En El lobby israelí, los prestigiosos politólogos norteamericanos John Mearsheimer y Stephen Walt sostienen que Estados Unidos antepone los intereses de Israel a los propios en la formulación de su política exterior en Medio Oriente. La investigación desnudó la exitosa y efectiva labor del lobby israelí en Washington y, por lo tanto, fue cuestionada por sus máximos exponentes, quienes catalogaron a sus autores como “antisemitas”.
Un reto similar enfrentaron en los últimos días el presidente Barack Obama y su secretario de Estado, John Kerry, al negarse a vetar una resolución de la ONU que condenó los asentamientos israelíes en Cisjordania y Jerusalén Este, ocupados militarmente por Israel desde la Guerra de los Seis Días.
Muy lejos quedó la resolución 181 de la ONU, que en 1947 contempló un Estado árabe, otro judío y una administración internacional en Jerusalén. Paradójicamente, esa disposición internacional fue aplaudida en su momento por las autoridades israelíes y rechazada por las palestinas. Siete décadas después, el gobierno de Netanyahu desconoce ese texto, mientras que Abbas pide que cese la construcción de asentamientos y se aferra a lo repudiado por sus antecesores.
Otra ironía es la del saliente Obama, que se enfrenta ahora al lobby que supo auparlo a la Casa Blanca. En su campaña presidencial de 2008, se declaró “un verdadero amigo de Israel” en el Comité de Asuntos Públicos Americano Israelí (Aipac), donde prometió que el vínculo sería “irrompible”. Promesa que, irónicamente, será cumplida por su sucesor, Donald Trump.