COLUMNISTAS
Defensor de los Lectores

Internet no es una fuente sino un mero instrumento

Diez, doce años atrás, la caída en la imagen de confiabilidad en los medios de comunicación tradicionales produjo un efecto reactivo que algunos usuarios de formato digital supieron aprovechar para ocupar nichos de preferencia en un púbico que recién llegaba a internet para consumir sus propuestas.

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Umberto Eco. Definió las redes sociales: “Es la invasión de los idiotas”. | cedoc

Diez, doce años atrás, la caída en la imagen de confiabilidad en los medios de comunicación tradicionales produjo un efecto reactivo que algunos usuarios de formato digital supieron aprovechar para ocupar nichos de preferencia en un púbico que recién llegaba a internet para consumir sus propuestas. Florecieron los blogs, como sucedáneos de medios considerados serios, se encumbraron personajes que hoy serían definidos como influencers, aparecieron protagonistas de videos en YouTube que lograron efímeras o persistentes cualidades de ídolos populares. Lo superficial, no chequeado, audaz, temerario, logró superar (al menos por lapsos más o menos breves) la confiabilidad en los periodistas.

Por cierto, fue una oleada que tuvo al menos dos consecuencias importantes: universalizar, hacer masivo el acceso a las informaciones, transformar en protagonistas a quienes eran meros consumidores pasivos de la televisión, la radio, las revistas, los diarios y aun los crecientes espacios noticiosos en formato digital; y obligar a los medios convencionales a extremar sus medidas de protección contra noticias falsas, o distorsionadas, o sesgadas por intereses alejados del público y cercanos al poder, a los poderes.

Se debate, aún, si la existencia de un instrumento tan poderoso como lo es internet responde a las necesidades de la gente de manera positiva o si el exceso de recurrencia a ese medio de acceso a la información ha contribuido a generar una suerte de analfabetismo masivo en relación con la noticia, sus detalles y sus interpretaciones.

En los primeros años de este siglo, el semiólogo Umberto Eco advertía: “Internet puede haber tomado el puesto del periodismo malo. (…) Te fías de todo porque no sabes diferenciar la fuente acreditada de la disparatada”.

En un reportaje para La Stampa, de Turín, Eco afinaba más la mira, centrándola en la por entonces novedosa irrupción de las redes sociales, que –en sus palabras– “les dan derecho a hablar a legiones de idiotas que antes hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente, y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas”.

Para que los lectores de PERFIL tengan claro adónde estoy apuntando: a la certeza de que internet y sus afluentes más o menos exitosos (Facebook, Twitter, Instagram, blogs, YouTube, incluso Wikipedia,) no constituyen fuentes confiables per se, sino que obligan a quienes acceden a sus propuestas a buscar por otras vías, revisar libros, archivos, aplicar horas o días (meses, tal vez) para determinar la veracidad de lo hallado en la web. Hace algunos años, un estudiante norteamericano introdujo (como experimento) información falsa en la biografía de un músico en Wikipedia. Hasta que se detectó la anomalía pasaron dos o tres días, tiempo suficiente para que medios tradicionales tomaran como cierta la impostura y la publicaran sin chequear.

Que esto no suceda es lo menos que se les puede exigir a medios como PERFIL.

Policiales. El editor de la sección responde la inquietud del lector Leandro Barni: “Tiene razón el lector: la foto del presunto femicida (que en rigor es una captura de un video obtenido con un teléfono celular) debería haber salido pixelada y su nombre reservado, como sí hicimos en el resto de las notas de ese día. ¿Qué criterio utilizamos en la sección? Cuando el acusado ya está procesado o a la espera del juicio oral, publicamos la foto sin ninguna intervención y damos a conocer sus datos personales. Obvio que existen excepciones al pixelado, por ejemplo, cuando estamos frente a una personalidad destacada (funcionario, policía, juez, fiscal, deportista, etc.)”.