COLUMNISTAS
Norteamerica dividida

Obama, Hillary, Cristina y el muro

Con ventaja ante Hillary, un negro podría llegar a presidente de los Estados Unidos. Mientras tanto,el proyecto delmuro anti-inmigración ilegalse expresa inconmovible. Los nuevos desafíos de la primer potencia mundial reconfiguran el mapa sociopolítico actual.

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Negro o mujer para reparar el prestigio perdido por Bush. Barack, Obama, Hillary Clinton y Cristina K. | Cedoc

El senador Barack Obama es el nuevo fenómeno de la política norteamericana. La revista Time le dedicó su tapa y tituló: “El próximo presidente”. Con sólo 45 años y dos en el Senado, se transformó en el más firme candidato a ser el primer presidente negro de los Estados Unidos.
Al revés, la revista Rolling Stone le dedicó una tapa a Bush donde aparecía con un bonete de tonto en un rincón y tituló: “El peor presidente de la historia” (es también quien tiene el menor nivel de aprobación desde que se mide el índice).
Por eso, las próximas elecciones, tanto las legislativas del 7 de noviembre como las presidenciales del 2008, las ganaría de manera aplastante el Partido Demócrata. La prensa pronostica un “tsunami demócrata” y los analistas especulan con tres hipótesis: Obama le gana a Hillary Clinton en las internas demócratas y sucede a Bush; Obama acepta ser el vicepresidente de Hillary para ser presidente en 2012 o 2016; o pierde las internas con Hillary y se reserva para esas mismas fechas cuando recién tendría 51 o 55 años.

El carácter de Hillary. Ella es la favorita (su más firme oponente sería el senador republicano John McCain). Su esposo, Bill, es más admirado hoy que cuando era presidente. Y todos reconocen la enorme inteligencia de Hillary. Pero, por el opuesto, tiene el mismo problema de Bush: hace declaraciones políticamente incorrectas. Dicen de ella que “es demasiado liberal” (de izquierda), que “por odiar a los militares termina odiando hasta los policías y los bomberos de Nueva York”; y que “es muy agresiva”. En Estados Unidos, como en la Argentina, “hay muchos hombres y mujeres, a quienes no les gustan las mujeres fuertes”. Hay varias coincidencias entre ella y Cristina Kirchner. Incluso el hecho de ser senadora por Nueva York mientras que su estado está muchos kilómetros al sur.

