COLUMNISTAS

Otoño en Manhattan

Pocas semanas más deliciosas pueden vivirse en Nueva York que éstas que se despliegan ahora mismo, tras los infiernos estivales y antes de la gélida e inexorable miseria invernal.

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Pocas semanas más deliciosas pueden vivirse en Nueva York que éstas que se despliegan ahora mismo, tras los infiernos estivales y antes de la gélida e inexorable miseria invernal.

La ciudad de subsuelo rocoso florece con renovada vitalidad y su energía proverbial deslumbra siempre con mayor fuerza, aun cuando el otoño inicia la ineluctable deriva hacia el frío fin de año. Tras los calores, los permisos y las travesuras del verano húmedo y sofocante, la Gran Manzana fascina y deleita con su colosal oferta de posibilidades.

Compras, ventas, subastas, estrenos, relanzamientos, presentaciones y nuevas oportunidades se apiñan de manera alucinante. No ya los turistas, que se atosigan con las torpezas de su inexperiencia y su avidez, sino hasta quienes hemos sido o son neoyorquinos, saben que se precisa una muy refinada percepción de las maravillas que ofrece Manhattan para poder seleccionar de a una por vez, antes de enloquecer de frustración.

¿Habrá que aprovechar esa muestra excepcional en el museo Metropolitan, o será mejor acercarse hasta el despampanante MoMA para pasear por esa extravagante “intervención” fuera de serie? ¿Acudiremos al Lincoln Center para maravillarnos de la ópera fenomenal que estrena una puesta en escena sin antecedentes, o será menester peregrinar hasta el Carnegie Hall por ese concierto memorable? ¿Bajaremos hasta las galerías del barrio de Chelsea para revisar lo más nuevo en artes visuales, o no nos perderemos ese apetitoso sale imposible de evitar lanzado por Bloomingdale’s? ¿Dejaremos de escuchar ese jazz exquisito que sólo se encuentra en el Village Vanguard, o probaremos cervezas exóticas en los sensuales bares de solteros de la Second Avenue?

Nada más humano que morirse de placer en Nueva York, de modo que ¿a quién puede molestarle en serio que la Presidenta adore la ciudad, sobre todo habiéndola conocido tan tarde en su vida, y le dedique tiempos que a nadie más la consagra? Es que cuando hace campaña anunciando obras en las ciudades del interior argentino, ella suele ir y venir en el día, a menudo, incluso, gastando más tiempo en sus costosos vuelos que lo que les dedica a sus connacionales de extramuros.

Es cierto que tiene razón la Presidenta en venerar a Nueva York, incluso en estos tiempos de borrascas financieras que ella parecería confundir con el fin del capitalismo. Manhattan en especial, que es uno de los cinco condados de Nueva York (no los imagino a los Kirchner aventurándose por Brooklyn o el Bronx), es un sitio de energía turbo propulsada y la decadencia del capitalismo no consigue borronear la fascinación que suscita la ciudad, tan rebosante de fuerza y emprendimientos que hasta los emisarios de la reactivación argentina sienten venir de la siesta al tocar el aeropuerto Kennedy.

Pero que a los Kirchner en general y a Cristina en particular Nueva York les ofrezca esa sensación de vitalidad y optimismo que viene suscitando generación tras generación, no justifica ni da plausibilidad a esas estadías dilatadas en estos morosos septiembres manhattanianos, que se hicieron hábito desde 2003.

El punto es claro y rotundo: la Presidenta se queda todos los años en Nueva York mucho más de lo necesario, abocada a tareas que en modo alguno justifican tan dilatada permanencia. Sus rutinarias presentaciones de estos años en el Council of the Americas han sido obscenamente sobrevaloradas por esa combinación letal entre el analfabetismo nativo y las expectativas artificialmente recargadas de quienes peroran alegando que la Presidenta (como antes su marido) tienen el “deber” de presentarse ante ese foro.

En verdad, el Council es un lobby empresario habitualmente concurrido por gerentes de segunda y tercera línea. No es un cónclave de auténticos moguls o tycoons: no se presentan allí los dueños verdaderos de las corporaciones y ni siquiera la mayoría de sus CEO. El casi nonagenario mentor del Council, David Rockefeller, se ha fotografiado con todos, desde Jorge Videla hasta Cristina Kirchner.

Sin embargo, la Argentina oficial ha convertido a estos ágapes esencialmente irrelevantes en ágoras decisivas, una mentira provinciana que produce pudoroso bochorno.

En general, las “agendas” que le arman a la Presidenta en Nueva York son en gran medida artificiales, un verdadero adefesio de los asuntos de Estado, incluyendo mostrarse con Shakira, un gesto comprensible si la colombiana la visitara en Olivos, pero absurdo en Nueva York. No se entiende por qué no se hace cargo de esos menesteres el silencioso canciller, Jorge Taiana.

Y aun cuando el aislamiento de los personajes y temas centrales del planeta define en gran medida el perfil de la Argentina desde fines de 2001, esto que se arma en Nueva York es apenas un simulacro de presencia internacional.

En todo caso, lo llamativo e hiriente es que la Presidenta duerma nada menos que seis noches en el hotel Four Seasons, cuando su único verdadero compromiso era un mero discurso en la Asamblea General de las Naciones Unidas, integrada por 192 países y cuyos enviados hablan a lo largo de toda una semana.

Sus palabras en la ONU se llevaron veinte minutos en el atril, pero ella se quedó en la ciudad de domingo a sábado, una enormidad si se considera que viene de un país que está en el horno.

En cambio, Lula, presidente de la nación más importante de América latina, y cuya tasa de popularidad, a casi seis años de estar en el cargo, orilla el 80%, llegó al aeropuerto Kennedy bien entrada la noche del domingo, casi la madrugada del lunes. Regresó a Brasil el miércoles por la tarde a su país, la mitad del recreo que se tomó su colega argentina. Cortito y al pie, un tipo serio.

Hasta Héctor Timerman tuvo que admitirlo: le confesó el miércoles al enviado de un matutino porteño que “a este viaje le sobra un día. O dos”.

¿No debería relajarse un poco el taciturno embajador argentino en los Estados Unidos y admitir que Nueva York merece, por lo menos, una semana larga de disfrute presidencial por año, bajo el cobijo de un suntuoso albergue?