A lo largo de la semana que culmina la agenda económica volvió a tener al dólar entre sus titulares, pues llegó a cotizar en torno a los $ 16 y se instaló nuevamente el debate sobre lo sostenible del precio y cómo se forma el mismo.
Cierto es que hay datos que tienen que ver con la liquidación de divisas por parte de las cerealeras que ubican la tercera semana de septiembre como la segunda más baja en esa materia en lo que va de 2014, al tiempo que para esta altura del año pasado los productores aún tenían 13 millones de toneladas de soja por vender mientras que por estos días tienen 22 millones en su poder. ¿Por qué no venden?
La respuesta es simple, quien tiene mercadería para exportar, hoy retrasa esa decisión porque entiende que el dólar va a estar más “caro” mañana que hoy.
Esto claramente resta oferta de divisas y presiona sobre el valor del tipo de cambio.
Podríamos preguntarnos si existe algún nivel de coordinación entre los diferentes actores para no vender, transformando lo que sería una expectativa de devaluación en una acción concreta que busca la devaluación como resultado de sus actos.
Si bien puede parecer el juego del huevo o la gallina, no es un tema menor identificar qué está primero, ya que una cosa es actuar sobre las expectativas de los que ofrecen dólares y otra muy diferente es tomar medidas para desarmar un entramado donde los que tienen la cosecha actúan con un fin concreto y determinado presionando en su favor.
Pensar sobre estos temas nos invita a repasar la realidad de quienes poseen la cosecha, intentando comprender que no todos los actores son equivalentes en este caso. No es lo mismo el gran exportador que tiene espalda financiera, recursos técnicos y profesionales para estimar ganancias y pérdidas por dilatar la venta o no de su mercadería, que un productor que tiene la soja en una silobolsa y sabe que cuando vende le dan pesos, con los que tiene que arreglarse el resto del año, siendo que pierden su valor a una velocidad del 32% anual.
Este productor una vez que vende deja el dinero depositado en la sucursal del Banco Nación de su pueblo, no hace inversiones diversificadas en la Bolsa, no sabe cómo hacerlo y no le interesa. Mayormente abona sus deudas con cheque contra el saldo de su cuenta y vive con el resto. Si la cosecha y los precios fueron buenos, cambia la camioneta, invierte en el campo, manda a los hijos a estudiar a la ciudad, y si el resultado fue malo aguanta y siembra para la próxima campaña.
El productor no está pensando cómo hacerle daño a la Presidenta (recordemos que no es el único actor en este juego), de hecho, es productor porque ésa es su vida, es lo que sabe hacer.
Imaginar que esas personas están con sus computadoras evaluando la evolución del tipo de cambio, mirando las cotizaciones bursátiles de Argentina y el mundo, y coordinando cuándo intervenir en el mercado, no parece muy sensato.
Suponer que hay un complot es además creer que ese complot tiene actores bastante tontos, porque estarían utilizando toda su sofisticación para actuar por estos días pero no se dieron cuenta de vender su mercadería en mayo, cuando la soja cuesta 200 dólares más por tonelada que hoy.
Por otro lado, si suponemos que existe la expectativa de devaluación como consecuencia de la coyuntura y no como su causa (aunque también influye presionando sobre el precio) deberíamos preguntarnos por qué.
Pues bien, quien vendía en abril no tenia la expectativa de suba del dólar oficial que tiene hoy. Dado que la devaluación de enero, que llevó la moneda estadounidense a $ 8, permitió recomponer la ecuación de costos del sector exportador, no se sostuvo pareja con los precios con el correr del tiempo. Desde ese momento hasta ahora el dólar oficial subió 5% y los precios lo hicieron aproximadamente 14-16%.
Pero por sobre todas las cosas, por aquel entonces Argentina buscaba un acercamiento a los mercados financieros, que la llevó a acordar en múltiples frentes, cerramos el conflicto de Repsol, y hasta salimos del default con el Club de París. Todas señales que indicaban la posibilidad concreta de acceder a financiamiento (es decir, ingreso de dólares) en el corto o mediano plazo. Con esa información disponible, quien decidió vender o no, lo hizo más bien pensando en el precio de su producto y si éste iba a subir o a bajar en el futuro que en el valor del dólar.
Luego, en junio, todo cambió; el 16 de aquel mes la corte suprema de los Estados Unidos decidió desestimar el caso de los fondos buitre confirmando el estrafalario fallo del juez Griesa y condenándonos a una injusta y costosa situación de incumplimiento parcial con nuestros acreedores. El resto es historia conocida. Desde aquí la respuesta fueron los tambores de guerra, y la posibilidad de acceder a fuentes de financiamiento quedó cada vez más lejos.
Esta coyuntura se constituyó en una señal bastante clara sobre el futuro cercano, íbamos a tener pocos dólares, y si lo que hay son muchos pesos circulando, es razonable que quien tiene que liquidar exportaciones tenga la expectativa de que el valor de 8,42 tiene mucho más de piso que de techo.
Al mismo tiempo, en el mercado ilegal el dólar llegó a valores que casi nadie cree que sean sostenibles en el corto plazo, pero que ya llevan más de una semana por encima de los 15 pesos. Aquí reaparecieron las acusaciones sobre conjuras de especuladores y organizaciones antiargentinas que funcionarían con el financiamiento buitre, en connivencia con empresas yanquis, cuyos operadores serían políticos, sindicalistas, periodistas y todo aquel que hable del dólar ilegal en cuanto a su precio.
Si bien es probable que haya interesados en causar más ruido en la economía del que ya tiene, lo cierto es que las cosas valen lo que la demanda está dispuesta a pagar por ellas. Si el precio del dólar fuera absolutamente artificial (lo que no quiere decir que no sea caro o que no pueda bajar sensiblemente en el futuro) la pregunta es por qué hace más de una semana que se pagan esos precios.
El hecho es que, a pesar de ser un mercado ilegal, lo rige la oferta y la demanda, y lo moviliza el fin de lucro, de este modo quien vende lo hará al máximo precio que el comprador esté dispuesto a pagar. Sucede que esto las autoridades lo conocen bien, ya que está en cualquier manual de economía básica; lo llamativo es que utilicen argumentos repetitivos e inconsistentes en lugar de buscar la forma de actuar sobre las causas, es decir la falta de dólares y el proceso inflacionario.
* Economista.