COLUMNISTAS
la gran batalla electoral

Por qué los Kirchner se juegan todo en el GBA

El oficialismo decidió concentrar su campaña en el Conurbano bonaerense, donde hay tantos votantes como en Córdoba, Santa Fe y Mendoza, ante la hostilidad que encuentra en las grandes ciudades. El triunfo de Néstor Kirchner en ese estratégico distrito depende de los intendentes de los municipios más pobres y de que la oposición vote dividida.

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La provincia de Buenos Aires es el 38% del padrón electoral nacional y llega a ser el 40% de los votos efectivos porque la concurrencia a votar en el distrito es más alta que en las provincias del norte y las patagónicas.

Con el sistema de Colegio Electoral para elegir el presidente (que estuvo vigente hasta la reforma constitucional de 1994) este distrito, pese a tener el 40% de los votos, elegía sólo el 28% de los electores.

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Es así como la reforma constitucional de 1994 potenció la importancia política de la provincia de Buenos Aires al establecerse el sistema de voto directo y distrito único para elegir la fórmula presidencial.

Dentro de ella, el llamado Gran Buenos Aires es el 60% del padrón electoral provincial y el interior, el 40%.

Casi uno de cada cuatro votos del país está en el Conurbano bonaerense, por lo cual éste juega un rol decisivo al momento de elegir el Presidente de la Nación y define la elección del gobernador.

El Gran Buenos Aires, solo, equivale a los votos sumados de Córdoba, Santa Fe y Mendoza.

A su vez, el municipio más populoso del Conurbano, que es La Matanza, tiene tantos votos efectivos como la suma de las seis provincias más chicas: Tierra del Fuego, Santa Cruz, La Pampa, San Luis, Catamarca y La Rioja, aunque sobre el padrón equivale a cuatro de ellas.

Desde el punto de vista de la sociología política, la observación del comportamiento electoral argentino muestra que quien está en el poder, tiene por ello asegurado un piso mínimo de votos. En la Capital Federal, es del 15%.

En el otro extremo, en provincias como Formosa, Santiago del Estero y La Rioja, es del 50%. Es decir que cuando a un gobernador en este tipo de provincia le va mal tiene asegurado la mitad de los votos, y cuando le va bien puede alcanzar el 60%, 70% o más. En esas provincias, ningún gobernador ha perdido en las últimas décadas, y cuando alguien ha sido desalojado del poder local, lo ha sido por intervención federal, como sucedió con Carlos Juárez en Santiago del Estero.

La provincia de Buenos Aires se encuentra en una situación intermedia: quien está en el poder tiene asegurado un tercio de los votos. Pero esta situación es muy diferente en el Gran Buenos Aires y el interior de la provincia. La mayoría de los intendentes del Conurbano tiene asegurado un piso del 50% de los sufragios, a partir de una estructura socio-política que se parece más a las provincias más pobres del interior.

A mayor nivel de pobreza, más se parecen los partidos del Gran Buenos Aires a las provincias del interior, donde los gobernadores no pierden elecciones.

Mientras Vicente López y San Isidro, con niveles de pobreza similares a la Capital, tienen intendentes provenientes del radicalismo que ganan con el 40% de los votos o menos, en Florencio Varela, Ezeiza, General Sarmiento o La Matanza, con niveles de pobreza similares a las provincias más chicas del norte del país, los intendentes suelen ganar con más del 50%, y a veces pueden llegar al 60% o más.

Es así como manteniendo la adhesión de la mayoría de los intendentes del Gran Buenos Aires, aunque Kirchner tenga la mitad de la imagen positiva que un año y medio atrás y la economía enfrenta dificultades, ello no disminuirá sustancialmente allí la adhesión electoral al oficialismo, donde en promedio volverá a obtener más del 40% de los votos.

En cambio, en el 40% del electorado que es el interior de la provincia el voto por el ex presidente ha tenido una merma importante, y hoy en promedio no llega al 20%. Es que en 2005 y 2007 el campo votó por el Gobierno y en 2009 no lo hará.

Una lista encabezada por Kirchner y Scioli puede promediar hoy el 35% de los votos en la provincia de Buenos Aires, aproximadamente 10 puntos menos que en las dos elecciones anteriores. Esta pérdida claramente no está en el Conurbano sino en el interior de la provincia, y es en el campo y su área de influencia donde se ubica geográfica, económica y socialmente. Por esta razón, se trata de un voto muy difícil de recuperar para el oficialismo, dado que el ex presidente sigue decidido a hacer del sector rural no sólo un adversario, sino un enemigo político durante la campaña electoral.

