En setiembre de 2008, cuando la crisis económica adquirió de golpe el carácter de principal noticia de la actualidad, una columna mía en este mismo diario subrayaba que los medios naturalizaban la crisis: la presentaban como un huracán del Caribe, como una catástrofe meteorológica que sorpresivamente había caído sobre el mundo globalizado. En esa columna aludía a la idea de Roland Barthes sobre el papel ideológico del mito, que busca “fundar una intención histórica en naturaleza”.
Este último miércoles, aproveché la conferencia que tuve el honor de pronunciar en el Centro del Conocimiento de Posadas (auspiciada por la Hono-rable Cámara de Representantes de la Provincia de Misiones y con motivo de la inauguración del Congreso Argentino de Semiótica), para tratar de revisar aquella interpretación de 2008. Utilicé una distinción del gran sociólogo Niklas Luhmann sobre los niveles de observación. Los actores que operan en la economía, la política, la cultura, se observan, claro, unos a otros: son observadores de primer grado. Los que trabajamos en las ciencias sociales (economistas, sociólogos, antropólogos, semiólogos, etc.) somos observadores de segundo grado. Que los observadores de segundo grado traten a los objetos que estudian como objetos naturales no debería suscitar objeción: las llamadas ciencias sociales, incluida la economía, son también naturales en el sentido en que estudian fenómenos que forman parte de la evolución de la vida, a saber las sociedades humanas en sus aspectos económicos, demográficos, políticos, culturales, artísticos, etc. Tenemos que acabar con las viejas oposiciones entre naturaleza e historia, naturaleza y cultura, ciencias duras y ciencias blandas: todas las ciencias son naturales y la naturaleza es historia: el proceso, único e irrepetible, de la evolución del universo.
Si la intervención del discurso económico en el espacio público –particularmente en el político–, me genera un efecto de “naturalización” en el sentido de Barthes (algo así como: las leyes de la economía son lo que son, la situación económica es tal cual y hay que aceptarla como una suerte de condición ineludible), es necesariamente porque considero que la ciencia económica es una ciencia dura, a diferencia de las otras ciencias sociales. Pero si en cambio pienso no que la economía es una ciencia blanda que se quiere hacer pasar por dura, sino que todas las ciencias –sociales o no– son duras, ese efecto se desvanece.
La capacidad humana de transformar los objetos que estudian las ciencias no tiene nada que ver con esas distinciones. Pensar que un campo de fenómenos determinado por leyes rigurosas y “naturales” no admite la intervención humana es una tontería: el sapiens tiene hoy la capacidad de intervenir hasta en su propio genoma. Cuando los economistas entran en el espacio público a través de los medios, se transforman en observadores de primer grado (en actores), pero no pueden pretender seguir siendo considerados, en ese momento, como observadores de segundo grado. Los medios producen necesariamente dicha transformación, pero el cortocircuito entre niveles de observación sólo genera paradojas epistemológicas: no podemos ocupar las dos posiciones al mismo tiempo. El economista que se desliza al nivel 1 de observación, aunque tenga todo el derecho de utilizar los conocimientos que posee, no es otra cosa que un ciudadano más. ¿Por qué? Porque lo que son hechos científicos en el nivel 2 se transforman en valores en el nivel 1, y exigen una decisión ética. En mi conferencia di como ejemplo la cuestión de la igualdad. Para el observador de segundo grado, la igualdad de todos los miembros de la especie humana es un hecho científico irrefutable de la biología. Para el observador de primer grado, la desigualdad, la injusticia, la exclusión, la explotación son contravalores ante los cuales está obligado a tomar partido. Y en esa situación, la indiferencia es ya una decisión ética.
Mientras contemplaba a través de los grandes ventanales de un restaurante del centro de Posadas, con amigos y colegas, la lluvia torrencial que se descargó poco después de terminada la conferencia, pensé que en el nivel 3 en el que yo me había colocado (observaciones sobre los observadores de segundo grado, en este caso los economistas), de alguna manera reaparecían los juicios de valor: tenía la sensación de que mi charla había sido también un acto político.
*Profesor plenario, Universidad de San Andrés.