No, no, no y no. No insista, por favor. No voy a hablar del Mundial, si total todo el país ya lo ha hecho o lo está haciendo o lo va a hacer o todo junto. Yo, no. Y no es que no esté satisfecha: lo estoy, me encantó que Argentina quedara victoriosa a un paso de la copa. Pero me parecería conveniente que además se hablara (escribiera) acerca de otras cosas. Que sé yo, algo, algo neutral, por ejemplo. Los últimos adelantos en investigación médica, eso. Es un excelente tema: quien lee siente que se está haciendo algo valioso ¿no? Pero claro que hay que saber un poco más o un bastante más para entrar en el asunto. Y además creo que no me corresponde. Algo neutral, dije, algo cotidiano, agrego. Ya sé: la noche. La noche nos pasa a todos y nos pasa todos los días; mejor dicho todas las noches. Bueno, usted me entiende.
La noche es el período durante el que una parte de la Tierra, por acción de la rotación, deja de recibir la luz solar y, por ende, permanece en la oscuridad, internet dixit. Y a mí la oscuridad, la falta de luz, se deba a la rotación de la Tierra o a una maldición o a la ineficiencia de la Empresa, la falta de luz me da grima. No se asuste, no se asuste por la palabreja… todavía. Vaya, consulte al Covarrubias y entonces puede con toda razón asustarse. Espanto y horror. Y sin embargo, ah, sin embargo sé que la noche es atractiva. No puedo entenderlo, pero así es. No sólo atractiva, sino también objeto de estudio, admiración, amor, inspiración y otras preciosas emociones, para un montón de gente. No los culpo ni los rechazo, y hasta creo que los admiro. ¿Qué será lo que ven o creen ver en la noche para sentir que es la parte interesante o acogedora del día? Los románticos, querida señora, ¿se acuerda?, eran capaces de largar poemas, tragedias, novelas, canciones, leyendas apócrifas o no, el todo dedicado a la noche, a lo elfos de la noche, a las pálidas señoritas musas de la sombra. Y mire que muchos de ellos dejaron obras que hoy nos encantan, nos emocionan, nos hacen pensar y nos permiten pasar el examen en la escuela o en la facultad. Una sospecha que algo debe haber ahí, sólo que una no está formateada para verlo. ¿O será un miedo que viene de la infancia? Puede ser, estimado señor, puede ser, creo que vamos por buen camino, pero no me da la gana, a esta altura del debate, ir a reclinarme en el diván del shrink (lo pongo en dialecto yanqui para no ofender a nadie); me parece recordar que ya lo hice en mis años mozos. Pero venga de donde venga esto de la grima frente a la oscuridad de la noche, tengo que admitir que aprendí varias cosas, y aprender, ya se sabe, es saludable para el cuerpo y el alma. ¿Usted sabía, querida señora, que la gente se ha preocupado todo a lo largo de la historia por dividir a la noche en momentos o partes que según el lugar se llamaban velas o guardias vigilae? Pues sí. Fíjese que los romanos tenían una clasificación muy detallada para los momentos de la noche y los primeros cristianos ni le digo, pero bueno, sí le digo: partían la noche en cuartos: prima, modorra, modorrilla y alba. Y san Isidoro, no, no insista que no le cuento porque es inmensamente complicado, pero sí le digo que los francos y los galos (¿se acuerda de Astérix?) contaban el tiempo por noches y no por días. Todo lo cual significa que siempre nos ha intrigado la noche y no es para menos. La noche es oscura y la oscuridad es misteriosa y el misterio es atractivo.
De acuerdo. Todo eso aumenta nuestra educación, información y cultura, pero a mí la noche no me gusta demasiado. No me gusta casi nada. Me gusta, eso sí, la parte folklórica que es la que teje mitos en torno a la noche: es el escenario típico de los cuentos de miedo, es la morada de los vampiros, de los zombies, de los hombres lobo, de los monstruos, del terror que anima a los chicos a la edad de la truculencia. Y yo a esa edad ya la pasé hace rato, vea. De modo que ahora veo a la noche como lo que es y le agrego algo maravilloso: es el escenario de los sueños. ¿A usted no le gusta soñar? Claro que sí.
Y le prometo esto: la próxima vez le cuento algo (casi) increíble acerca de la noche: lo que se le ocurrió en 1823 a un señor llamado Heinrich Wilhelm Olbers. Hasta luego.