No recuerdo cómo se llamaba la película de Buñuel: estoy entre Tristana y Viridiana, y en ambos casos la actriz es Catherine Deneuve (pero la falta de memoria arma el deseo y ordena el relato). Trata acerca de una monja o enfermera llena de buenas intenciones que se ocupa de los pobres de un hospicio. Los auxilia, los consuela, trata de representarles la figura de un ángel caído del cielo para ampararlos, como forma vicaria de la presencia de Dios. Por su parte, estos pobres, deslumbrados y tal vez abofeteados en su miseria por esa abundancia de virtudes, quiebran una imprecisa moral del límite y terminan por tratarla, por decirlo eufemísticamente, de manera indecorosa. La película ilustraba una idea simple: “El camino del infierno está empedrado de buenas intenciones”.
Lo curioso del caso es que aunque Buñuel parecía ser un sujeto progresista, la conclusión que se desprendía de las imágenes era el “sentido común” de la derecha: los pobres son vagos, sucios, inmorales, incestuosos, lujuriosos, etcétera (sobre todo etcétera): no tiene sentido ayudarlos porque, además, no saben agradecer. Tal vez habría que pensar esa clase de arte de tesis de manera didáctica y filmar en espejo, es decir, invirtiendo los roles: una familia de clase alta recibe en su hogar a un cartonero o a una familia pobrísima, en “situación de calle”, al borde de la inanición. Los dueños de casa los alojan, les dan ropa limpia, los alimentan, les ceden sus cuartos. Progresivamente, empiezan a humillarlos, abusan de ellos, los golpean, terminan matándolos. Habría que buscar la frase que resume la historia.