Rumbo al ballottage se desató una guerra verbal entre ángeles custodios y leviatanes demoníacos imaginados por Daniel Scioli y Mauricio Macri y sus asesores. Hasta ahí todo es comprensible dentro de ciertas reglas de los juegos políticos.
Las campañas negativas o sucias no son un invento de hoy. La acción política se soporta en discursos e ideas. Justamente nos enseñaba el bueno de Aristóteles que la acción política es una equilibrada composición entre lo agonal (lucha) y lo arquitectónico (construcción) de la ciudad.
Pero en esta oportunidad, el miedo pareció sintonizar con una campaña de pensamiento frágil. Miedo al cambio y a la continuidad. Aunque por necesidad electoral, más directo el ex motonauta.
Sin embargo, más allá de esa “guerra”, ambos empataron en cero de creatividad argumentativa. Así pudo percibirse en el famoso debate. En esta democracia mediática y sus simulacros que nos tocó en suerte, probablemente la sociedad desearía mejores opciones y no la elección con el menú del día entre lo que parece menos “malo”. A muchos nos gustaría que la figura en la que se inspirara nuestra democracia fuese la del “estadista”. Ausentes sin aviso.
En ese marco se instaló la denominada “campaña del miedo”. Y lo paradójico es que hace veinte años el presidente Carlos Menem competía por su reelección y, también, ante el riesgo de un ballottage los mismos Scioli y Macri, junto con otros integrantes del “star system”, la farándula, algunos empresarios y sindicalistas, destacados deportistas y ciertos periodistas, se prestaron a otra campaña del miedo puesta en práctica por el riojano. “Si hay segunda vuelta,hay caos”, era el lema absolutista que repetían todos ellos como un efecto contagioso y orquestado para conservar el statu quo. Corría el año 1995 y el peligro de una segunda vuelta estaba en manos de José Bordón y Carlos “Chacho” Alvarez .
En el campo de la política, desde la modernidad, el autor sobre el que más se referencian ciertos “preceptos” políticos es Nicolás Maquiavelo. Por sus “consejos” al Príncipe para poder ganar adhesión mediante la simpatía o el terror, según las circunstancias y con ciertos límites. Aunque el miedo político acumula cuantiosos antecedentes ensayísticos y filosóficos en todas las épocas.
Las consecuencias de la violencia represiva abierta en 1976 dejaron huellas de miedo social e individual latentes que, como series complementarias inconscientes, se desplazaron y activaron por distintos acontecimientos desde 1983 en adelante.
Porque el miedo, bajo diferentes formas de “catástrofe social”, afloró con levantamientos militares, hiperinflaciones, corridas bancarias, corralito, asesinatos, crimen organizado, narcotráfico. Y el temor a lo siniestro de la pérdida del trabajo, la “inseguridad” en las calles, por poner ejemplos cercanos.
El ser o no ser de la cuestión es la visión política para crear entornos para la construcción subjetiva, personal y colectiva de carácter creativo. Creo que potenciar los miedos no es un buen camino, ni para gobernantes actuales, ni futuros, ni para la sociedad. No ayuda a la cohesión social.
Con la intención de no caer en idealizaciones ni en supresiones ingenuas se acepta una premisa: la violencia y el consiguiente miedo fueron
vistos de manera muy contradictoria en la historia del pensamiento. Frente a aquellos que sí idealizaban una sociedad siempre estable y armoniosa, existieron pensadores políticos que relacionaron la violencia con una condición para la evolución positiva de la sociedad (Karl Marx, George Sorel). La cuestión aquí es qué secuelas, qué huellas regresivas se constituyen como objetos paralizantes de una sociedad más armoniosa, igualitaria, democrática, creativa. Cómo incide ese miedo en la confianza, las relaciones sociales, las condiciones de vida amigables.
Esas condiciones harían que “a lo único que deberíamos temerle es al miedo mismo”, en la expresión coincidente de Michel de Montaigne y Franklin Roosevelt.
*Periodista y profesor universitario.