COLUMNISTAS

¿Otro 1983?

Parte de la sociedad exhibe un optimismo similar al que produjo la recuperación de la democracia la llegada de Macri al poder.

Alfonsín y Macri, dos presidencias que alentaron expectativas.
| Cedoc

El entusiasmo atraviesa a una parte significativa de la sociedad. Lo produce el sacarse de encima a quienes la vinieron conduciendo de manera violenta y autoritaria, en mucha mayor proporción que la esperanza que le genera quien viene a conducir el país.

Esa parte de la sociedad exhibe un optimismo similar al que produjo la recuperación de la democracia en 1983. Es tan injusto dar la misma jerarquía positiva a Macri que a Alfonsín  como dar al kirchnerismo la misma jerarquía negativa de los militares. Pero guardando las proporciones es una comparación válida en nuestra historia reciente porque la llegada de Alfonsín terminó para siempre con el “partido” militar y a quienes están muy animados con la llegada de Macri –más que a Macri  mismo– los alienta la posibilidad de que el peronismo después de sus dos frustradas experiencias transfiguradas en menemismo y kirchnerismo  se parta definitivamente comenzando un proceso de ocaso que, aunque durase décadas, haya perdido para siempre y desde ahora el halo de invencibilidad que vino teniendo a lo largo de setenta años de vida política.

La aplastante muerte del “partido” militar también contribuye a vaciar de contenido simbólico al peronismo

También es injusto comparar el ejercicio autoritario del gobierno que hicieron las dictaduras militares que se fueron intercalando en las casi siete décadas entre 1930 y 1983  con las distintas formas de autoritarismo que caracterizaron a los diferentes gobiernos peronistas que también se fueron intercalando en las siete décadas que van desde 1945 hasta 2015. Pero el “partido” militar y el peronismo tienen puntos de contacto en la confusión entre Estado y gobierno, y un uso de lo público (el espacio, los recursos económicos, los símbolos nacionales) como propiedad del sector que representaban.

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El efecto  espejo invertido de retroalimentación entre “partido” militar y  peronismo alternándose mutuamente se rompió  cuando  el “partido” militar quedó definitivamente enterrado, primero por Alfonsín y rematado en forma de segunda y definitiva muerte por Néstor Kirchner. Quizás la aplastante erradicación del “partido” militar también contribuyó al vaciamiento simbólico del peronismo.

El peronismo del que eventualmente se podría estar despidiendo el país no es el de un partido como el que aspiran a reorganizar De la Sota, Urtubey, Massa o Randazzo,  sobre el modelo europeo socialdemócrata, porque ese peronismo que muy probablemente surgirá ya no sería el movimiento peronista hegemónico, sino otra cosa, como de hecho las Fuerzas Armadas siguen existiendo hoy, pero ya no son más “la reserva moral de la Nación” como quisieron hacer creer mientras sostenían su máscara.  

Ese partido peronista institucionalista, y eventualmente otro partido peronista más radicalizado u otro tipo de fragmentación, ya no tendría el monopolio de la lucha contra la pobreza encarnada por Perón en los sindicatos.

La discusión acerca de si el PRO es de derecha, de centroderecha, de centro, si esas categorías ya no son más aplicables a la política del siglo XXI ,esconde una cuestión que sí es verdaderamente de fondo, existencial y ontológica. Había en el imaginario argentino una entidad que podría responder a distintos significantes: izquierda, progresismo, peronismo, que se definía a sí misma por la defensa de los más pobres, contraponiéndose a otra entidad imaginaria a la que se denominaba derecha casualmente por atacar a los pobres. Esta primitivización de los conceptos derecha e izquierda llevó a que el PRO haya siempre rechazado representar siquiera la centroderecha cuando los principales  diarios de todo el mundo sí califican a Macri como derecha sin que eso signifique ninguna intención  peyorativa. Porque si los partidos de derecha ganan elecciones tanto en Europa como en Estados Unidos de manera recurrente y se alternan con los denominados partidos de izquierda, no podría ser posible si agrandaran la pobreza de sus países. En países desarrollados nadie tiene el monopolio de la lucha contra la pobreza; ésa es una cuestión de Estado. Lo que discuten la izquierda y la derecha son los medios con los cuales mejor se combate la pobreza.

La frase con que Mario Pergolini despide a Macri en uno de sus últimos reportajes antes del ballottage es una especie de palabra plena de la psicología social. Pergolini le dice a Macri: “No nos cagues”. Lo que podría deconstruirse en: “Vos, que sos rico, no nos cagues a nosotros, que no somos ricos”, en una clásica y paradójica identificación de una parte de la clase media (y en el caso de Pergolini, más que media alta) con la clase baja.

Es evidente que quien precisa ganar elecciones no podrá hacerlo yendo en contra de los deseos de la mayoría, y el “no nos cagues” es un residuo del “partido” militar que gobernaba sin tener necesidad de ganar elecciones y de identificación de la derecha con el “partido” militar.

Luchar contra la pobreza también puede ser un atributo de una derecha democrática que busque
ganar elecciones

Un comentario recurrente tras el ballottage se dio entre personas de clase media sorprendidas porque la mucama de su casa había votado por Macri. Ya ningún sector político tiene el monopolio de la lucha contra la pobreza, como lo prueba el ejemplo del Jujuy de hoy simplificadamente anti Milagro Sala.

Queda como la cara oscura de un déjà vu de diciembre de 1983 el temor a que nuestro año próximo sea turbulento, como 1984. Que en 2016 haya huelgas generales y presiones que, esta vez, en lugar de ser militares sean de grupos sociales radicalizados. El gran desafío de Macri es diferenciarse de Alfonsín teniendo éxito económico, haciendo que la mayoría –los más pobres y la clase media– mejoren su calidad de vida y lo vuelvan a votar.  El cambio no sería que haya un presidente no peronista que termine su mandato, sino que un presidente no peronista sea reelecto.