Abonado al patetismo e ignorando lo que había ocurrido con el velatorio de Diego Maradona, el presidente nominal de la Nación fue por más el martes 20, tomando como excusa un imposible encuentro de los jugadores de la selección campeona del mundo con los hinchas. Emitió un decreto (cuyo increíble texto llevaba también la firma de la armada Brancaleone integrada por los ministros del gabinete), convirtiendo a aquel día en feriado nacional. En un país con 40% de pobres, 13% de indigentes e incontables personas que viven de empleos precarios o que despiertan cada día sin saber si esa será la fecha en que perderán su fuente de ingresos, se decidió que tanto el trabajo como la educación eran prescindibles (algo que el Gobierno ratifica aun sin campeonato del mundo) y que quienes viven de lo que pueden recolectar cada día debían donar su pan de esa jornada al festejo “popular”. Un festejo que cualquier argentino con capacidad racional podía saber, sin ser vidente, que terminaría como terminó. Desorganizado, con fuerzas de seguridad ineptas para todo servicio, sin ningún planeamiento y habilitando la vía libre para manadas de delincuentes, punguistas, violentos y alcoholizados carentes de cualquier atributo para la convivencia social. Lo peor de lo argento al palo, eso que esta selección no es ni representa.
Mientras todo se desmadraba el presidente nominal despedía su desatinado sueño de recibir a los deportistas en la Casa Rosada para bañarlos con su verborragia de siempre y anotarse un punto contra su mandataria, más ocupada hoy en escabullirse de la Justicia que en las conquistas futbolísticas. Una vez más, el país entero fue víctima de estos dislates, mientras quedaba expuesta la realidad de una sociedad que, durante los festejos del domingo, día de la victoria, había celebrado en comunidad, con una alegría despojada de grietas y enfrentamientos y con la ilusión de que es posible convivir de una manera civilizada, respetando la diversidad e incluso nutriéndose de ella. Por dos días (ese domingo y el lunes, en el que cada uno volvió a su puesto, con sus preocupaciones y también con un importante remanente de felicidad) pareció posible emular el modelo de la selección: perfil bajo, trabajo consciente y responsable, disciplina, energía y pasión enfocados en un propósito común, labor en equipo con espíritu mosqueteril (todos para uno y uno para todos) que permita emerger lo mejor de cada integrante, eso que lo hace valioso, además de diferente. En fin, todo eso que ningún dirigente, desde la cúspide hasta la base, pasando por los costados, es capaz de ofrecer y que, por el contrario, se empeña en escamotear y desvirtuar. El absurdo decreto del feriado partió en dos a un país que el domingo estuvo unido. Una idea pensada para porteños y habitantes del Conurbano, que dejaba lejos, a miles de kilómetros del Obelisco, a millones de compatriotas necesitados de trabajo (y de trabajar) en provincias arrasadas por la crisis económica y social generada por el mismo gobierno que no vacila, apenas puede, en ejercer una demagogia barata, obscena y estéril que inevitablemente se le vuelve en contra. Desconocedores del trabajo, habitués de fiestas en residencias oficiales en momentos en que miles mueren y sufren, perdieron (si lo tuvieron) el contacto con la realidad, la sensibilidad, el tacto, la cintura y la ubicación. Nueve provincias reaccionaron exhibiendo alguna de esas virtudes y negándose a cumplir el insólito feriado. Al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires le faltó el temple para una actitud similar. Una lástima y también una alerta sobre lo que puede ofrecer quien aspira a la Presidencia.
Pasaron 83 años desde que el filósofo español José Ortega y Gasset (entonces exiliado en la Argentina) dijera en una conferencia: “¡Argentinos, a las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que daría este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas”. Decía argentinos a las cosas, no argentinos a la joda.
*Escritor y periodista.