Es habitual que en las entregas de premios del cine se reserve un lugar destacado a la figura del “actor de reparto”, como una forma de subrayar la importancia de esa clase de rol, pequeño, pero clave en la trama. No se por qué, pero en general es el tipo de aparición que más aprecio, la intervención breve, pero decisiva, la mirada lateral que nos informa sobre algo no dicho, que señala un impensado, un contrapunto. Si hay un personaje secundario central –valga la paradoja– en la historia de la literatura es Monsieur Homais en Madame Bovary. Clave porque es el antecedente directo de Bouvard y Pécuchet, la novela más extrema de Flaubert, donde el tema de la estupidez –de la bêtise– es llevada hasta un punto de no retorno en la tradición moderna. Homais, de profesión boticario, representa en Madame Bovary esa misma función –la del idiota monumental– pero a diferencia de Bouvard y Pécuchet termina triunfando, como queda claro en la última frase de la novela: “Desde la muerte de Bovary, tres médicos se han sucedido en Yonville sin llegar a prosperar, inmediatamente combatidos y criticados por Homais. El se ha constituido una clientela infernal. Las autoridades lo tratan con deferencia y la opinión pública lo protege. Acaba de recibir la cruz de honor.” Más allá de la evidente ironía, el final de Madame Bovary puede leerse todavía como una crítica moral (el tonto triunfa), mientras que en Bouvard y Pécuchet Flaubert abandona ya toda pretensión moral para exponer el mundo de la estupidez como horizonte definitivo de la época, sin enseñanza alguna.
¿Puede ocurrir que un personaje secundario marque el tono de un libro sin que el autor se lo proponga? ¿Qué su aparición sea decisiva sin que el propio autor lo haya previsto? Pensaba en estas cuestiones mientras leía Gilles Deleuze y Félix Guattari. Biografía cruzada, de François Dosse, un pavé de casi 700 páginas que acaba de publicar el Fondo de Cultura Económica. De Dosse había leído su Historia del estructuralismo que, como la biografía de los autores de El anti-edipo, es un libro serio, documentado, correcto, pero tal vez demasiado respetuoso de su objeto de estudio. Una biografía sin una leve insidia pierde gran parte de su atractivo. Algo de eso ocurre en este caso, salvo cuando irrumpe el gran personaje secundario de libro: Lacan. Frente a Lacan, Dosse pierde su sobriedad y por momentos la prosa coquetea con la novela de intriga. Son excepcionales los pasajes en los que Lacan se entera de que Guattari (hasta ese momento discípulo suyo) comienza a trabajar con Deleuze en El anti-edipo y suponiendo, con razón, que el libro sería muy crítico con él, realiza toda clase de esfuerzos por averiguar el contenido de lo que están escribiendo: “La inquietud no cesa, y Lacan le pregunta a Guattari si puede leer el manuscrito. Evidentemente eso no era posible de ninguna manera(…) Lacan se va inquietando más a medida de que le van llegando los ecos de lo que dice Deleuze en su seminario de Vincenes (…) al no poder acceder al texto, Lacan (…) quiere una cita con Deleuze, pero éste se limita sólo a llamarlo por teléfono. Lacan vuelve al ataque y despliega toda su seducción frente a Guattari, invitándolo a un excelente restaurante a orillas del Sena, para que le explique el contenido misterioso”.
¿Cómo termina la historia? Unas páginas después escribe Dosse: “Cuando Lacan conoce el carácter devastador de la obra (…) la ruptura es definitiva. No sólo no se vuelven a ver nunca más, sino que también Lacan y sus allegados hacen correr rumores sobre las prácticas de Guattari para desacreditarlo en los medios psicoanalíticos.” Seiscientas noventa páginas sobre Deleuze y Guattari que no dicen demasiado y tres sobre Lacan que lo dicen todo. Los personajes secundarios siempre ganan.