El incendio de Notre Dame de París globalizó la grieta que parecía patrimonio de los argentinos. Ahora, las redes sociales, algunos medios y personajes públicos de todo el mundo son protagonistas de una polémica que estableció un precipicio entre quienes consideran esas llamas como el trágico destino para un edificio (considerado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde hace casi cuatro décadas) y los que preguntan por qué no impactan tanto en la sensibilidad pública los bombardeos sobre Siria, Líbano y la Franja de Gaza, o el hambre y la miseria.
Como en otros casos, particularmente los de estas latitudes, los extremos parecen irreconciliables y no permiten un serio análisis. La propuesta de este ombudsman es invitar a los lectores a reflexionar acerca del hecho y de sus consecuencias directas o indirectas. Repasemos:
- El edificio de Notre Dame es mucho más que un espacio dedicado al culto católico. Más: excede en mucho el símbolo de la religiosidad, porque ese espacio forma parte indudable de la cultura universal. Es una obra arquitectónica fantástica, multicentenaria, que pega en la sensibilidad de quienes la hemos recorrido y observado por sus valores artísticos. Para alguien que, como yo, no profesa religión, es como conmoverse ante la Venus de Milo, La Gioconda o el Guernica, ante el Moisés de Miguel Angel o el Campanile florentino. ¿Se podría hacer un análisis por la negativa si el fuego afectara a la totalidad o buena parte del contenido del Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires o las cúpulas de la Galería Pacífico? Entristece a cualquiera que obras de arte de tal magnitud sirvan, con su destrucción, solo para el buen recuerdo.
- Así como quienes critican a Cristina y sus gobiernos son considerados por sus seguidores como defensores de Macri y su gobierno y viceversa (sin considerar que puede haber gradaciones intermedias basadas en argumentos sólidos), equivocan el camino quienes señalan que quienes se conmueven ante el incendio parisino no sienten un dolor en el pecho cuando ven imágenes de los edificios destruidos en Beirut, Aleppo o Gaza (¿por qué un golpe a la emoción por un hecho descalifica los otros golpes?). Es, como tantas otras cuestiones domésticas, fruto de una caracterización binaria que poco aporta a la convivencia.
- La reconstrucción del edificio demandará una inversión/gasto (elíjase lo que más se adecue a lo que el lector estime) cercana a los mil millones de euros. El presidente de Francia, Emmanuel Macron, comprometió su palabra de que la obra se concretará, cueste lo que cueste. Su premier, Edouard Philippe, anticipó que enviará un proyecto al Parlamento para que toda donación reciba un tratamiento especial que excederá la ley de mecenago: 75% de desgravación impositiva para cifras de hasta un millón de euros y 66% para montos superiores. Empresas y personajes multimillonarios ya anunciaron aportes por 800 millones de euros, y seguramente habrá otras donaciones que duplicarán la cifra. Ingrid Levasseur, ex “chalecos amarillos” (el colectivo popular que se manifiesta contra la política económica del gobierno) criticó a los ricos que aportan a la reconstrucción pero ignoran las demandas de los trabajadores, y la candidata por la izquierda radical Manon Aubry reclamó a los empresarios que paguen sus impuestos “en lugar de mediatizar donaciones desfiscalizadas”. La revista satírica Charlie Hebdo, célebre por el ataque que sufrió a manos de fundamentalistas islámicos, dedicó una tapa incendiaria al incendio (no hay error).
Por estos lares, la grieta parece haberse achicado un poco en los últimos tiempos: la crítica situación económica que golpea en especial a los sectores más desprotegidos alienta el público arrepentimiento de buena parte del electorado que eligió Cambiemos como opción. Basta ver hoy el tono de algunas cartas de lectores.