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Pantin quedará

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

Una cosa que me encanta de algunos autores franceses (también sucede con los yanquis, más justificados para hacerlo porque hablan el idioma dominante) es que no se detengan a dar explicaciones. “¿No lo sabe todo el mundo?” es el lema tácito que parece guiarlos. Aunque soy periodista y mi deber es informar en detalle, hoy abono por ese sobrentendido, el “entre nos” que tan bien usó nuestro Mansilla, la comodidad de ahorrarse referencias biográficas o contextuales bajo el supuesto de un receptor que las conoce: los lujos hay que dárselos en vida. No ofrezco, entonces, otro dato sobre Camille Jullian, más que su reconocimiento de un origen italocéltico en la palabra “Pantin”, discernible en el moderno término “pantano”. Ya no hay más pantanos en la comuna del Gran París llamada así, si exceptuamos al canal del Ourcq, parquizado y urbanizado “al verde” gracias a la gentrificación promovida por diversas administraciones municipales. Sin embargo, Pantin sigue siendo una zona cuyo pasado todavía perdura en la memoria. O eso quiero creer, porque estoy instalada aquí solamente desde hace algunas semanas, en las que vengo buscando algo que connote históricamente lo que veo cuando salgo a caminar o me siento al lado de la ventana. Sé que los corredores transpirados pese a los 10 grados, los monopatines eléctricos y las parejas con perritos vaporosos llegaron hace relativamente poco. 

En un tiempo Pantin era la síntesis de lo popular, el lugar donde la refinada París se diluía en una regurgitación de proletarios y crímenes espantosos. Uno de los más célebres (al proceso judicial asistieron Flaubert, Dumas, Barbey d’Aurevilly, Lautréamont y Rimbaud) fue el caso Troppmann, en el que una familia de burgueses alsacianos fue masacrada por un campesino, meses antes de la invasión prusiana de 1870, en una especie de preámbulo periférico que anunciaba el baño de sangre en el que la capital francesa terminaría comiéndose a sus perros y gatos debido al asedio militar. 

Tal vez por efecto de la criminalidad generalizada, en el siglo XIX, “Pantin” fue el apodo público que nominaba a todo París y los matones de la ciudad describían a los habitantes de París como a “pantes”, gente incauta de clase media a la que era muy fácil robar. Pero antes de todo esto, el nombre de esta zona había experimentado muchas modificaciones: Pentinus en 1082; Pantinum, en 1119; Pentin, entre 1151 y 1157; Pantin, en 1256; Panthino, en 1352; Panthin, en 1499; Penthin, en 1520 y Pentin, en 1598. Es que la toponimia de París parece ser tan versátil como el gusto de sus habitantes, y lo mismo se aplica a la de Pantin, con variaciones que se toman un par de siglos para incorporar una H muda a su nombre y otros tantos para escamotearla nuevamente, en un juego de la oca en el que a veces terminamos en el punto de partida. 

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2023 es el año que ratifica que esas modificaciones no han acabado porque una disposición gubernamental –con fecha de caducidad prefijada para el 31 de diciembre– incorporó a la palabra la letra E que indica el género femenino en el idioma francés. Una medida progresista que implica ampliar el registro conceptual e ideológico de los Panties, Pantes, Pantres o Pantinoises. 

A esta altura ya no estoy muy segura de cómo se llaman las personas que veo desde mi ventana y menos puedo prever futuras mutaciones de la palabra que da nombre al lugar en donde estoy. Pero mientras camino por sus calles y voy a hacer las compras, el oficio periodístico que pretendí reprimir a costa de sobrentendidos aflora en mi media lengua e interrogo a comerciantes y vecinos. Advierto que la conciencia de género que venía a traer la E palidece como tema de debate ante las protestas contra la reforma previsional y los módicos aumentos (para nosotros, los argentinos) de los índices inflacionarios, sobre los que se discute con el fervor que acarreaba el manejo de la pandemia en 2021 o, en 2018, el aumento del combustible. Concluyo en que más allá de las letras que se agregan y se sacan, más allá de los sentidos o connotaciones que cada época pretende asignar al nombre de este lugar, la enunciación que mejor calza a sus caprichos es la que seguramente mejor subsista, la que no tiene por qué cambiar, la del diccionario: Pantin, Marioneta. Persona sin carácter definido que cambia constantemente de opinión.