Los artistas buscan esa otra forma de mentir que se escinda del mundo entero y que conduzca a una obra verdadera. Dado que toda obra supone un recorte, elegir qué se dejará afuera del espectro de lo visible es un acto volitivo que en muchas disciplinas se llama técnica. Pero siempre ronda el fantasma de la culpa: se trata de una forma de mentira. Esto no pasaría a mayores en culturas menos exacerbadas. Pero cuando la temperatura ambiente es extrema, nuestra profesión entra en crisis y es mucho más arduo construir ficción.
El otro día, una periodista en Radio Mitre, en referencia a las mineras, se dio el lujo de desembarcar en el tema de la contaminación y terminó boqueando algo así como que “habría que ver realmente si el cianuro envenena tanto como dicen”. La invito a tomarse un vaso a ver qué pasa. Pero el desfasaje habrá pasado desapercibido, porque toda pequeña mentira se diluye cuando medimos nuestros actos cotidianos con una escala mayor: la de la mentira estratosférica de la clase política y de sus fueros, esa mentira que con la valla puesta bien alto en Panamá llama negocio a la evasión, apelando a que cualquier pobre pelagatos se identifique (como en una telenovela) con la figura del empresario de camisa.
Los comedores escolares de la Provincia funcionan sólo a arroz y fideos, con un menú angustiante armado con $ 6,30 por niño pero Vidal llama a eso “reordenamiento del servicio”. Es mentira, pero pasará también desapercibido. Lo mismo que el costo de redecorar la casa en la que quiere vivir en una brigada militar y que, claro, no pagará de su bolsillo.