En este marco, la posibilidad de que el oficialismo gane la provincia de Buenos Aires –y través de esta victoria eluda una derrota nacional derivada del retroceso que tendrá en el interior del país y en la cantidad de legisladores nacionales– radica en mantener el apoyo electoral del Gran Buenos Aires, lo que hoy tiene y seguramente mantendrá.

A partir de ello, será el grado de unidad o dispersión del voto opositor bonaerense lo que determinará si el voto del Conurbano por el oficialismo, que le asegura un tercio del electorado en la provincia como piso, es suficiente para ganar o no.

El kirchnerismo perderá bancas en la provincia, que tiene 70 diputados nacionales y renueva 35 en esta elección. De ellos, 20 pertenecen al oficialismo: 16 que fueron electos por el Frente para la Victoria en 2005 y otros 4 que, electos por la lista que apoyaba Duhalde, se pasaron al kirchnerismo. Aun ganando en votos y porcentajes, el oficialismo perderá entre 6 y 7 bancas.

En la Argentina, con un sistema político hiperpresidencialista y gobernadores que ejercen el poder bajo su influencia y estilo, no se suelen medir los resultados electorales por cantidad de bancas –como en el sistema parlamentario europeo–, sino por cantidad y porcentaje de votos.

El Gran Buenos Aires es la clave para que Kirchner pueda ganar en la provincia más grande del país. La experiencia electoral muestra que quien controla el poder nacional mantiene la adhesión de las estructuras políticas del Gran Buenos Aires y a través de ellas, el control político de la provincia y la clave para ganar una elección presidencial.

Este poder sólo puede ser derrotado cuando la oposición bonaerense se une, como sucedió con el voto por Fernández Meijide en 1997. Ello podría volver a suceder. Pero no es fácil porque la competencia entre la lista que encabeza Francisco Narváez y la que lleva como primera candidata a diputada nacional a Margarita Stolbizer divide, hasta ahora, el voto opositor en vez de unificarlo.

Pese al suspenso que intentó mantener Néstor Kirchner, el cierre de listas no deparó sorpresas. Los gobernadores, con excepción de Scioli, se negaron a asumir las llamadas candidaturas testimoniales. En cambio, sí lo hicieron varias decenas de intendentes bonaerenses, aunque no todos los que el ex presidente hubiera querido. Hay algunas figuras de la farándula en las filas oficialistas, pero estaba dentro de lo previsto.

Es así como al finalizar el plazo para oficializar las listas de candidatos y a cincuenta días de la elección de la elección legislativa del 28 de junio, lo que sucede en la provincia de Buenos Aires ocupa un lugar central, como suele suceder en este tipo de elecciones.

Los duelos Chiche Duhalde-Graciela Fernández Meijide en 1997, Raúl Alfonsín-Eduardo Duhalde en 2001 y nuevamente Chiche Duhalde pero contra Cristina Fernández de Kirchner en 2005 lo demuestran.

En cada una de las tres oportunidades, la política nacional, como ahora, giró alrededor de la competencia bonaerense, y el Gran Buenos Aires jugó un rol decisivo en ella.

En 1997, Chiche Duhalde como primera candidata a diputada nacional por el PJ, ejerciendo su marido la Gobernación, obtuvo el 42%. Es un resultado que está en el promedio histórico obtenido por el oficialismo en este distrito, en elecciones como ésta, que es sólo legislativa. Pero se dio una situación excepcional ya que la lista de la Alianza que llevó a Graciela Fernández Meijide como primera candidata a diputada nacional alcanzó el 47% de los votos. En el Gran Buenos Aires, el PJ estuvo por encima del promedio y en los partidos con mayor nivel de pobreza obtuvo más del 50% de los votos. Pero en las ciudades como Mar del Plata, Bahía Blanca y Tandil y en los partidos del Conurbano con mayor nivel socioeconómico, como San Isidro y Vicente López, fue la Alianza la que hizo la diferencia a su favor. Entre las dos fuerzas reunieron el 90% de los votos de la provincia, con un altísimo nivel de polarización.

Esta elección no afectó la gobernabilidad de la segunda mitad del segundo mandato de Menem, pero dio por tierra con su proyecto de tener un tercer mandato consecutivo e hizo imposible el triunfo del PJ en la elección presidencial siguiente, tras diez años y medio continuos de Carlos Menem en el poder.

