COLUMNISTAS
Defensor de los Lectores

Palabras, esos duendes ni inocentes ni impunes

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Opinión. Los dichos de Fulop, bajo condena. Sus aclaraciones llegaron tarde. | nestor grassi

En su carta publicada hoy, el lector Jorge Rubnicius –un habitué en la sección de Correo– descarga artillería pesada sobre los dichos vertidos en Radio Mitre por la actriz venezolana Catherine Fulop, residente en la Argentina desde hace más de veinte años. Como ya fue ampliamente expuesto en los medios durante la semana, Fulop hizo en el programa Cada mañana, entrevistada por Marcelo Longobardi, un asombroso paralelismo entre la actualidad venezolana y el Holocausto, identificando a los judíos subyugados en los campos de concentración como cómplices del horror. “¿Por qué creés que Hitler sobrevivió, porque solito lo hizo todo?”, dijo la actriz, y agregó, enfática: “No, porque dentro de los judíos eran los peores, los más torturadores dentro de los campos de concentración. Los sapos eran propios judíos que torturaban a su propia gente. Esto mismo está pasando en Venezuela”. PERFIL se ocupó del tema en su edición de ayer (página 62), y la versión digital Perfil.com lo hizo en días anteriores.

Longobardi no repreguntó y en el aire quedó firme la respuesta de Fulop, quien en otras apariciones en medios posteriores intentó aclarar que lo suyo no fue una expresión de antisemitismo sino un mero exabrupto fruto de su tensión por los hechos en su país.

Por cierto, lo sucedido amerita algunas reflexiones necesarias para que los lectores de este diario puedan hacer sus propios análisis y caracterizar lo dicho por la actriz con la mayor cantidad y calidad de armas. José Saramago dijo algo que bien sabemos los periodistas: las palabras no son “ni inocentes ni impunes”, y constituyen “los materiales de nuestro pensamiento”. Como bien lo señalaba al hacer la misma cita el nuevo defensor de los lectores del diario El País de Madrid, Carlos Yárnoz, “la elección de las palabras marca a quien las emplea”, y en los medios “son señales que jalonan su línea editorial”.

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Simplificando: lo que uno dice tiene un valor, un peso que muchas veces quienes hablan despreocupadamente no mensuran. Fulop –y tantos otros opinadores seriales que pululan por el aire radial y televisivo e invaden las redes sociales– dijo lo que pensaba, tanto desde lo ideológico como desde su evidente ignorancia por lo sucedido en el Holocausto (hasta confundir “sapos” con “kapos”, como se llamaba a los prisioneros judíos a los que se adjudicaba un régimen especial que los transformaba en colaboracionistas).

A ella podrán caberle –y le caben– anatemas de la sociedad y de quienes sienten en la piel el agravio sufrido a su memoria y su pasado, pero es aún más condenable la postura de medios de comunicación que miraron a un costado o callaron ante tamañas afirmaciones.

Un artículo publicado hace pocos días por el propio Yárnoz (quien reemplazó en enero a la ombudswoman Lola Galán, muchas veces citada en estas columnas) está emparentado con el empleo ajustado de la palabra para definir hechos, personajes, instituciones o situaciones. Algunos lectores de El País se quejaron por la caracterización como ultraderechista para la opción electoral Vox, adjudicada en notas de ese diario. Yárnoz respondió entonces que la posición de El País es exactamente esa: “Vox es un partido de extrema derecha”, afirmó la responsable del área de opinión, Máriam Martínez-Bascuñán, quien argumentó que esa opción política “comparte con formaciones ultras europeas el autoritarismo, el nativismo (xenofobia más nacionalismo) o estrategias populistas (visión moralizante de la política), simplificación del campo político amigo-enemigo”.

Estamos viviendo, en esta convulsa etapa preelectoral, una guerra de palabras que nos obliga a nosotros, los periodistas, a extremar el cuidado en su empleo y calibrar lo que decimos para no confundir a nuestros destinatarios.