G.K. Chesterton, en El hombre que fue Jueves, relata cómo el Scotland Yard recluta al poeta Gabriel Syme para infiltrar a una organización anarquista. Los siete líderes mundiales de ese grupo usan como nombres los días de la semana. Syme llega a ser designado Jueves. Cuando llega esa posición, se da cuenta de que los demás jefes son también policías infiltrados y cometen delitos para mantener la operación. Si sabía que todos eran policías, eso no habría tenido sentido. Jerry B. Harvey en su libro The Abilene Paradox and other Meditations on Management, explica cómo funciona la paradoja de Abilene, un tipo de pensamiento de grupo que se produce cuando una colectividad hace cosas en las que no cree ninguno de sus miembros, solamente porque ninguno es capaz de expresar sus puntos de vista. Haciendo lo que no creen provocan un desastre que todos sabían que podía ocurrir.
En un texto más reciente, Swatting Flies and Telling Lies: Stories of a Mad Organizational Consultant (“Aplastar moscas y decir mentiras: historias de un consultor organizacional loco”), Harvey desarrolla su teoría orientada a encontrar defectos que ocurren en el funcionamiento de las organizaciones, pero parecería hacer una descripción del comportamiento de algunos gobiernos y campañas electorales que fracasan en la región.
Izquierda. Cuando se produce la paradoja de Abilene los miembros del grupo actúan en contra de sus propias convicciones, para ajustarse a lo que suponen que cree el grupo. Como dicen varios autores, a los seres humanos nos cuesta opinar en contra de la verdad de nuestro entorno. Todos queremos ser reconocidos por quienes nos interesan y por eso a veces no expresamos abiertamente nuestras ideas y sentimientos.
El gobierno argentino actual es una expresión de esa paradoja. Como afirma Alberto, él y sus colaboradores sienten que son militantes de izquierda y lo fueron desde su juventud. Creen ser parte de una izquierda internacional de la que no formaron parte cuando existió.
Reconocen el liderazgo internacional de Rosario Murillo, prefieren que manden las vicepresidentas. No recuerdo haber leído este precepto en El capital. En la Celac, Nicaragua propuso para presidente a Ralph Gonsalves, primer ministro de San Vicente y Granadinas, un islote con 100 mil habitantes cuyo jefe de Estado es Isabel II de Inglaterra, pero realmente es una colonia de los militares venezolanos, desde la que Gonsalves se proyecta como el “nuevo Fidel” del Caribe. Nicaragua atacó a Alberto Fernandez por querer competir con “Fidelito”, lo que demostraba que era agente del imperialismo. Rosario exhibió así su raíz peronista: parecía que atacaban, pero solo se reproducían.
Realidad. La ideología de izquierda que mencionan los dirigentes del Gobierno tiene contradicciones con la realidad. El Presidente y la vice son abogados prestigiosos que nunca defendieron a un perseguido de izquierda durante la dictadura militar. Juan Manzur, nuevo jefe de Gabinete, nunca luchó por la legalización del aborto que defienden las jóvenes partidarias del Frente de Todos. Hugo Moyano puede asistir a la celebración del Día del Montonero Heroico, pero no combatió a las tres AAA en su juventud. Si se pregunta individualmente a estos antiguos peronistas lo que piensan sobre la izquierda se confundirían, pero gracias a la paradoja de Abilene pueden considerarse un grupo de militantes.
En la política hay mucha egolatría y poco interés de trabajar en forma racional
Harvey armó la paradoja desarrollando el “pensamiento de grupo” acuñado por Irving Janis, en Groupthink: psychological studies of policy decisions and fiascoes. Este concepto, junto con el de síndrome de hubris, es muy útil para explicar la mayor parte de fracasos de la política latinoamericana.
El pensamiento de grupo se produce cuando algunas personas repiten ideas con las que inventan sus propias verdades, las asumen como dogma, las usan para tomar decisiones equivocadas y se precipitan en el fracaso. Suele ocurrir cuando personas más o menos homogéneas se aíslan intelectualmente, obedecen a líderes verticales, viven en un ambiente sectario y arman un mundo artificial con supersticiones que los alejan de la realidad. En todo gobierno hay algo de eso, pero cuando se agudiza lleva al fracaso.
El aislamiento impide que esas personas estudien otras alternativas. Además, por lo general no buscan contrastar la validez de sus hipótesis con la realidad, más que hipótesis, trabajan con axiomas incuestionables. Cuando un grupo ha permanecido trabajando a lo largo de mucho tiempo, suele crear ese tipo de verdades. Si el líder es autoritario y se sitúa por encima de los otros integrantes por razones económicas, intelectuales o de otro tipo, los demás prefieren evitar conflictos y decir que creen o sienten lo que parece gustarle al caudillo.
La definición de Groupthink según Janis es: “Un modo de pensamiento que adoptan las personas cuando están profundamente involucradas en un grupo cohesivo, y los esfuerzos de los miembros por mantener la unanimidad apagan su motivación para valorar con realismo cursos de acción alternativos”.
