Uno de los cerebros del PRO, entusiasmado tras los mensajes antigrieta de Alberto Fernández antes de asumir, se atrevió a verbalizar un deseo imposible: “Sería revolucionario y antigrieta que Alberto se animara a ofrecerle a Mauricio la Cancillería. El problema del país es que Alberto jamás lo propondría y Mauricio jamás lo aceptaría”.
La lógica de este ex oficialista asumía que Macri le había abierto las puertas del mundo a la Argentina. Y que nadie sería capaz de hacerlo mejor que él.
Es cierto que después de un kirchnerismo que se apoyó en las relaciones bolivarianas (Chávez-Maduro, Lula, Evo Morales, Correa, Mujica), el macrismo se mostró como un espejo invertido que postulaba lazos estrechos con Estados Unidos y Europa. El G20 en Buenos Aires pareció la corporización de esos vínculos. El combo internacional concluía en que esas relaciones fluidas serían la antesala de una “lluvia de inversiones”.
Inversiones no llegaron, pero sí préstamos.
Chau Mauricio, hola Alberto. Ya se sabe que Fernández no eligió a su antecesor como canciller y que Macri sí representará a la Fundación FIFA por el mundo.
Ahora, a menos de dos meses de asumir y después de las visitas de Alberto a Israel, Italia, Alemania, España y Francia, y de su reunión con el Papa, la sensación que queda es que la llave que abría las puertas de ese mundo no le pertenecía solo a Macri.
Según Alberto, los presidentes le hablaron mal de Macri. Una descortesía grave que él no debería validar
Los expertos en política internacional aseguran que las relaciones personales sí importan para lograr mejores vínculos entre jefes de Estado. Pero también dicen que ninguna relación personal está por encima de los intereses estratégicos y comerciales de los países.
Los presidentes “normales” suelen ser cordiales con sus pares, bromean, comen juntos, se elogian mutuamente, se sacan fotos y se prometen futuras visitas y colaboración. Después está Trump.
Lo que obtenía Macri era esa devolución diplomática y una comparación a su favor sobre el anterior estilo kirchnerista. Macri, además, respondía con un amigable discurso librecambista, políticamente correcto y antipopulista.
La sorpresa es que Alberto obtuvo las mismas gentilezas diplomáticas y la promesa genérica de colaboración para alcanzar un acuerdo con el FMI. Fernández también retribuyó con un mensaje implícito: con él, el país no se volvería a cerrar al mundo.
Los diplomáticos se cuidan muy bien de no decir lo que piensan. Y si bien hay presidentes que, por el contrario, no piensan lo que dicen, en general son profesionales que conocen el arte de la hipocresía en las relaciones internacionales.
De hecho, según Alberto, los mismos colegas que antes cubrían de elogios a Macri, ahora “cuando escuchás hablar de cómo se sintieron defraudados por él, te das cuenta de que (su gestión) de exitosa no tiene nada”. También aclaró que, lejos de ser críticos con CFK, esos líderes la recordaron con afecto.
Según él, los presidentes europeos no solo dejaron de hablar bien de Macri, sino que directamente se atreven a hablar mal frente a quien lo sucedió en el cargo.
Si así fuera, por lo menos sería una descortesía diplomática, tanto de quien habla mal como de quien lo escucha, en especial si es el presidente democrático que sucedió a otro presidente democrático.
El platón-peronismo. Platón creía que los gobernantes eran los únicos que debían tener el privilegio de mentir, tanto afuera como adentro de su patria y por el bien de la República. Y Perón estaría orgulloso del pragmatismo internacional de Alberto. Por eso los éxitos de esta gira deben interpretarse como la suma de esas dos escuelas filosóficas: el platón-peronismo.
Así como las llaves exclusivas de Macri no eran tan exclusivas ni los aplausos que recibía se traducían de por sí en ventajas concretas, ahora puede pasar algo similar. Los acreedores suelen priorizar el cobro de lo que se les debe más que las bendiciones del Papa. El mismo límite de la realidad vendrá el día en que los productores agrícolas europeos le vuelvan a reclamar a sus gobiernos por el ingreso de productos argentinos.
En un mundo en el que los dogmatismos ya no son lo que eran, el pragmatismo peronista está en su salsa
Ese día Macron será menos cordial con Alberto que cuando intercambiaron regalos en el Elíseo.
En cualquier caso, no habría que minimizar que, antes de cumplir dos meses de gestión, el Presidente haya logrado estos encuentros con vistas a la renegociación con el Fondo.
Por un lado, confirmó que en el campo de la diplomacia las relaciones personales de los presidentes (Macri o él mismo) son menos importantes que los intereses de las naciones. Por el otro, Fernández inauguró una política exterior que lo separó pronto de cuando Néstor y Cristina fueron presidentes.
Así como el cálido encuentro con Francisco lo diferenció de Macri, su visita a Netanyahu lo distanció de la conflictiva relación del kirchnerismo con Israel tras el Memorándum con Irán y el caso Nisman.
También su frialdad con Maduro choca con el relato bolivariano de Cristina, algo que no logró disimular ni negándole el reconocimiento a la embajadora de Guaidó.
Los desafíos inmediatos en política internacional se llaman Trump y Bolsonaro. Un presidente tan exótico como el brasileño convierte al estadounidense en Churchill. Pero la relación con ambos es impredecible.
El primer guiño de Trump al flamante embajador Jorge Argüello: (“Dígale al presidente Fernández que puede contar conmigo”) le permitiría a Alberto responderle lo mismo que Kirchner le dijo a Bush: “No se preocupe, nosotros somos peronistas”. Que Argüello podría traducirle diciendo: “Podemos ser solidarios con Evo y parecer neutrales con Venezuela, pero no tenemos nada que ver con Maduro y somos los suficientemente pragmáticos para reconocer el liderazgo de Estados Unidos”.
El punto no es que Trump crea, sino que haga que cree.
Refresh. El problema es Brasil, principal socio comercial. Designar a Scioli como embajador es mostrar que se está dispuesto a cualquier cosa para caerle bien a un hombre que acaba de calificar de socialista a Alberto por imponer la doble indemnización (Trotsky sufre en su tumba).
Hasta Cristina entiende la necesidad del pragmatismo en este caso: no solo aceptó que su detestado Scioli sea embajador, sino que le pidió en privado, y en broma, que logre rápido subir a Bolsonaro a una lancha y le enseñe a manejarla.
En fin, el peronismo está haciendo lo que mejor le sale. Volver a mudar de piel para adaptarse. Papista, pero no más que el Papa; socialdemócrata ma non troppo; proisraelí y propalestino; y con un toque bolivariano como homenaje al kirchnerismo que fue.
En este mundo hipermoderno en el que los dogmatismos ya no son lo que eran, el pragmatismo peronista está en su salsa.