Tres nuevas situaciones inciden negativamente para una definición estratégico-diplomática que aún no tenemos.
El Brexit sorprendió a la misma Gran Bretaña y debilitó muchas de sus posiciones internacionales. Seguramente acentuará su estrategia de transformar Malvinas y las islas del Atlántico Sur en el bastión militar-estratégico para “Occidente”, con proyección hacia la futura explotación de la Antártida más allá del tratado que todavía la protege ecológicamente.
El presidente Trump, cuya irrupción espectacular implica entre otras cosas el aecologismo o antiecologismo, tal vez animaría a los británicos a consolidar nuestras islas como una superbase. (El Times informó de un definido plan británico de crear un “parque ictícola-ecológico”. Sería un área marítima circular de unos 565 kilómetros de radio equivalente a un millón de kilómetros cuadrados. Casi la mitad del territorio continental argentino. Los británicos son coherentes con sus genes imperiales y hoy, separados de Europa, necesitan afirmarse ante el arranque militar de Trump como sus socios a escala mundial. En Malvinas afirmaron su poder con materiales misilísticos, y con una dotación militar casi tan numerosa o más que la de los kelpers. No omitieron la presencia de algún submarino nuclear tipo Trident. (El ex ministro de Defensa británico no se preocupó en desmentir esta denuncia, dijo casi socarronamente “esos submarinos siempre andan por alguna parte del mundo”.)
Probablemente el Brexit y Donald Trump definen un orden mundial de predominio anglosajón, y con una interpretación cruda del capitalismo corporativista y financierista. Algo así como un nuevo nomos de la Tierra, según el lenguaje de Carl Schmitt. Naturalmente con prescindencia de la agonizante Naciones Unidas. Los signos abundan: la lluvia de misiles sobre un cuartel en Siria, el portaaviones en el mar de China amenazando a la belicosa Corea del Norte, la superbomba probada en Afganistán.
¿Y las Malvinas Argentinas?
Carecemos de toda política de Estado para la defensa. No compramos el portaaviones sustituto del 25 de Mayo, ni seguimos a Brasil con el proyecto del submarino nuclear. El rompehielos Irizar apenas está terminado pese a la urgencia de su uso en nuestra sección antártica. El último Super Standard de nuestros famosos Exocet canibalizó a su último hermano. Después de 35 años somos tan pacíficos como un conejo celeste y blanco mirando el mar bravío del sur. Confundimos los excesos repudiables de los comandantes militares de los años 70 enfrentados con el partido de la violencia revolucionaria. Dejamos de tener Fuerzas Armadas adecuadas y el armamento que se podría producir con nuestra tecnología más avanzada. Ningún país cometió semejante desatino. Basta recordar a los europeos después de la Segunda Guerra, a China, Rusia y tantos otros. A tal punto que somos los más desvalidos en esta materia de toda nuestra América. Olvidamos aquel entusiasmo que unió en vibrante exaltación patriótica a todo un pueblo con su dirigencia: jefes políticos, sindicalistas, ciudadanos de todas las jerarquías.
En nuestra derrota maltratamos incluso a nuestros guerreros y olvidamos las motivaciones históricas que veníamos sosteniendo desde la usurpación de las islas. Nos achicamos en la derrota y tratamos de negar el entusiasmo de un país que procedió con dignidad para la recuperación de esos territorios. Ahora, pasadas más de tres décadas, comprendemos que no se trataba de tierras inútiles, olvidadas, prescindibles. Los ingleses no olvidaron el valor estratégico que hoy tienen. Ellos mismos surgieron como pueblo y se transformaron en un imperio por no despreciar esos islotes de piedras en el mar que hoy se llaman Gran Bretaña… (Borges debería arrepentirse de haber dicho que aquella guerra era como la pelea de dos calvos por un peine).
Algunos diplomáticos y analistas “biempensantes” creen que hay que seducir otra vez a los isleños. Por ahora éstos no tienen ningún deseo de independizarse del escudo militar británico ni cambiaron su convicción adversa hacia Argentina. Aunque en la época anterior al conflicto durante algunos lustros se acostumbraron a la posibilidad de viajar, educarse o curarse en nuestro país. Apreciaron el verano en nuestras playas y nuestras ciudades para salvarse del tedio de los vientos helados y las furias de su mar. Sin embargo, ahora tienen la plata de nuestras merluzas y la posibilidad de fugas hacia Chile y Brasil. Se dice que los isleños tienen un promedio de ingreso per cápita mayor al de los ciudadanos de la metrópoli. En un reciente referéndum se expresaron en un 99% a favor de mantenerse como ciudadanos británicos. Pero surge un nuevo problema: la soledad bucólica, las majadas que corren por el prado de la corta primavera, la melancolía de los pájaros que fugan hacia el norte, empiezan a recibir el impacto del bastión militar en construcción. Sin darse cuenta pierden un factor poético y espiritual que se debe a ese subdesarrollo cuya esencia tal vez no sepan poner en claro pero que ya los hace temer.
Para los argentinos el tema de las Malvinas se complica sin que esta constitucional política de Estado tenga el eco dramático que merecería de nuestra frívola dirigencia. Intentamos una diplomacia triste reclamando porciones de pesquerías, la participación de improbables negocios petroleros o la preocupación por los vuelos hacia las Malvinas (siempre que no se hagan con aviones de bandera argentina). Reclamamos lo que nos pertenece sin comprender que todo entra bajo la simple palabra “soberanía”. ¡Incluso el presidente de la Nación fue corregido por haber dicho esa obscena palabra en un diálogo de pasillo con la primera ministra May!
Sabemos que nuestra flébil actitud de olvido y la costumbre de insultar más a Galtieri que a la señora Thatcher y sus ministros que decidieron el hundimiento del Belgrano tienen una consecuencia de desprestigio. Nuestros países hermanos ya admiten en sus territorios el abastecimiento de aviones Hércules en sus largos viajes desde Gran Bretaña hacia nuestras Malvinas. Urge una gran reflexión nacional, política, diplomática y militar para replantearnos un futuro en el que los usurpadores se afirman más que los argentinos despojados, aunque no vencidos, en este episodio directamente relacionado con nuestra dignidad.
*Diplomático y escritor.