El profesor de la Universidad de Yale William Nordhaus, acaba de recibir el Premio en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel 2018. Le fue otorgado por “integrar el cambio climático en el análisis macroeconómico de largo plazo”. Es uno de los primeros que explicitó las retroalimentaciones que existen entre el crecimiento económico y las emisiones de gases de efecto invernadero, cuya acumulación se cree que es el origen del cambio climático. Creó el modelo DICE (Dynamic Integrated Climate-Economy model), que luego llevó a nivel regional (RICE). La lógica del modelo es que el crecimiento económico aumenta las emisiones de gases de efecto invernadero; la concentración de dichos gases en la atmósfera tiene efectos en la naturaleza (mayor frecuencia de fenómenos meteorológicos extremos como los huracanes, etc.); éstos tienen a su vez impactos en el rendimiento de los cultivos, la salud de la población, etc. y, estos impactos, afectan la capacidad de crecimiento de la economía de los países (un ejemplo de esto último es el de las sequías como la que acabamos de sufrir). Nordhaus fue perfeccionando el modelo desde 1992 hasta hoy.
Otro de sus aportes, ha sido la discusión sobre las políticas para resolver la falta de acciones concretas sobre cambio climático. Nordhaus no ha sido muy optimista sobre lo que el Acuerdo de París (y sus predecesores) han logrado. La realidad parece darle la razón. Las estimaciones indican que aún si se cumplieran los compromisos, la temperatura promedio del planeta aumentaría más de 3 grados (y no 2 o 1,5 grados entre la era preindustrial y el final de este siglo, como busca el Acuerdo para evitar consecuencias graves del cambio de clima sobre la vida en la Tierra). Esta inacción la atribuye a la falta de incentivos que tienen los países para tomar medidas, cuando la mejora que ellos hacen en realidad beneficia a todos (el denominado “efecto polizón”). El nuevo Nobel ha sido crítico de la Encíclica del Papa, justamente porque considera que el problema del cambio climático es la distorsión en las señales del mercado: los que mitigan las emisiones no reciben todos los beneficios de hacerlo, ya que parte van a otros. Con un poco de ironía dice que “los mercados pueden hacer milagros si funcionan correctamente”. Afirma que la mejor solución ante este problema es justamente de mercado: establecer un precio mundial a las emisiones de carbono. Si se debe pagar por contaminar, con tal de eludir dicho pago, los que lo hacen buscarán reducir sus emisiones. Considera que el mecanismo de precios no ha funcionado porque el precio que se ha fijado para la tonelada de carbono es muy bajo, uno de sus artículos estima que el precio de la tonelada de CO2 debe ubicarse en alrededor de los 32 dólares, y esa cifra está lejos de alcanzarse en la mayoría de los países. Por ejemplo, en Argentina, la reciente reforma tributaria, que incorpora un impuesto al carbono para los combustibles líquidos, lo ubica cerca de los 10 dólares.
Nordhaus escribió también sobre qué tasa de descuento debía usarse para comparar beneficios y costos del clima en distintos períodos, y sobre la posibilidad de hacer clubes de países entre los que tengan políticas activas y desincentivar a los que no las tengan con impuestos a las importaciones. En su carrera académica, este economista ha tenido cierta inventiva para titular sus trabajos, como en, Requiem para Kyoto y Climate Casino. En el primero, afirma que cumplir este acuerdo resultaría demasiado costoso si se lo compara con los beneficios que tendría, y en el segundo, resalta que lidiar con el clima tiene analogías con ir al Casino porque el resultado de dicha visita es siempre incierto (y puede ser catastrófico). En resumen, un Nobel bien merecido que seguirá haciendo reflexionar sobre la economía del cambio climático.
*Economista ambiental Universidad del CEMA.