Argentina y Brasil están pasando momentos desastrosos. Nosotros, la peor crisis económica desde 2002; nuestros vecinos, la peor en ocho décadas. Macri no acierta, pero el problema lo trasciende, de la misma forma que cuando la economía se recupere no será sólo su mérito.
Dicen que Macri al llegar al Gobierno de la Ciudad quería ahorrar y tener superávit; con una mentalidad de empresa no concebía la idea de que fuera bueno gastar todo el presupuesto que se había votado. La mente de un CEO está programada para una cuenta que en la administración pública no existe: la ganancia (el superávit o ahorro) es la prueba de que se gestionó bien, mientras que la pérdida (o el déficit), prueba de lo contrario. Probablemente para Macri el déficit sea tan inconcebible como los números negativos eran para los griegos.
El matemático y filósofo Emmánuel Lizcano escribió que “las matemáticas son tan simbólicas como la danza. No hay lenguaje neutro, hablar inequívoco, ni interpretación literal: toda lengua habla en metáforas” para explicar que los europeos no habían podido concebir el número cero ni los números negativos porque la nada era un absurdo para la filosofía griega, donde nunca se podía extraer más de lo que había previamente. Mientras que por la misma época, para los algebristas chinos el cero y los números negativos eran algo ordinario.
Comercios que cerraron, empresas que despidieron gente, pero quizás se llegó al fondo del pozo
Dicen también que Macri no se llevaba bien con China, mientras que durante mucho tiempo su padre sí, y que Macri es avaro mientras que su padre habría sido gastador. Más allá de que ninguna de estas diferencias tuviera que ver con la psicología, el éxito de la economía rgentina reclama un presidente que no sea avaro y que no tenga aversión por China ni por Brasil.
Macri coloca demasiadas expectativas en el intercambio económico con los países andinos y cree que un Brasil débil le permitirá ser el líder de la región atrayendo inversiones que hubieran ido a nuestro vecino. Pero es nuestro principal socio comercial, es más grande que todo el resto de los países de Sudamérica sumados. Contamos con la ventaja, como ningún país andino, de tener un acuerdo de libre comercio con Brasil, que aun golpeado es la octava economía del planeta y que puede llegar a ser la quinta mayor dentro de algunos años.
La definitiva salida de Dilma de la presidencia votada por el Senado esta semana sumada a que hace dos meses la economía de nuestro vecino dejó de caer preanuncia que para 2017 volverá a crecer, y es la mejor noticia que Macri podría recibir. El crecimiento a corto plazo de Argentina depende mucho más de la soja y de la recuperación de Brasil que de las inversiones, que tardarán en generar un efecto que perciba la población. La foto de Temer ya presidente de Brasil hasta 2019 saludando a Xi Jinping en Hangzhou pocas horas antes que Macri puede ser un significante de que Brasil y Argentina comparten el mismo ciclo histórico y geopolítico (cambia uno y cambia el otro) y que podrían estar cerca de comenzar a recuperarse juntos, confirmando aquello de que nunca la noche es más negra que cuando está por amanecer. Otra señal de nuestro destino compartido es que ninguna otra nación sudamericana participa del G20. Nuestro país será el organizador de la próxima cumbre de ese grupo en 2018. Para entonces nuestra economía deberá haber recuperado su pujanza, independientemente del Gobierno.
Un ejemplo sobre la matemática que puede ilustrar el problema conceptual de Macri con la economía es el de Leibniz, quien provocaba en su época ironizando: “Basta de disputas, ¡calculemos quién tiene la razón!”.
También las diferencias entre la matemática china y la occidental puede ser metáfora de los puntos débiles del sistema de pensamiento macrista. La matemática occidental piensa por oposición y analogía mientras que la china por abstracción y deducción, lo que lleva a un pensamiento global y holístico en oposición a una forma de pensamiento lineal. La matemática occidental es heredera del principio de causalidad atento a las con-secuencias mientras que la matemática china sigue el principio de sincronicidad atento a las con-currencias. En China, por el yin y el yang, lo positivo y lo negativo tienen la misma entidad. Donde un occidental mira el antes y el después de las consecuencias el chino observa el alrededor, porque donde los occidentales colocan tiempo, los chinos ponen espacio.
Entre Sturzenegger y Prat-Gay gana el primero también porque Macri es más dogmático
Goethe sostenía que la matemática no era más que una secuencia de tautologías: “Tiene la reputación completamente falsa de llegar a conclusiones infalibles. Pero su infalibilidad no es otra cosa que su identidad. Dos por dos no son cuatro, sino simplemente dos por dos y, para abreviar, le llamamos cuatro”. Y el científico John Sullivan escribió: “El significado de las matemáticas reside precisamente en el hecho de que son un arte; contribuyen a mostrarnos cuánto depende lo que existe de la forma en que nosotros existimos. Somos los legisladores del universo; es posible que no podamos experimentar más de lo que hemos creado, y la mayor de nuestras creaciones matemáticas es el universo mismo”.
Para Pitágoras, el mundo estaba hecho de matemáticas, al punto de que hubo suicidios entre los pitagóricos cuando descubrieron los números irracionales (con decimales infinitos). Aristóteles acusaba a los pitagóricos de ser ingenuos por confundir abstracciones numéricas con los objetos reales. Quizás lo mismo les sucedió a Macri y a Aranguren con la famosa planilla de Excel aplicada al aumento de tarifas.
Argentina y Brasil volverán a crecer en 2017 también porque ya decrecieron mucho.