La manía por Barack. Las debilidades de Hillary son las fortalezas de Obama: él es un progresista moderado y pragmático como Bill Clinton. Suma la ventaja de no tener historia de la cual arrepentirse: Hillary votó a favor de la guerra con Irak cuando Obama todavía no era senador.
Parte de su popularidad la construyó escribiendo libros. El primero, Los sueños de mi padre, estuvo primero en la lista de best seller del The New York Times durante meses. El último, La audacia de la esperanza, se lanzó la semana pasada y ya está primero en ventas.
Este último libro es un llamado a la reconciliación nacional como nunca antes fracturada entre liberales (demócratas) y conservadores (republicanos) llamados neocon. La polarización sobre temas como el aborto, el casamiento gay, la educación religiosa en los colegios, la responsabilidad personal, la legislación sobre la medicina genética, la inmigración, los impuestos, la droga y la pena de muerte, sumado a la guerra en Irak, han dividido a la sociedad en irreconciliables capuletos y montescos.
“En lugar del consevadurismo compasivo que Bush prometió en su campaña de 2000, (N.d.R.: o el conservadurismo jovial de Reagan en los 80) se aplicó un absolutismo religioso”. “La trivialización del discurso político alcanzó un nivel de agresividad sin antecedentes” (¿Argentina dixit?).
En La audacia de la esperanza su autor narra 28 “impolíticas” revelaciones. Que se drogó cuando era adolescente. O que, mientras Bush hace del fundamentalismo religioso su base de sustentación –el 95% de los norteamericanos cree en Dios, dos tercios van regularmente a la iglesia y 37% se define como cristiano comprometido–, Obama confiesa sus dudas religiosas: “creo que la Biblia está desactualizada, por ejemplo cuando dice que la Tierra y el Universo fueron creados en seis días, cuando la geología y la astrofísica dan cuenta de lo contrario”.
“Otro ejemplo es la historia de Abraham e Isaac. Dios le ordena a Abraham que sacrifique a su único y adorado hijo. Todos conocemos el final feliz de la historia: cuando Abraham estaba a punto de matar a Isaac con un cuchillo en un improvisado altar en lo más alto de una montaña, en el último minuto Dios envió un ángel para impedirlo, dándose por satisfecho con su demostración de fidelidad. Pero, en el siglo XXI, si otro Abraham empuñara su cuchillo para sacrificar a su hijo en la terraza de un edificio de departamentos, cualquiera de nosotros llamaría a la policía para impedirlo”.
Le preocupa que “mucha más gente crea en los ángeles que en la teoría de la evolución de las especies” (aunque parezca mentira, hay un creciente movimiento anti darwinista). Pero Obama comprende las causas del renacimiento evangelista norteamericano (los born again christian): “Cada día miles de norteamericanos salen a trabajar, dejan a sus hijos en el colegio, manejan hasta sus oficinas, compran en el shopping, hacen dieta, pero sienten que hay algo que están olvidando. Ellos decidieron que su trabajo, sus posesiones, sus diversiones, sus negocios no son suficientes. Quieren tener un propósito, darle un sentido a sus vidas, algo que los cure de la melancolía y el cansancio. Ellos necesitan creer en alguien que los va a cuidar, que los va a escuchar y que su vida no se va a reducir en largas horas en autopistas hacia la nada. La religión es una expresión de la cultura humana, es uno de los tantos caminos del hombre –no necesariamente el mejor–, para atemperar su angustia frente a lo desconocido y comprender la profunda verdad de sus vidas”.

Raíces. Obama (su detractores conservadores lo llaman despectivamente Osama, por Bin Laden) es literalmente afroamericano. Proviene de lo que él llama una “familia excéntrica”. Padre africano: un inmigrante de Kenia. Y madre norteamericana: una doctora blanca, activista por los derechos de las minorías. El padre de Barack conoció a su madre en Hawai y la abandonó cuando Obama tenía sólo dos años.
Esto no le impidió recibirse de abogado en Harvard y ser elegido por sus pares conservadores como el primer negro en presidir la prestigiosa Law Review. Egresado, trabajó tres años como abogado de las organizaciones de defensa de los derechos civiles y después fue electo diputado en su Estado, Illinois, para luego pasar a representarlo a nivel nacional. Y su misión es reconciliar los dos mundos que habitan en su propio cuerpo.
Como senador promovió la ley por la cual todo persona con ingresos tres veces superiores a la base de nivel de pobreza (como en Argentina el nivel de pobreza es 861 pesos, el equivalente serían 2.685 pesos) tienen la obligación de comprar un plan de medicina prepaga para liberar recursos del Estado en la atención de los más pobres: “Si para manejar un auto es obligatorio tener un seguro, no veo por qué no pueda ser obligatorio un seguro médico para quienes puedan pagarlo”.

