El 30 de julio de 2021 anticipé en estas páginas el libro que estaba escribiendo, “una novela de ciencia ficción en la que los sencillos robots que forman parte del juego se independizaban del algoritmo que los gobernaba. Iba a llamarse La isla, y los robots tenían nombres del campo artístico argentino”. “Si la literatura es salud”, profetizaba en tiempos de confinamiento, “algún día ese texto se escribirá solo”.
Profunda fue mi sorpresa cuando comprobé esa predicción se había cumplido al pie de la letra: Free Guy (traducida como Tomando el control) coincide literalmente con esa línea argumental.
Vimos la película en septiembre y ya estaba entablar demanda contra Disney por plagio cuando mi marido me advirtió que el estreno de ese film berreta había sido postergado por la pandemia y que yo no podía ser tan paranoico ni tan petulante como para pensar que Matt Lieberman o Zak Penn (los guionistas) habían escaneado mi disco rígido en busca de mis ideas.
Por supuesto, mi novela es (era) mucho mejor que esa tontería, sobre todo porque me servía de excusa para presentar mundillos encantadores: el arte, la literatura, el teatro. Pero ¿quién podría publicar un libro para arriesgarse a que los lectores consideraran que la “inspiración”, esa horrible figura, me viene de los consumos chatarra (y no de Proust, Thomas Mann, César Aira o Fogwill).
En fin: mi novela se escribió sola pero lo hizo más allá de mí, algo que no puede incomodar a alguien que, como yo, no ha hecho sino denunciar las irrisiones de la “autoría” o que ha hecho un elogio irrestricto del ready made. Si ven esa película, piensen en mí. Y piensen, sobre todo, en los personajes que yo había incorporado.
En mi novela, la isla es un misterio, porque ninguno de los personajes recuerda muy bien cómo llegó a ella aunque todos relacionan la el lugar con el viejo proyecto de María Moreno de crear una residencia para mayores que comparten ciertos gustos y suponen, detrás de la economía (política y libidinal) de la isla, la mano de Roberto Jacoby y sus proyectos comunitarios: “somos descendientes de proyecto Venus”, dicen cada tanto (no lo saben, pero lo dicen en intervalos precisos).
Como todo sucede en loop, el teatro tiene una importancia decisiva en la organización de la vida en común. Vivi Tellas regentea el anfiteatro de la costa, donde se dan biodramas incesantemente y Alejandro Tantanian dirige el teatro del casco antiguo (los personajes parecen no notar que los edificios que lo componen son réplicas de otros edificios desaparecidos fuera de la isla: Notre Dame, las Twin Towers).
Nada es demasiado estable, porque como la organización del trabajo responde a la utopía a veces los personajes se encuentran trabajando en las minas o en la fundición (según el ritmo que les impone el canto de Paula Maffia), preparando la tierra para los campos de amapolas (las drogas son legales, pero se producen en cantidades módicas por razones climáticas y porque la demanda es estable) o adiestrando caballos en la escuela que Albertina Carri tiene en el barrio árabe.
Constantemente llegan barcos cargados de productos desde los islotes sicilianos donde vive Arturo Carrera o los islotes pesqueros donde manda Rafael Spregelburd, cuando no está organizando algún recitativo en la Sala del Órgano del barrio viejo.
Todo el tiempo una pareja o un trío están renovando sus votos amorosos en la oficina correspondiente y después caminan con sus amistades por los senderos de pedregullo hasta el medio del bosque, donde Alejandro Ros organiza una fiesta perpetua (cuando no está en la fábrica de muñecas, haciendo terapia ocupacional).
Una tarde, Rubén Szuchmacher, estudiando el texto de una tragedia restaurada por Alfonso Reyes, se da cuenta de que todas las existencias están regidas por un mecanismo más allá de la conciencia y de la voluntad. Hay una etapa de descontrol, hasta un nuevo equilibrio, no muy diferente del anterior.
En estas semanas me entrego a un ritual de destrucción: imprimí los capítulos que tenía escritos, cada semana leo uno y lo entrego a las llamas (lo transformo en asados para la familia y las amistades).