Algunos medios se apresuraron a sostener que Brian, el joven presidente de mesa discriminado en Moreno el día de las elecciones y luego en las redes, lo fue “por su ropa“. No es así. Brian fue discriminado por un conjunto de cosas, en la que sobresale, como rasgo determinante, el color de su piel, no su ropa.
Brian es un “pibe chorro“ (por eso se defendió diciendo en primer lugar “no soy un chorro“) porque es un joven morocho (Sonia Sánchez, feminista del Conurbano y autora del libro Ninguna mujer nace para puta, nos enseña a no usar eufemismos, a no suavizar el estigma, a nombrarlo y ponerlo en evidencia) que apareció en una imagen con su gorra para el costado, esto es: la imagen típica (mediática) de un delincuente. Brian, aunque su familia se haya sentido forzada a contar el tipo de vida laboriosa que hace, incluyendo voluntariados comunitarios, es portador de un estereotipo racista.
Ese estereotipo es violencia y sirve para estigmatizar y discriminar (excluir y reprimir) a los negros, sean argentinos o extranjeros, como los jóvenes de Senegal: es racismo. Es el mismo estereotipo (máscaras blancas, diría Fanon) que usan las fuerzas de seguridad a diario para detener a algunas personas (por averiguación de antecedentes) y no a otras. Brian cuadra con el modelo divulgado en los grandes medios del morocho “delincuente“, aunque los delitos torpes y marginales cometidos por los sectores empobrecidos no representan el mismo peligro para la sociedad que los graves crímenes económicos y financieros cometidos por gente poderosa y en oficinas elegantes a diario, donde la Justicia y el periodismo rara vez entran y cuyos delitos sofisticados, difíciles de probar, no son representados jamás en los grandes medios como una grave “amenaza“ para la seguridad. La amenaza siempre es el pobre. La amenaza es el negro. El morocho del Conurbano.
Brian es un pibe de piel negra, como escribió Franz Fanon, en una cultura de máscaras blancas. Brian conforma el grupo de los que no tienen voz y por eso mismo son discriminados: porque portan un estereotipo del que necesitan defenderse, probando su inocencia.
La familia de Brian, la intendenta electa de Moreno, entre otros, necesitaron defender a Brian de las barbaridades racistas que dijeron muchas personas en las redes. Pero lo lógico sería lo inverso: en una sociedad libre Brian no necesitaría “defenderse” de nada.
Al contrario, quienes lo discriminan deberían dar explicaciones legales y éticas. No Brian o su familia. Es al revés. Pero vivimos en una sociedad que ha internalizado de tal modo el recorte racista de derechos, que muchos estigmatizados y reprimidos a diario se ven (y se sienten) obligados –como el chico de 12 años ahogado en el mar Mediterráneo (cuyo cadáver apareció flotando boca abajo) que llevaba sus notas del colegio bien cosidas a la ropa, para que Europa viera que él era un buen estudiante (no un “pibe chorro“)– a defenderse. A “probar“ su inocencia. Tenemos un modelo invertido (producto de la retórica racista y antigarantista promovida a diario como nuevo sentido común) donde los que discriminan levantan el dedo acusador, y los que son discriminados se ven forzados a probar su inocencia.
*Director Instituto Latinoamericano de Criminología y Desarrollo Social.