El sol del 25 asomó, como que estaba escrito. Y el pueblo se reunió más en torno de sí mismo que de la mandataria, eventualmente a cargo de la convocatoria. O “gracias a Dios”.
Pasado el Himno, bramó el altoparlante:
—¡Y ahora saludamos el paso de nuestros servidores públicos, encabezados por nuestros queridos policías!
Eran tres los vigilantes, de a pie, el más fornido y con grado más alto en el medio, bandera al hombro, flanqueado por los dos más regordetes y de grado inferior. El trío llegó a la esquina (calles de tierra) y se volvió despacito para la sede gubernamental, que alguien debía cuidar por las dudas.
Alguien gritó:
—¡Viva la Patria!
Respuesta general:
—¡Viva!
Atrás llegaban desfilando ocho integrantes de la cuadrilla municipal, de mamelucos anaranjados, que también romperían filas en la esquina para volver sobre sus pasos y prepararse a repartir facturas y chocolate caliente en vasitos de plástico entre la concurrencia, cosa que ocurriría recién después de que el desfile por el Bicentenario alcanzara su clímax.
Tres agrupaciones de gauchos con todas sus galas (ropa limpia, planchada), sus chinas vestidas de fiesta (alpargatas bien blancas, por supuesto) y los pingos lustrosos, emperifollados, tensos de rienda, aguardaban su minuto de gloria: pasar ordenaditos y gallardos ante un montón de personas a las que, como mínimo, les conocen la cara o la casa, cuando no el apellido. A esos tipos bien montados parece estarles pasando algo muy importante, crucial, sublime.
Alguien gritó:
—¡Viva la Patria!
Respuesta general:
—¡Viva!
Aplausos y a otra cosa, mariposa. A cuatro cuadras, en el Polideportivo, había comidas típicas. Locro. Guiso de lentejas. Un jamón crudo inolvidable. Y hasta un puestito gourmet de “tacos serranos” (que la globalización llegó a todas partes, che), maridables con un “Gancia artesanal” fato in casa.
Todo esto ocurrió el martes 25 de mayo en Alpa Corral, un pueblito serrano cordobés de 900 habitantes ubicado a casi 700 kilómetros del Obelisco, centro político, artístico y multitudinario de la celebración. Queda ahí nomás de Achiras, donde la sierra se deshace y te obliga a decidir si te quedás en Córdoba o encarás para San Luis. El intendente es mujer (nada de intendenta). María Nélida Ortiz, se llama, y aunque es radical, llegó al poder comunal como parte de la onda “de género” encabezada por Doña Cristina. Se la veía como a una más, a la María Nélida.
Patria viene de padre. Es la “tierra del padre”, sólo porque los romanos inventaron la palabra siglos antes de que las mujeres fueran vistas como ciudadanas. O personas. Pero siempre se la dibuja o se la esculpe como madre, teta insinuada al viento y no de guerrera mal, sino porque se hizo peleándola. Es papá. Y el padre de papá. Es mamá y la abuelita. Es mandato, que así de atávicos somos los bichos de esta especie. Y religiosos, adorando a los dioses o negándolos. Es Manual Kapelusz. San Martín-Rosas-Perón. Alberdi-Sarmiento-Yrigoyen-Alfonsín. Fito gratarola en la 9 de Julio. Empanada frita con pasas, a dos pesos la unidad, en Alpa Corral. Feriado largo. Juremos con gloria morir. Estar al cuete. Volver a laburar (para contar qué bueno estuvo estar al cuete). Ir donde va la gente, que es donde va Vicente (Nario). Masa y egoísmo. Pasado mal procesado. Futuro incierto. Hoy comamos y bebamos. ¡Gracias, Cristina! ¡Andaaá...!
En las páginas anteriores, dos encuestas tratan de ayudar a entender con qué se comen los impresionantes festejos de los otros días. Leamos bien. Sigamos participando. No sea cosa que toda esta alegría termine dependiendo sólo de cómo nos vaya en Sudáfrica.