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Vuelta a clases

¡No quiero volver a la normalidad!

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| Cedoc

Desde el inicio del aislamiento, pensamos en eso que algunos llaman “nueva normalidad”, como ese estado de situación que encontraremos cuando podamos volver a realizar las actividades que desarrollábamos antes de la pandemia y el aislamiento, pero con las condiciones impuestas por la convivencia con el Covid-19, es decir con pautas de higiene personal, distanciamiento, acondicionamiento escolar, grupos reducidos, turnos rotativos, escalonados, etc.

Ahora bien, el concepto de lo normal –según la RAE- se refiere a aquello que se encuentra en un estado al que se lo considera como natural.

En términos educativos, si lo normal es el cuadro previo a la pandemia, implica naturalizar en términos estadísticos: una graduación del nivel medio del 50% del estudiantado en tiempo y forma, posteriormente, una cuarta parte lo terminará al cabo de 8 años y lamentablemente tenemos un 25% que nunca lo culmina. Pero la enorme mayoría con problemas de escritura y lecto comprensión.

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Podríamos agregar otros datos, como los índices de abandono y deserción en la educación superior, solo por citar un ejemplo de los tantos que nuestro sistema educativo expone desde hace muchos años.

Tantos años y gobiernos que, hemos naturalizado como normal, reflejos que muestran una sombra de lo que alguna vez fue el sistema educativo argentino.

Si eso ha sido lo normal hasta ahora, disculpen, pero no quiero volver a esa normalidad. Esa realidad no puede ser natural para nosotros, nos merecemos más.

La actualidad nos pone en la encrucijada de volver a hacer lo mismo que nos llevó a la crisis educativa previa a la pandemia, o aprovechar esta vuelta a lo presencial, para darnos cuenta que hay cosas que están mal, aprender de lo realizado durante este tiempo y mejorar.

La primera de las opciones no requiere mayor esfuerzo, salvo por el hecho que nos encontraremos con enormes dificultades por las desigualdades, pérdidas de aprendizajes, secuelas psicológicas en niñas, niños y adolescentes por el aislamiento y falta de sociabilización, etc.

Esa alternativa, nos pondrá frente a un contexto donde encontraremos más de lo mismo, aunque en función de lo antes dicho, sería mejor decir, menos de lo mismo. Lo que obliga a una política necesaria de recuperación del vínculo, pero también de aprendizajes.

La otra alternativa, nos interpela y cuestiona. Nos obliga a la honestidad de saber el real estado de situación para poder tener diagnósticos precisos y en base a ellos poder generar acuerdos que importen profundos cambios curriculares, que revisen el rol de las instituciones educativas, pero también del cuerpo docente y de los estudiantes.

Esa nueva realidad a la que nos enfrentamos, es terreno en construcción, será una realidad dolorosa, pero también es una oportunidad para el cambio, un desafío para el sistema educativo en su conjunto que, en todo caso, vuelva a ser ese que nos llenaba de orgullo y que consolidó a la educación como una herramienta para la construcción de ciudadanía y movilidad social.

Aprovechemos la coyuntura para pensar más allá de las urgencias y hacer de la educación inclusiva y de calidad no solo un DD.HH. y un bien público como consagra la ley, sino también una realidad para todos, una verdadera prioridad.

*Miembro del Consejo de Gobierno de Unesco-Iesalc.