Cuatro años después, el duelo se libró entre las figuras más importantes de los dos partidos históricos, el PJ y la UCR: Raúl Alfonsín y Eduardo Duhalde, quienes compitieron como candidatos a senadores nacionales. Fue el último duelo formal entre las fuerzas políticas tradicionales. Se trató de una elección con baja concurrencia, en la cual el llamado “voto bronca” llegó a cifras récord. Si bien Duhalde se impuso en casi toda la provincias, la diferencia a su favor fue abrumadora en el Gran Buenos Aires y mucho menos en las ciudades de interior de la provincia, así como en la zona norte del Conurbano. El PJ sacó más del doble de votos que la UCR, pero sumados los votos positivos de ambos, eran sólo un tercio del padrón electoral.

Esta elección fue el hecho político que precipitó la crisis política que acompañó el corralito y el estallido de la convertibilidad. El Gran Buenos Aires jugó un rol decisivo, ya no electoralmente sino por los saqueos, que generaron la situación, que sumada al cacerolazo de los sectores medios, precipitaron la caída de Fernando de la Rúa. En este caso, el Conurbano decidió la suerte de un gobierno, ya no electoralmente, sino con protestas y desórdenes en las calles.

El tercer duelo fue el que libraron cuatro años atrás, nuevamente por la senaduría, Chiche Duhalde y Cristina Kirchner. La primera obtuvo el 45% de los votos, más del doble que la primera. Entre ambas expresiones del peronismo, sumaron dos tercios del total de los votos, iniciando la competencia entre dos vertientes del peronismo que terminaron polarizando la elección. En el Gran Buenos Aires, la mayoría de los intendentes, que dos años atrás habían apoyado a Kirchner por una decisión del entonces presidente Eduardo Duhalde que habían resistido, ahora votaban contra él, generando un resultado que terminó con su liderazgo sobre el Conurbano bonaerense.

En las elecciones de 2001 y la crisis siguiente, surgió la figura de “los barones del Conurbano”, como fueron designados los intendentes justicialistas, que formalizaron a través de esta denominación un poder propio. En 2005, abandonaron a Duhalde por Kirchner, mostrando que su lealtad política no es permanente sino que responde a las necesidades políticas de estos jefes territoriales.

En esta oportunidad, es el ex presidente Néstor Kirchner, quien es el líder político del oficialismo y quien determina las decisiones de gobierno, el que compite encabezando la lista de candidatos a diputados nacionales de su partido.

Esto da a quien lo enfrente, a quien compite con él, un rol político nacional.

Si bien la oposición está dividida en este distrito, la lista del PJ disidente y el PRO, que lleva como primer candidato a diputado nacional a Francisco de Narváez, es la que está desafiando al ex presidente.

En este tipo de elección, quien es primero de la lista ocupa el lugar central en la campaña. En Buenos Aires, cuatro cada cinco votantes sólo conocen a quien la encabeza.

Dos razones hacen que Kirchner vea a De Narváez como su adversario más peligroso en el ámbito electoral bonaerense. La primera es numérica, ya que los sondeos en forma coincidente muestran que De Narváez ocupa el segundo lugar. La segunda es que la lista de De Narváez, quien lleva como segundo candidato a Felipe Solá, tiene cierta capacidad de disputar voto peronista a Kirchner. Cada voto que obtenga Narváez del PJ es uno que resta al ex presidente, y entonces acorta en dos y no en uno la distancia entre el primero y el segundo. Que la campaña sucia haya comenzado contra De Narváez confirma que Kirchner lo percibe como el adversario más peligroso. El primer candidato de la alianza entre el PJ y el PRO puede ganar si logra convencer a los votantes antikirchneristas de que es la alternativa más eficaz para derrotar al ex presidente y que votar por De Narváez es más útil que hacerlo por Stolbizer.

Las personalidades de Kirchner y De Narváez son el opuesto en numerosas facetas de la actividad humana: origen social, profesión, militancia política, trayectoria partidaria, imagen física, formato del discurso e ideología.

Narváez ya ha obtenido una victoria contundente más allá del resultado: que con sólo cuatro años en la política compita mano a mano con el hombre con más poder político en la Argentina en lo que va del siglo es ya para él un éxito indiscutible.

¿Podrá la lista que encabeza Margarita Stolbizer terciar en este duelo evitando la polarización entre dos fracciones del justicialismo, como ya pasó cuatro años atrás entre las señoras de Duhalde y Kirchner?

No parece fácil, pero de lograrlo será porque habrá convencido al electorado bonaerense no peronista de que debe impedir el duelo entre dos afiliados al PJ: Kirchner y De Narváez

Lo que esta elección seguramente confirmará es que el control político del Gran Buenos es una clave central de la política nacional.


*Director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría.