolsillo de su saco: “Mirá –le dijo–, fijate en estas encuestas cuando señalaban que yo no pasaba del 5% y, sin embargo, después llegué a la gobernación arañando el 40%. No te detengas más en estas pavadas numéricas, son volátiles, poné convicción, no aflojes”. Esas eran las palabras que Duhalde deseaba escuchar.
Pelea Duhalde-Reutemann
Por el momento, Duhalde pretende hacer salir de la cueva al santafesino, quizá para que el kirchnerismo lo atrape primero, y luego emerger él como alternativa. Por lo menos, es el razonamiento de Reutemann, quien invirtió la carga de la prueba para ver si ocurre lo mismo con el bonaerense. Sin decirlo, sin embargo, lo instaló ya en la porfía. Aunque ambos se prodigan piropos (él le dijo a Hilda Duhalde: “Yo soy navegante de aguas calmas, volante de pistas bien asfaltadas, en cambio tu marido es piloto de tormentas, pescador de tiburones, propio para esta hora del país”; ella, en respuesta, completó decorosa: “Nosotros te queremos, creemos que sos una reserva del peronismo, nos gustaría tu compromiso para encolumnarnos”), en rigor otro es el pensamiento. Para Reutemann, Duhalde ya fue, pasó de moda, representa un pasado que ni siquiera desea discutir; en cambio, para Duhalde, Reutemann no ofrece garantías (ya tuvo una mala experiencia con Kirchner), es timorato y, si no crece su propia alternativa presidencial, ya posó sus ojos en un gobernador que empezó en el cristinismo y ahora disfruta las tenidas bonaerenses: el salteño Juan Manuel Urtubey.
Juego de pícaros, entonces, en el que Duhalde aparece impregnado por un toque francés: se ha entregado a los consejos –aunque no acepta todos– del sociólogo Eliseo Verón, su nueva fuente de inspiración que viene de prolongada estancia en París, luego de prestador de servicios por una década a Clarín, quien seguramente no le sugiere que se haga ver con reportajes en TV. Apenas, divulgar notas, rodearse de punteros, convocar gente al estilo Perón en Puerta de Hierro, hacer que otros hablen por él y, cuando a él le toca hablar, hacerlo como dentro de diez días en Madrid, en una fundación que le adjudicó a Abel Posse, junto a Felipe González, presentando un libro. Si no tengo prestigio propio, al menos lo recluto de otros con fotografías.
De Narváez, presidente
En lo interno, Duhalde opera por constituir un congreso justicialista a su modo en la Provincia, desplazar a Daniel Scioli a un segundo plano y constituir un cuerpo colegiado de cinco a ocho miembros que actúe como conducción. Con el gobernador la relación se ha vuelto complicada: éste al parecer no satisface ciertas demandas (¡hay tanto peronista en busca de cargos!); seguramente aprisionado por instrucciones precisas de Néstor Kirchner, siempre repite la misma cantinela: “No tengo para pagar los sueldos” (lo que nunca podría asombrar a Duhalde cuando lo visitó con Ruckauf). Cuestión que puede volverse inquietante hacia fin de año, aunque nadie ignora que si en Buenos Aires no se pagan los sueldos, el problema lo va a padecer la Casa Rosada.
Tampoco comparte la mejor sintonía con el trío de oro: De Narváez, Solá, Macri. A uno desea congelarlo en la Capital (obvio, Mauricio), a Felipe lo guarda como muletto para la Nación o la Provincia y con De Narváez prosigue el malestar: más desde esta semana, cuando el “Colorado” –vía distintos medios de comunicación– afirme que él va por la presidencia de la República, no por la gobernación. Otro más en la lista.
Alberto sale al ruedo
Al que habría entusiasmado con promesas es al ex jefe de Gabinete Alberto Fernández, quien a su gente le comunicó el comienzo de la pretemporada porque él está para la vicepresidencia o para senador. Sorprende tamaño objetivo cuando, en verdad, no registra Fernández respaldo físico o de encuestas serias en el distrito porteño. Si hoy gana este ex funcionario cierta notoriedad es por apariciones en los medios (con preferencia en el rubro Clarín) y sus denuncias –sin destino preciso– de que lo escuchan, lo graban, lo vigilan, lo sospechan.