El lunes pasado tuve oportunidad de escuchar a Obama como orador de clausura de la Convención Anual de la Asociación de Editores de Norteamérica (MPA). Hace dos años, en el mismo evento, el orador fue Bill Clinton, cuando recién había salido de su operación de corazón. Ni siquiera ese hecho, sumado a la tremenda popularidad de Clinton, produjo en la audiencia similar efecto al de Obama: todos los editores aplaudieron enfervorizados y de pie su discurso. Los más veteranos recordaban que la misma pasión sólo la despertó John Kennedy hace más de 40 años.
No faltaron periodistas escépticos que recordaron que una manía similar produjo durante poco tiempo Collin Powell, otro afroamericano que también prometía ser presidente y también había escrito un libro, Mi viaje americano, otro best seller de 2,6 millones de ejemplares en 1995. Esa clase de negros, como Tiger Woods, Ophrah Winfrey o Michael Jordan, tienen un poder icónico sobre la imaginación colectiva norteamericana, porque trascienden los estereotipos raciales.
La forma de hablar de Obama no es la de un afroamericano: Time la define como una “cadencia sincopática baja en grasas de retórica saturada”. O sea, es un profesor de Harvard que no abusa de las palabras difíciles y un negro sin acento étnico.
El columnista del Washignton Post Richard Cohen escribió el miércoles pasado que sería muy bueno –“histórico”– para su país contar con un presidente como Obama para reparar el prestigio internacional de Estados Unidos, especialmente dañado en los países no desarrollados, destruido por la política exterior narcisista de Bush (“Yo, yo, nosotros, nosotros”) y la guerra con Irak.
Escuché a Obama hablar de lo que James Patterson, en su libro El gigante inquieto. Los Estados Unidos de Nixon a Bush, llama las “dos Américas, no la blanca y la negra, la rural y la urbana, la del Norte y del Sur, la del Atlántico y el Pacífico, sino aquella que protagonizan las batallas culturales del momento: la América conservadora y la América liberal”.
Obama argumentó que hay un regreso de los 70 (Kirchner dixit) con las divisiones y el dogmatismo político que los caracterizaron: “Estamos más divididos que nunca, no sólo hay desacuerdos, hay desacuerdos vehementes y una completa industria del insulto con el objetivo de mantener a sus bases agitadas”.

El muro de Bush. Como la conferencia de la MPA este año fue en Phoenix, Arizona, aproveché la cercanía con Nogales, México, y dediqué un día a recorrer en una camioneta la frontera de desierto y roca donde se levantará el muro con el que los republicanos que piden “mano dura con la inmigración” aspiran poner fin a los ilegales hispanos, uno de los temas que polariza las “dos Américas”. El último año los inmigrantes hispanos enviaron a sus familias en Latinoamérica más de 50 mil millones de dólares: “Una terrible hemorragia del patrimonio norteamericano”, según los conservadores. La mitad de esa cifra fue a México y representa para ese país más ingresos que toda su exportación de petróleo.
Medio millón de mexicanos por año cruzan ilegalmente la frontera, la basura que se acumula en el “borde” es testigo inequívoco. Ví colchones, elásticos que oficiaron de camastros, bolsas de dormir, miles de botellas de plástico –el calor es abrasador– y todo tipo de utensilios de campamento que los “pollos” (los “polleros” son los cruzadores de inmigrantes) dejan del lado mexicano la última noche antes de pasar a Estados Unidos.
Hoy, la zona está dividida en partes por una verja de chapas, de alambrado, o la nada, dependiendo de la proximidad de la zona divisoria con una zona urbana o las complejidades topográficas. Yo mismo, sin guía, llegué a unas decenas de kilómetros de Nogales, a uno de los valles sin alambrado. De vuelta en Nogales conversé con Ramón, un preadolescente con arito de brillantes de fantasía y “lookeado” igual que si viviera en el Bronx de Nueva York, que jugaba con un amigo en el fondo de su casa el que daba contra la verja de chapas que divide la frontera. Es interesante observar cómo aun los mexicanos que decidieron quedarse construyen sus viviendas lo más cerca posible del muro: ver Estados Unidos desde el comedor es igual a una vista al mar.
En un restaurante se acercó al mozo otro mexicano a pedir cualquier trabajo porque se había quedado sin dinero, después de pagarle todo lo que tenía a unos “polleros” que finalmente no lo estaban esperando del lado norteamericano, como le habían prometido, y sin saber qué hacer volvió sobre sus pasos por miedo a la Policía Inmigratoria. “La migra” sólo alcanza a detener 1 de cada 3 que cruzan. El pobre hombre, con pocos dientes, había pagado sólo 20 dólares, todo lo que tenía, y obviamente nadie lo esperaba porque llegan a cobrar hasta tres mil dólares por cruces seguros, donde facilitan droga con el fin de acelerarlos y hacerlos más osados. El año pasado murieron 460 mexicanos en frustrados intentos por no contar con el apoyo logístico.
La frontera méxico-norteamericana tiene 3.200 kilómetros –más que de Buenos Aires a Ushuaia– y ocupa cuatro Estados: Texas, Nuevo México, Arizona y California. Pero es Arizona la mayor frontera terrestre: toda la de Texas está dividida por el río Bravo, y las de California y Nuevo México tienen menos de 300 kilómetros cada una. El muro se construirá en esos 1.126 kilómetros más calientes y costará 7 mil millones de dólares, entre la pared de 3 metros de altura (igual a la del Muro de Berlín) más otra pared más baja de metal, con una franja de 100 metros de desmalezado, sumado a sensores, radares, cámaras infrarrojas, alambres de púa y sistemas reflectores. Además, la guardia fronteriza pasará de 9 a 18 mil miembros.
Los analistas dudan de que el muro se termine de construir, porque tendrá que superar un gran cantidad de recursos judiciales que interpondrán decenas de ONGs que podrán paralizar las obras más de una vez. Pero eso no le importa a Bush, quien el jueves firmó la ley para mejorar las chances de los republicanos en la elecciones de la próxima semana (la misma táctica de las supuestas armas de destrucción masiva de Irak) conformando a los sindicatos y los ultras como los “minuteman” en Arizona, patrulladores civiles a la caza de ilegales, y el movimiento “Envíe un ladrillo”, que invitó a los ciudadanos a mandar un ladrillo por correo a los senadores para que voten la “Ley del muro”.
Bush, como buen texano, sabe mejor que nadie que los inmigrantes ilegales son fundamentales para la economía de su nación: Estados Unidos es el país industrializado con menor desempleo del mundo, sólo 4%, y cada ilegal que llega consigue inmediatamente trabajo en las tareas peor pagas, las que los norteamericanos descartan. Sin la mano de obra barata de los ilegales (11 millones sobre un total de 40 millones de hispanos) se produciría una presión inflacionaria.

