La militante del PO baleada junto a Frerreyra superó el coma y la terapia intensiva. |
El asesinato del militante del Partido Obrero Mariano Ferreyra y la detención de Pedraza, como la rápida liberación del Momo Venegas o los contactos de Moyano con Duhalde, tienen un denominador común. Son el núcleo duro de la ambivalencia kirchnerista y dan cuenta de su mayor debilidad estructural, pero también de su mayor fortaleza electoral. El aparato peronista es adaptable tanto para disputarle territorio a la izquierda –La Cámpora y la juventud K contra el Partido Obrero en los centros estudiantiles de las universidades–, como por derecha con Scioli, Reutemann, Duhalde y hasta De Narváez, dependiendo de las necesidades del momento.
Es en el sindicalismo donde esta batalla pluri-ideológica se manifiesta de manera más primitiva y por ende –literalmente– más descarnada. Los caciques obreros peronistas abominan de la izquierda, a la que ven como su competidora al momento de conseguir afiliados. En esto no se diferencian los que están en la CGT oficialista y los de la opositora CGT Azul y Blanca. Venegas lo dijo en el reportaje largo del domingo pasado en PERFIL: “Moyano piensa parecido a mí”. Antes había dicho que “nos gobiernan los que Perón echó de la Plaza”.
Una competencia por la clientela con la izquierda no peronista se produce también en las organizaciones sociales genéricamente llamadas piqueteras: también en el reportaje largo –pero del domingo anterior–, Milagro Sala habló pestes del Perro Santillán, de la Corriente Clasista y Combativa y hasta de la visita que hizo a Jujuy Victoria Donda, del Proyecto Sur de Pino Solanas. Pero la menor cantidad de historia y recursos propios de las organizaciones sociales en comparación con los sindicatos que llevan décadas de construir aparatos y burocracia, hace que en el gremialismo las batallas sean más contundentes.
El Partido Obrero tiene su rama juvenil que compite con el kirchnerismo, pero corrió sangre cuando la discordia puso en disputa la rama sindical del PO con el gremialismo peronista. Tan contradictorio y peligroso era para el kirchnerismo que se los pudiera correr por izquierda, que hasta algunos atribuyen el infarto que llevó a la muerte a Néstor Kirchner al disgusto que le provocó el asesinato de Ferreyra.
El kirchnerismo lleva adelante dos guerras simultáneas: hacia adentro del partido peronista debe pasar a retiro a los dirigentes de peso que ya tenían poder antes de su llegada al poder, la mayoría de derecha, y ocupar esos espacios con dirigentes propios y afines al campo progresista. Y hacia afuera del peronismo, debe anular a los partidos de izquierda y ocupar ese territorio para no correr el riesgo de quedar posicionado como falso progresista. Cada vez que logra cerrar esas dos compuertas es imbatible, como sucedió en 2005 con Néstor Kirchner y en 2007 con Cristina. Cuando sus contradicciones quedan expuestas sin solución, pierde doblemente tanto con De Narváez como con el panradicalismo, como sucedió en 2009.
O gana todos los premios, lo que parecería que volverá a suceder en 2011, o pierde dentro y fuera del peronismo, lo que pasó en las últimas elecciones y algún día se repetirá, porque nada es eterno.
El kirchnerismo precisa no perder la autoridad moral de ser la fuerza más progresista posible del país y, al mismo tiempo, necesita ser quien garantice la gobernabilidad controlando la calle. O sea: a los sindicatos y las organizaciones sociales.
No podría el electoralmente modesto Partido Obrero producir tanto tembladeral en el kirchnerismo si no fuera porque sus acciones atacan justo el punto de equilibrio entre derecha e izquierda del frente gobernante. Disputándole la juventud y los gremios deja en evidencia los matices conservadores de la alianza oficialista.
Después de pasar un mes en coma farmacológico, otro en terapia intensiva y otro más en terapia intermedia, Elsa Rodríguez, la otra militante del PO baleada el 20 de octubre pasado por la patota de la Unión Ferroviaria, dejó el hospital y, si bien no puede hablar ni moverse (ver página 5), tras la detención de Pedraza pudo sacarse una foto con el puño levantado y el gorro rojo del PO que su partido difundió como símbolo de resistencia ante el kirchnerismo.
Sabbatella y las colectoras en la provincia de Buenos Aires son un derivado más de aquella alquimia que comenzó Néstor Kirchner con la transversalidad hace ocho años.