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esperanzas e ilusiones

Populismos criollos

1-11-2020-Logo Perfil
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Me referí en nota anterior a que el peronismo popular y doctrinario constituye la reserva moral de la nación.

Alguien puede cuestionarse si ese peronismo es un populismo. Y hay que responder que no: ese peronismo no es un populismo, y menos un populismo más: es otra cosa. Es una doctrina con una ideología que fija los objetivos estratégicos y que, al impregnar la conciencia popular, tiene la posibilidad de avanzar paso a paso orgánicamente hacia la justicia social. Pero necesita de una adecuada conducción, que hoy no tenemos.

Se denomina “populismo” a toda acción política que reivindica difusos ideales del común del pueblo, y por eso puede hablarse de populismos de derecha o de izquierda: basta con levantar entusiasmos populares progresistas o reaccionarios, inventados por la propaganda capitalista.

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El teórico Ernesto Laclau escribe que “la identidad popular se vuelve intensivamente más pobre, porque debe despojarse de contenidos particulares a fin de abarcar demandas sociales que son totalmente heterogéneas entre sí. Esto es: una identidad popular funciona como un significante tendencialmente vacío”. El “significante vacío” puede cargarse de contenidos variados. O sea que un planteo popular arraigado en el pueblo puede ser un elemento revolucionario y renovador, o transformarse en un mero eslogan de significado inocuo.

La calificación de “populismo” tiene en el uso periodístico una carga negativa, derivada del prejuicio contra lo que es burdo, plebeyo, popular en suma. De allí que se vea lo popular como algo degradado, no aristocrático, que sería, en una valoración convencional, lo prestigioso.

La fuerza histórica de lo popular es enorme, de ella emergen líneas sociales y políticas tales como el yrigoyenismo, por ejemplo. En lo que Unamuno llamaba la intrahistoria, lo popular es el elemento movilizador por excelencia, es una fuerza capaz de producir hechos históricos que, si encuentran su cauce, transforman la realidad anterior. Eso ocurre a partir de la fuerza del pueblo, del movimiento de la clase trabajadora en su sentido más amplio, que incluye enormes sectores de clase media.

El peronismo encarna una auténtica búsqueda de equilibrio social con plena justicia en una comunidad organizada. Busca “que reine en el pueblo el amor y la igualdad” plasmada en realizaciones, y no en promesas, y con el mérito de ya haberlo realizado parcialmente en los gobiernos del general Perón. Y con todo en contra, el poder imperial en primer lugar, la incomprensión y la reacción de las clases medias y hasta la desviación militarista de los Montoneros.

Esa fuerza histórica sigue estando y está esperando su hora.

El populismo kirchnerista heredó votos por la necesidad de mantener la cohesión del voto de origen peronista, pero encierra el peligro de que, siendo una avenida sin salida, puede confundir a la militancia y al conjunto del pueblo. Mantener  unido el voto peronista es imprescindible para conservar el poder de decisión. Pero cuando el movimiento es cooptado por grupos que lo utilizan en su beneficio se desnaturaliza y pierde su poder revolucionario. El peronismo se vuelve entonces un significante vacío, un soporte meramente convencional, un enunciado que no remite a su valor revolucionario.

El kirchnerismo tiene un relato contra el Fondo Monetario Internacional, pero en los hechos nos ató al Club de París. Y derrocha energía en una lucha interna con el solo objetivo de disimular acciones nefastas contra el erario público. No nos remite a la profundidad del mensaje peronista, y ni siquiera pretende hacerlo. De allí que sus portavoces se declaren socialdemócratas o, a veces, solo evitistas, como si fuera posible separar el mensaje de Eva Perón del de su jefe reconocido y admirado.

El pueblo profundo es peronista de corazón por su respeto y admiración por las figuras de Perón y Evita, y ese trasfondo de la conciencia nacional esconde una importante posibilidad de salida que tiene la nación en nuestra época.

*Ensayista.

Producción: Silvina Márquez.