El presidente Alberto Fernández agitó la suspensión de las clases a la mañana y la resolvió a tardenoche. Fue el gran anuncio de la conferencia de prensa en Olivos, flanqueando simbólicamente por Cristina (Axel K) y Mauricio (Horacio R.L.). Es decir: él al centro. Todo el poder a Alberto.
No lo digo peyorativamente, para nada. Una crisis sanitaria como ésta necesita conducción vertical, liderazgo y, de este lado del planeta, cierta horizontalidad. En China, esa conducción vertical (que tuvo resultados efectivos para envidia de Occidente completo) se expresa de otra manera. Es verticalidad y punto. Pues bien: Alberto se ha consagrado este 15 de marzo, digamos, como una especie de Mao democrático. Lo hizo con fraseo de profe universitario y, a la vez, prometiendo mano firme al que se pase de la raya.
Data dura con trato cariñoso de padre contenedor. Mañana se verá cómo piensa la economía de fronteras cerradas, recesión agravada sin remedio, base pobre complicada y furia de acaparación en los super, grandes, medianos y chinos.
Mientras tanto, les tiró la pelota a los más difíciles de controlar: los ciudadanos, que, atribulados por la pandemia y confundidos por no poder echarle la culpable a Macri ni a CFK de esta desgracia, pasamos a ser los protagonistas centrales en la guerra contra el corona-bicho.
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Está bien asesorado Alberto. Tiene de su lado (ojo, circunstancialmente) a los más serios científicos del país. El asunto, ahora, es si somos capaces de construir una muralla sanitaria para defender no una ni dos sino todas las vidas.
En lo personal, creo que estamos ante un ensayo general. Lo peor vendrá con el frío. O, por una vez, habremos superado la estupidez de la fractura por deporte falsamente intelectual.
Eso sí: cuando esto pase, con más o menos muertos, habrá que levantar no a un país sino a un planeta entero de una caída económica de nuevo tipo.
Cuando veamos quiénes salieron más ricos, será más fácil distinguir dónde están los verdaderos y más enormes hijos de puta.