Harare, Zimbabwe, septiembre de 1986. El presidente Raúl Alfonsín asiste a la Cumbre de No Alineados y encabeza, junto a los mandatarios de India, Brasil y varios países africanos, una iniciativa para crear un espacio de diálogo sobre los desafíos del Sur. Un año después, nace la Comisión del Sur y se instala la categoría de Cooperación Sur-Sur. La conferencia afroasiática de Bandung en 1955, la primera conferencia sobre “cooperación técnica entre países en desarrollo” y el Plan de Acción de Buenos Aires (PABA), de 1978, son sus referencias inevitables. Desigualdades, shocks económicos e interdependencia, los desafíos que señala la comisión.
Cuatro décadas después, Buenos Aires será sede de otra conferencia histórica. PABA+40 es la Segunda Conferencia de Alto Nivel de las Naciones Unidas sobre la Cooperación Sur-Sur. Cerca de 1.500 participantes de 193 países, además de academia, sector privado y sociedad civil, debatirán sobre el futuro de la cooperación Sur-Sur y el desarrollo sostenible. La novedad es el cambio de los patrones de distribución mundial de la producción, el comercio, la inversión y la cooperación internacional. En 1990, el Sur representaba solo un tercio de la producción mundial, hoy comprende alrededor de la mitad. El comercio Sur-Sur se triplicó y la proporción de inversión Sur-Sur creció del 20% al 50%. Hay relativamente menos ayuda Norte-Sur, pero más opciones Sur-Sur y de cooperación triangular. Junto a la cooperación técnica, florecen los préstamos de una red cada vez más amplia de bancos de desarrollo nacionales y multilaterales.
Pero el Sur tampoco es homogéneo. Más bien, hay una diversidad de visiones sobre la cooperación. Algunas más aperturistas, otras más soberanistas. En un extremo, se aspira a “armonizar” y replicar estándares de la OCDE; en el otro, se movilizan recursos financieros propios a través de una diplomacia económica de calibre. Esta disputa se refleja también en el disenso acerca de cómo llevar el registro de la cooperación. Los hay más dispuestos a sistemas de cuantificación compartida, los hay más defensivos de sistemas estadísticos nacionales. Para los primeros, se necesita establecer una definición operativa de cooperación Sur-Sur. Para los segundos, eso socavaría la pluralidad y lo idiosincrático de la cooperación. Difícilmente esta grieta se cierre en Buenos Aires. Sin embargo, América Latina puede mostrar un camino intermedio y recorrido en los últimos diez años: el informe anual de la Segib, que sistematiza las prácticas de la región.
El otro debate fundamental pasa por el desarrollo. El punto de partida es la Agenda 2030 y los Objetivos del Desarrollo Sostenible. Se reconoce el desarrollo como multidimensional (económico, social y ambiental) y multiactoral (más allá de los estados). Pero sus fronteras están en constante movimiento. Los países del Sur no tienen una lectura homogénea sobre la inserción internacional, el progreso técnico, las desigualdades, la integración económica, las políticas públicas y del Estado, y la sostenibilidad ambiental. Tampoco las políticas públicas con perspectiva de género son una referencia en todos los casos. Hay además “tensiones inevitables” entre las pautas de consumo e inversión, entre los ritmos de productividad y empleo o entre las formas de crecimiento y la sostenibilidad ambiental. Y, fundamentalmente, hay jerarquías en el Sur. Algunos países con capacidades para afrontar la transición hacia un nuevo estilo de desarrollo; otros más dependientes de transferencias tecnológicas y altamente expuestos al endeudamiento externo.
La brújula vuelve a señalar al Sur y otra vez a Buenos Aires. Los sucesos históricos deben pensarse desde la huella que dejan hacia el futuro. Y, muy probablemente, PABA+40 dejará más tareas por hacer.
*Investigador del Conicet. Profesor del Doctorado en Desarrollo Económico, UNQ.