La muerte de Kirchner dejó en evidencia, con una claridad pocas veces vista, cómo los pensamientos, aun aquellos más revestidos del uso de la razón, son hijos de las emociones. Mostró cómo la pasión pasiviza al pensamiento poniéndolo a su servicio. Y lo débil que resulta la lógica en esos casos, al convertirse en mero títere de los deseos que viene a justificar.
Ante la muerte de Néstor Kirchner, la gran mayoría de las reflexiones se polarizaron entre aquellos para quienes el oficialismo encontraría en este nuevo ciclo dificultades (gobernabilidad, administración del poder, manejo económico) y aquellos que pusieron énfasis en ver las facilidades (popularidad de Cristina, oposición sin un enemigo).
Es obvio que la viudez de la Presidenta genera para el Gobierno dificultades y facilidades diferentes a las que se venían dando. Pero la asignación de una contundente supremacía de un factor sobre otro, hasta ignorando directamente en el análisis las dificultades o las facilidades según el caso, indica que no se está frente a una conclusión elaborada sino ante lo que se piensa sobre algo antes de pensarlo, o sea una creencia, una ideología o un paradigma.
Ese tipo de perspectivas denota pertenencia. Y todo aquel que se aleje de cada una de ellas tiende a ser rechazado por un grupo en cuestión. Esa cosmovisión es una forma de disciplinamiento del pensamiento grupal e instituye valores que afectan la forma en que un individuo percibe la realidad y la forma en que responde a esa percepción.
El psicólogo Irving Janis definió el concepto “pensamiento de grupo” para describir cómo cada miembro de un grupo intenta adecuar su opinión a lo que cree que es el consenso del grupo. Y la psicología cognitiva bautizó como “teorías de conformidad” a la predisposición humana a sentir desánimo por actuar en contra de la tendencia del resto del grupo.
Este fenómeno atraviesa las mentes de la mayoría sin que los pensantes sean muy conscientes de eso. Por eso se escuchó estos días decir con el mismo convencimiento que Néstor Kirchner era un santo y Máximo Kirchner, un sabio de la política. Y por el opuesto, que Cristina Kirchner corría los riesgos de Isabel Perón.
Ambos grupos de pertenencia se retroalimentan, mimetizan y terminan pareciéndose en los métodos y las formas. Lo que más tarde o más temprano decanta hasta afectar al fondo. Muchas personas que coincidían con varias de las ideas que declamaba Kirchner se fueron alejando de él porque la manera de implementarlas se emparentaba con lo que pretendía combatir. Se ofendió a los kirchneristas cuando se los acusó de facistas, pero no pocas veces defendieron ideas de izquierda con procedimientos de derecha.
En el océano de obituarios sobre Néstor Kirchner, tanto en la enorme mayoría laudatoria como en la minoría crítica, se destacó como atributo esencial de su capacidad el convencimiento exento de dudas con el que actuaba.
Rescatar como su principal atributo tener una mente conquistada por el apasionamiento superlativo –cuando los mejores logros de Kirchner hasta pudieron no haber sido por eso sino a pesar de eso– habla más de los hablantes que de él mismo. Todos, K y anti K, están presos de la pasión.