El domingo pasado, Roberto Guareschi presentó y analizó en este mismo diario, bajo el título “¿Pero roban o no roban?”, una discusión que tuvo lugar en el Monaco Media Forum y que reunió a Mathias Döpfner (CEO de Axel Springer) y a Arianna Huffington, cofundadora y editora jefa del The Huffington Post, uno de los más destacados sitios actuales de periodismo digital. La moderadora del panel fue Christine Ockrent, una de las más famosas periodistas de la televisión francesa, presentadora estrella, en los años ochenta, de uno de los noticiarios de la noche. En su introducción, Christine Ockrent dijo que se iba a discutir sobre contenidos, sobre las noticias, “probablemente uno de los contenidos cuya producción es más costosa, y altamente perecedera”. La flecha indicando el centro de la discusión estaba trazada: los medios del periodismo tradicional (gráfico o televisivo) enfrentan altos costos de producción, mientras que el periodismo digital produce poco o nada, y se limita a “levantar” noticias de múltiples fuentes. Durante el debate, Döpfner señalará que el gran error de los diarios ha sido dar acceso gratis a sus contenidos.
Bueno, el lector habrá podido leer (o puede hacerlo entrando gratis en: http://www.perfil.com/contenidos/2009/ 11/14/ noticia_ 0045.html) el sabroso relato que hace Guareschi de esa polémica, que él califica de “educada y rabiosa”. Lo que aquí me interesa es que ese panel del Monaco Media Forum invita a hacer algo que, de cuando en cuando, resulta saludable: volver a las fuentes.
“La expresión relativa del valor de la mercancía es siempre incompleta, pues la serie en que toma cuerpo no se acaba nunca. La cadena en que cada ecuación de valor se articula con las otras puede alargarse constantemente, empalmándose a ella nuevas y nuevas clases de mercancías, que suministran los materiales para nuevas y nuevas expresiones de valor (…) Como aquí la forma natural de cada clase concreta de mercancías es una forma equivalencial determinada al lado de otras innumerables, sólo existen formas equivalenciales restringidas, cada una de las cuales excluye a las demás. Y lo mismo ocurre con la clase de trabajo útil, concreto, determinado, que se contiene en cada equivalente especial de mercancías: sólo es una forma especial, y por lo tanto incompleta, del trabajo humano” (Marx, El capital, vol.1: p. 30). Si miramos sólo un fragmento (por ejemplo: acceso pago/acceso gratuito a los contenidos informativos) de la cadena infinita de generación capitalista de valor agregado, estamos planteando mal el problema (o tal vez quien lo hace sólo está planteando su problema, como muy bien lo subraya Guareschi a propósito de Mathias Döpfner: éste “supone que si no es negocio para los medios tradicionales no lo será para nadie”). Es verdad que cualquier discusión relativa a las condiciones determinadas de un negocio sólo puede abarcar un fragmento de la cadena de creación de valor. Pero entonces habría que preguntarse si los lugares de producción de plusvalía no se están acaso desplazando, y lo que ocurre es tal vez que algunos actores, como resultado de la evolución tecnológica, se encuentran de golpe en el luen el lugar equivocado. Guareschi relata que Döpfner, en un momento de la discusión, dijo que la gratuidad es “un producto de comunistas”, que “asocian gratuidad con democracia”.
En este contexto, dos grandes lecciones de Marx: que la economía capitalista excluye precisamente el concepto de ‘gratuidad’, porque en la cadena de creación de valor (que hoy podemos describir como un sistema auto-organizante y auto-reflexivo) no se corta ningún eslabón. Y que cuando se lee la plusvalía como confiscación, resultado de la explotación histórica de unos seres humanos por otros (o sea como resultado de las relaciones de poder), se vuelve visible una insoportable paradoja, porque el dispositivo reposa al mismo tiempo en el principio de la igualdad entre todas las formas del trabajo humano. La paradoja sigue estando en el centro de los sistemas políticos democráticos.
Las condiciones, materiales y profesionales, de producción de esa mercancía que la historia moderna ha llamado la información, están desplazándose, en cierto modo dispersándose. Discutamos entonces sobre cómo es y cómo debiera ser el producto información en el nuevo contexto, a fin de definir criterios para evaluar los cambios en las condiciones de creación de valor agregado. Y (si eso nos tranquiliza), tengamos presente que en las sociedades en que vivimos nada es gratis.
¿Qué decir de la actitud de muchos responsables de medios tradicionales? Al fin y al cabo es humano y comprensible que cuando cobramos conciencia de que vamos a perder el control de algo, tendamos también a perder la paciencia.
*Profesor plenario Universidad de San Andrés.