No hay caso. No hay sintonía. No hay acuerdo. Y ya no es una cuestión personal, sino institucional. La salida de Rodrigo Valdés como responsable máximo del caso argentino ante el Fondo Monetario Internacional (FMI) no representó ninguna facilidad para los negociadores argentinos. Sucede que los principios y las consideraciones que el director gerente para el hemisferio occidental del organismo sobre el país siguen siendo los que sus reemplazantes le plantean al Ministerio de Economía. Al menos para cerrar un acuerdo profundo y de largo plazo. Luego de terminada la primera semana de negociaciones entre los delegados locales y los hombres y mujeres del organismo que maneja Kristalina Giorgieva, las partes están lejos de un apretón de manos y la firma de los papeles correspondientes. Y lo más probable es que al final de la historia solo haya una extensión del Facilidades Extendidas hoy vigente firmado en enero pasado, y que tiene la plataforma de aquel acuerdo que cerró Martín Guzmán en marzo de 2022. Esa prórroga se cerraría antes que termine 2024 o durante el primer trimestre de 2025. Para lo demás, habrá que esperar a que haya definiciones políticas más que económicas en ambos países. O dicho de manera más directa, saber si vence en las elecciones norteamericanas Donald Trump o si la victoria cae en Kamala Harris. Y, ya en el país (y si el republicano no vuelve a la Casa Blanca), esperar a ver cómo evoluciona el gobierno de Javier Milei y el apoyo que en las próximas elecciones legislativas recoja el libertario. Hay una alternativa que este panorama cambie: que Argentina acepte los cambios que reclama el FMI, fundamentalmente en la política cambiaria local. O, dicho sin eufemismos, que acepte una devaluación del tipo de cambio de aproximadamente un 30%, el nivel que para el Fondo hay de retraso entre el tipo de cambio oficial y un nivel de equilibrio.
Y luego de esta devaluación (siguiendo el reclamo del Fondo), debería haber una apertura de compra y venta de la divisa, ir a otro ajuste monetario y cambiario, a la espera de nuevos equilibrios macroeconómicos más competitivos. Al menos para los ojos de los técnicos, técnicas y autoridades del Fondo Monetario. Las que, como contrapartida, no creen en nada sobre la posibilidad de que tenga éxito la estrategia diseñada en conjunto entre Milei y Luis “Toto” Caputo; sobre un nivel constante de devaluación del 2% mensual sostenido durante todo el 2024 y extendido al 2025, con una inflación perforando a la baja ese ritmo de crawling peg. Esto sumado a una política de reducción de impuestos; ante un panorama de garantía de mantenimiento del superávit fiscal de 2% del PBI.
Para la gente del FMI, las posibilidades de lograr un tipo de cambio de equilibrio con esta fórmula serían más que bajas. Incluso, en algún momento de las negociaciones cuando aún Valdés era el principal interlocutor del FMI con el país, el economista chileno mencionó que no había registro en la historia de los acuerdos del organismo con algún país, donde los problemas cambiarios se hubieran resuelto con rebajas de impuestos en lugar de ajustes devaluatorios. Pensar en rebajar tributos (aun los más distorsivos) para mejorar el tipo de cambio real, directamente, no existe en el manual de fiscalizaciones del FMI. Para Valdes, solo servía aplicar las recetas clásicas del FMI basadas en que si hubiera un problema de competitividad y retraso cambiario, producto de las distorsiones entre el alza de los precios y la no evolución en sintonía del valor de las divisas; la solución es devaluar el tipo de cambio local. “Ni en pedo” fue la contestación que en su momento le lanzó en la cara el propio Caputo, lo que generó, obviamente, una situación de relaciones mutuas imposibles de aceptar. Este diálogo fue en junio pasado, y los contactos entre el director gerente y el ministro de Economía nunca pudo restablecerse. Finalmente, Valdés renunció al caso argentino, pero manteniendo su cargo. Las responsabilidades con Argentina las asumió el venezolano Luis Cubeddu, con la fiscalización directa de la indonorteamericana Gita Gopinath. Esta fue quien asumió el seguimiento final del caso argentino, y quien le dio instrucciones precisas a Cubeddu sobre cómo seguir. Básicamente, seguir los pasos ya de Valdés. Como ya se publicó en este medio, la idea desde el primer momento fue mostrarle a la Argentina que no era una cuestión personal de Valdés hacia la Argentina por cuestiones ideológicas, políticas o ambientales; sino una posición institucional del FMI ante el país. Esta fue la realidad con la que se chocaron los negociadores argentinos durante la primera semana de discusiones sobre las posibilidades reales de firmar un acuerdo amplio de largo plazo que incluso sume dinero fresco a las reservas. Ante la situación, las partes comienzan a convencerse de que la única salida es la de cerrar el 2024 de la mejor manera posible, pensar en un acuerdo de Facilidades Extendidas de tipo corto para el 2025, y esperar nuevos tiempos de diálogo entre las partes. Un primer paso sería cerrar las metas alcanzadas por la Argentina durante el segundo trimestre del año, dar por aprobada la novena revisión del acuerdo vigente, desembolsar unos US$ 800 millones, los que inmediatamente volverían al Fondo como parte de pago de las deuda del 2024, y esperar a que cierre el 2024. Ya en el 2025, renegociar el último semestre del año y darle un moño final al ejercicio actual; pero en el próximo año. En principio, si las partes llegaran a un acuerdo, hay fecha y lugar para cerrarlo. Entre el lunes 21 y el sábado 26 de octubre en una nueva Asamblea Anual conjunta del FMI y el Banco Mundial en la sede del organismo de Washington. Hasta allí viajará Luis “Toto” Caputo y el presidente del Banco Central de la República Argentina Santiago Bausilli e intentarán cerrar con Kristalina Giorgieva y Gopinath la revisión de las metas del segundo trimestre, y quizá algo más. No mucho más, por cierto. Se sabe que Caputo tiene un mandato limitado para negociar con sus anfitriones de Washington. El presidente Javier Milei ya les aclaró que está algo defraudado con la posición de la conducción del organismo. Piensa que no son lo indulgentes que fueron con Argentina durante los tiempos de Sergio Massa, que no tienen en cuenta “los logros” que consiguió su gestión en términos de reducción de la inflación y superávit fiscal; y culpa a Valdés directamente, de no ver con suficiente claridad la estrategia cambiaria aplicada por la Casa Rosada y el Palacio de Hacienda. Sin embargo, Milei culpaba de todos estos males a la presencia de Valdés en las negociaciones. Ahora, en el encuentro de otoño del FMI, sabrá la delegación criolla que no era una cuestión personal, sino institucional del organismo.
El Fondo, en definitiva, quiere que su gobierno devalúe, y deje de lado su política de ajuste cambiario vía crawling peg. Para Milei, es inaceptable. El libertario ya casi es un político. Y se está preparando para las legislativas de 2025. Y sabe cualquier profesional de la clase dirigente argentina (como ya lo es Milei) que ganar las elecciones después de una devaluación es una utopía.