Chávez y Corea. Como epílogo de mi experiencia, al regresar a Estados Unidos el diálogo con la guardia de inmigraciones de Nogales fue desopilante. Ya había cruzado Nogales hace 25 años cuando estuve en la Universidad de Arizona, becado por el gobierno de Estados Unidos, en el programa que llaman “Jóvenes Sobresalientes”, pero mucho cambió desde entonces. Al ver mi pasaporte, la policía me dijo: “Ah..., argentino, allí esta Chávez, ¿no?” (sic). Pero su ánimo paranoico fue en aumento: “¿Por qué tiene tantos viajes a Rusia?”. Iba a consultar a la cabina central y volvía: “¿Por qué viajó a India, a Turquía, a China?”, Iba y volvía ante cada explicación. Por último se le iluminaron los ojos al creer encontrar la piedra de Rosetta de mi historia viajera, y me dijo con tono de crítica: “¿Por qué estuvo en Corea, señor?”. Increíble pero real, le explico que hay dos Corea, “la de la bomba atómica es la del Norte”, y yo había estado en Corea del Sur, tanto o más enemiga de Kim Jong II que su propio país. Al final se disculpó cortésmente por la media hora de averiguaciones, y todo quedó reducido a una anécdota.
El año pasado, cuando estuve en Corea, visité el paralelo 38, la frontera militarizada de ambas Corea, dividida por cemento y alambre. Ese sí que es un muro impenetrable que aterroriza al más temerario. No me puedo imaginar algo así en Estados Unidos. No me puedo imaginar un ALCA, como bien dijo Pasquini Durán en Página/12 el viernes, donde sólo atraviesen la frontera las mercaderías y el dinero, pero no las personas.
Confío en que políticos con las ideas que Obama expuso en La audacia de la esperanza restituyan en Estados Unidos los valores que lo hicieron no sólo grande, sino también respetable.

*desde Arizona