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decadente buenos aires

Pacífico

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Los caminantes de Buenos Aires lo saben, los conductores de coches también, los ciclistas a esta altura no pueden desconocerlo. Ya casi no queda esquina en la Ciudad cuyos semáforos funcionen por completo. A éste no se le enciende la luz roja, a este otro se le apagó para siempre la verde, aquel de allá se quedó mudo: ningún color, ni un parpadeo. De este modo, los cruces de calles, territorios habituales de la decisión, devinieron hoy por hoy en su exacto opuesto: el lugar de no saber, el sitio para vacilar. Como ningún semáforo funciona del todo, los porteños tuvimos que aprender a escrutar y deducir; ante el semáforo que nada dice, fijarnos en el semáforo contiguo, o en el de abajo, o en el de arriba, o en el de la calle transversal, aunque nos quede incómodo, para ver si acaso anda. Un foco reemplaza al otro, que defeccionó, siempre y cuando atinemos a detectarlo. Sólo así podemos determinar si tenemos que pasar o tenemos que frenarnos, impulsarnos o esperar.

Quien quiera quejarse, que lo haga, por los males de la inoperancia de la gestión municipal y por las pruebas manifiestas de que nuestra urbe declina. Yo me detengo, por el momento, en esto otro: el régimen de la mirada callejera está cambiando por estas fallas. En lugar de la mirada fija, clavada en la luz roja, del que aguarda con ansiedad para dar el salto al pavimento o para soltar el embrague y picar, se impone una mirada distinta, más de oteo, más dispersa, mirada que va y viene, que busca y desencuentra y encuentra lo que no buscaba.

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Así fue como descubrí, la otra tarde, en el cruce de Juan B. Justo y Santa Fe, un boliche llamado Chori Point. Como está sobre Juan B. Justo, lo que es casi como decir en las márgenes del Maldonado, es difícil resistirse a la evocación orillera. ¿Qué decir, entonces, de Chori Point? ¿Cómo habrá que interpretar ese nombre? ¿Es lo foráneo que viene a contaminar la esencia de los almuerzos populares? Alzo la vista del comedero al paso, y doy con un inmenso cartel de publicidad que dice: “Sony Store”. Y miro hacia la vereda opuesta y encuentro un comercio que anuncia “Sommier Center”. Entonces, comprendo todo. No se trata para nada de un síntoma más del Palermo Tilingo. Al revés, se trata de su parodia. Un caso evidente de risa popular, a la manera de Leónidas Lamborghini; una invitación, acaso implícita, a releer a Borges, su mundo de malevos narrado con sintaxis inglesa.