A lo largo del primer tomo de la autobiografía de Antonio Negri, Historia de un comunista (Tinta Limón, Buenos Aires, 2021, traducción de Girolamo De Michele) se establece, una y otra vez, una crítica frontal a la Escuela de Frankfurt. Veamos un solo párrafo: “Sobre la relación fábrica-sociedad-Estado, la filosofía de la Escuela de Frankfurt constituía un punto de referencia para mi generación. Representa la deriva de la crítica marxista de la modernidad, desde el momento en que la considera como un puro horizonte de alienación y no como trayecto y presencia de la lucha de clase. De esta suerte, los frankfurtianos banalizan todo conflicto productivo y reducen la modernización a ‘destino’, en un mundo cosificado e incapaz de resurrección”. Para el filósofo-militante Negri, la Escuela de Frankfurt representaba un pensamiento negativo que obturaba el pasaje a la acción. De esta tensión -como la que lo separa también del pensamiento “trascendentalista” de Massimo Cacciari, con quien también discute permanentemente- es posible avanzar en varias direcciones críticas. No es este el lugar para desarrollar esos caminos, así que prefiero reparar en esta otra frase: “La Escuela de Frankfurt, representada por la editorial Einaudi”. Es decir que Negri señala que una editorial puede ser la caja de resonancia de un pensamiento con quien puede asociársela. Einaudi es, en Italia, sinónimo de la Escuela de Frankfurt.
Permítanme decir que me gusta mucho ese tipo de relación y que la extraño, ya que cada vez ocurre menos. Una editorial que defienda un tipo de pensamiento, que defina un territorio, construya un campo, y marque también los límites de lo que ingresa en ese campo (Tinta Limón, como ya señalamos, editora del libro de Negri, bien podría ser un ejemplo local de ese estilo). Las grandes multinacionales son como supermercados, adentro hay de todo. Incluso, de vez en cuando, hasta libros buenos. Pero no se les puede exigir mucho más. En cambio, a veces pienso que buena parte de la edición (autopercibida) independiente, que por lejos publicó lo mejor de estas últimas dos décadas, últimamente viene sucumbiendo demasiado fácilmente a los temas de moda de los últimos 15 minutos. El territorio que debería marcar se vuelve así demasiado poroso, difuso, light. Porque, de esos rasgos delineados más arriba –defender un pensamiento, definir un territorio, construir un campo, marcar límites a lo que ingresa en ese campo– es tal vez este último punto, el de lo límites, el que vuelve (o no) interesante un catálogo. Me gustan las editoriales que dicen no. No, esto no. Esto no ingresa. No importa si eso que está siendo rechazado es el tema de moda, o si (muy eventualmente) son libros que venderían bien. No, no importa eso si queremos seguir pensando a la edición, ante todo, como un gesto profundamente intelectual. Por supuesto que un territorio, un campo puede –e incluso debe– expandirse, mutar, desplazarse. De lo contrario estaríamos en el terreno del dogmatismo. Pero ese desplazamiento se vuelve interesante si ocurre bajo el modo del polemos. Otra vez: de esto no, esto no entra.
Cambiando de tema, me despido por hoy con esta gran frase del libro de Negri, que vale tanto para allá y entonces, como para aquí y ahora: “El peligro es el regreso del fascismo a este país en el que la burguesía es incapaz de adaptarse a la democracia”.