Aludía al Gobierno; debió exponer tibiamente ante un magistrado y, por lo bajo, ahora quienes lo conocen afirman que no es la SIDE el organismo que le aplica los rayos ultravioletas a su persona, sino alguna dependencia que podría responder al jefe de Gabinete en ejercicio, Aníbal Fernández. Como se recordará, ambos –guitarreros, claro– proferían a los gritos una amistad que, por lo menos, ahora parece enturbiada. O mentían en público, como es de rigor. De Aníbal, otro aspirante a la gobernación bonaerense fastidiado con Scioli, Duhalde guarda razonables recuerdos: lo reputa inteligente, aunque no repite este juicio en voz alta porque su esposa se le cuelga incendiada de la yugular, entiende que nadie puede ser inteligente si carece de escrúpulos.
El amigo cordobés
También, curiosamente, Duhalde mira ahora al interior: se detuvo en Córdoba, flirtea con el gobernador Juan Schiaretti, y ha logrado que Luis Juez no sea de aquellos que antes le desconfiaban. Más bien puede sugerirle que, sin el peronismo, en la Argentina política nadie puede ser algo.
Habrá que ver si el cordobés acepta el consejo, en todo caso podrían aliarse con un solo fin: enfrentar a José Manuel de la Sota, repentino kirchnerista desde que cenó hace pocos días con Julio De Vido (otro que no sale de la cuerda floja) gracias a la gentileza como anfitrión del empresario Ernesto Gutiérrez (a quien, tal vez por cierta envidia que provoca en otros colegas por su vinculación con Néstor Kirchner, lo han empezado a llamar “Er Nestor”). Demasiada actividad la del hombre de Lomas, entonces, para no pretender la presidencia futura.
La hora de la Corte
Ese nutrido movimiento peronista, entonces, se cierne sobre los Kirchner (por no citar a radicales y Elisa Carrió), los agobian con expectativas. Y ellos, apenas, luchando por el fútbol gratis (uno de los mejores chistes sobre la ingenua población), agraviándose con Clarín, esperando alguna respuesta de la Corte Suprema sobre el monopolio del cable, quizá el más rentable de todos los negocios del grupo y dictamen sobre el cual –dicen– le ha impuesto su más celosa custodia el titular del organismo, Ricardo Lorenzetti, quien en los últimos tiempos se ha ganado un óptimo tratamiento por parte del diario.
También, en su causa, quizá los Kirchner esperen de la Corte algún otro pronunciamiento sobre el tema familiar que acosa a la señora Noble, aunque estas expectativas no se condicen con los tiempos de ese tribunal: en rigor, no tiene plazo para expedirse. Como en el caso de Duhalde, demasiada actividad sobre un mismo tema, inclinación del dúo gobernante para que el arrodillado no se levante. Nuevos treinta días clave hay que esperar mientras Hugo Moyano finge que será candidato a la provincia de Buenos Aires, buscando en verdad masa crítica para sumar a los Kirchner: sueltos, perdidos, olvidados, rezagados, fuera del disco, todos esos peronistas ahora son codiciados.
Así se ordena de Olivos para superar la transición despejando tambien cuestiones menores. Por ejemplo, el apartamiento de funcionarios de Economía que en los próximos días deberían exponer sobre el affaire Grecco, un pago de 600 millones que el azar y algún comedido impidió que efectuara el Gobierno en tiempos de Felisa Miceli. Hubo sanciones a la línea del ministerio, quedaban investigaciones pendientes, no habrá que olvidar que los legisladores también participaron en este caso; nadie todavía encontró responsabilidades mayores en ese instrumento que firmaron Néstor Kirchner y Alberto Fernández, al cual la Miceli puso en circulación sin mirarlo demasiado.
Se afirma que ella era una mujer cuidadosa con todos los expedientes que venían de abajo hacia arriba, no tanto con los que venían de arriba hacia abajo.