Existe evidencia de que en estas situaciones las personas toman decisiones y defienden opiniones más polarizadas. Este fenómeno se denomina polarización de grupo, y ha mostrado que cuando actúan en grupo los miembros defienden posiciones más extremas y arriesgadas que cuando se los entrevista individualmente.
Sin críticas. El pensamiento de grupo crea mecanismos para impedir que existan críticas internas al pensamiento oficial, depuran a los disidentes, busca el consenso, la unanimidad, el partido único. Mientras en el mundo de la ciencia se aprecian las diferencias y se las resuelve recurriendo al estudio y la experimentación, en el pensamiento de grupo rige solo la falacia de la autoridad: las discusiones se zanjan cuando el superior determina cuál es la verdad.
Los miembros de los grupos sectarios creen que sus miembros son moralmente superiores a los adversarios y que eso los autoriza a atropellarlos. Cuando gobiernan, tienen la ilusión de invulnerabilidad, que se refuerza con el síndrome de hubris. Se creen todopoderosos y eternos, normalmente terminan corriendo por los tejados.
Incluso cuando son solo grupos delincuenciales, racionalizan sus acciones argumentando que persiguen fines superiores y caricaturizan a sus oponentes. Tienen una autocensura rigurosa. Expulsan a quienes hacen críticas, arman mecanismos que protegen al grupo de toda información extraña. El problema está en que, como decía Walter Lippmann, “donde todos piensan igual, nadie piensa mucho”.
En estos grupos se toman las decisiones sin hacer un estudio amplio de distintas alternativas.
Todo lo que está fuera de sus creencias carece de sentido. A veces parten de que la solución es subir impuestos a los ricos, porque los pobres lo celebrarán. Hemos visto a varios presidentes volar por los aires con esas ideas. La gente común es más razonable, sabe que terminará pagando esos impuestos, pero el grupo sectario no es capaz de comprender a quienes no pertenecen a él.
Carecen de un examen de situaciones similares y una evaluación objetiva de su resultado. Si más de la mitad de la humanidad tuvo regímenes estatistas hasta 1990 y todos fracasaron, vale analizar esas experiencias antes de proponer que nuestro país es el único alienígena en que funciona lo que no sirve en ningún sitio.
Generalmente toman decisiones con poca información, con datos pobres y sesgados. En la edad de internet sería fácil investigar, comparar situaciones, es relativamente fácil viajar. Hay una alta correlación entre mantener un pensamiento de grupo primitivo y la falta de estudios y experiencia internacional. Mientras menos han salido de su pueblo o de su provincia, los líderes tienen ideas más rústicas y son víctimas fáciles del pensamiento de grupo.
Sectas y dogmas. Es importante que el grupo que rodea al gobierno o que dirige la campaña no sea cerrado. Cuando pertenecen a una secta y se cierran sobre los dogmas, dan un paso hacia el abismo.
Aunque los sectarios lo reprueban, es sano conversar con personas que tienen otra visión de la campaña, o que no son partidarios del gobierno. En el mundo de la ciencia es normal escuchar a quienes tienen puntos de vista distintos, porque esa es una condición para el avance del conocimiento.
En el mundo de la política hay mucha egolatría y poco interés por trabajar racionalmente. A una autoridad anticuada le importa solo que la obedezcan, sin cuestionar por qué las ideas de un abogado son más válidas que las de un especialista en temas de salud cuando se produce una epidemia.
Algunos creen que es importante transmitir quién manda, aunque eso produzca una mortandad. En la antigua sociedad pasaban por alto las irresponsabilidades, en el mundo de las redes la gente se informa y protesta.
El pensamiento de grupo se presenta en organizaciones de todo tipo y se refuerza cuando incluye el culto al jefe. Aparecen propagandas en las que algunos contratados repiten con un libreto que el candidato es inteligente, bueno, ganó medallas en la escuela. El mismo dirigente aparece a veces a hablar de yo, yo, yo… Es bueno contar cuántas veces el político pronuncia esa palabra en una entrevista o en un comercial para saber si está actuando para que lo adulen los parientes o para convencer a los votantes.Hay que pensar en la gente común, que está afligida por lo que ha ocurrido en esta época espantosa. En todos nuestros países aparecen candidatos bailando.
¿Por qué bailan? Las campañas muchas veces comunican que el propio candidato se cree una maravilla y dice que su adversario es culpable de todos los males que ocurren. Son mensajes que no sirven para nada. Vemos cómo van al fracaso algunas candidaturas y gobiernos a los que estudiamos en estos meses. Si actuaban con racionalidad pudo ser otro el rumbo de las cosas, pero el pensamiento de grupo y el hubris los atan.
Terminarán deprimidos, culpando a alguien por el mal resultado que ellos mismo provocaron por sus limitaciones psicológicas.
*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.