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Plegarias atendidas

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

No debería quejarme, porque todo sucedió según mi deseo, aunque los lectores de Teresa de Ávila o de Truman Capote saben que “se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por aquellas que permanecen desatendidas”.

Siempre odié a esa tribu urbana llamada “taxistas”, que nos miraban cuando necesitábamos de sus servicios y aceleraban frente a nuestras narices haciéndonos gesto de no con el dedito, o que cuando se dignaban a detenerse nos preguntaban antes de que abriéramos la puerta a dónde íbamos para decirnos que iban para el otro lado. 

Si teníamos la suerte de que accedieran a llevarnos nos encontrábamos con la radio a todo volumen saliendo por los parlantes traseros y, algunas veces, éramos testigos de peleas callejeras entre diferentes integrantes de la tribu o con integrantes de esa otra tribu ominosa, los motoqueros.

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Más allá de la guerra, de todos modos el taxista iniciaba una conversación imposible de sostener alrededor de tópicos como las tetas de alguna mujer parada en una esquina, los vagos que cortan las calles o las formas de exterminio a las que someterían a las personas que adherían a tal o cual opción política.

Sucedió la pandemia, sucedió el confinamiento. Sucedió que mi marido y yo nos quedamos sin auto y descubrimos, en octubre de 2021, que los taxistas habían desaparecido de Buenos Aires. Ya no hay taxis, es inútil buscarlos o esperarlos.

No me quejo de eso, pero sí tal vez de lo que surgió en reemplazo. 

Ahora hay que pedir ubers o cabifys, si es que uno todavía se resiste a usar el transporte público por precaución sanitaria. Y sucede que esas compañías incluyen un suplemento tarifario por “alta demanda”. Y sucede que, advertidos de tal variación, nos han contado los choferes mismos de esas compañías, complotados en una plataforma de chat apagan sus aplicaciones hasta que la señal de “alta demanda” se enciende y entonces, sí, corren a buscarte.

Lo de “corren” es más bien metafórico, porque uno puede ver en la aplicación el movimiento lentísimo del cochecito de juguete en el planito y las circunvalaciones inexplicables que da para llegar al lugar de la espera. Pero al menos los autos están limpios, los conductores no hablan y no nos someten a la sordera.

¿Llegará el día en el que consigamos liberarnos para siempre de los aparatos, las aplicaciones y las intimidaciones?

Ése es mi sueño: encontrar un lugar donde cada movimiento no implique un desgaste irrevocable.