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contracorrientes

Por su nombre

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El problema no es con las palabras, es con sus usuarios.

Es posible que las palabras tiendan a crear a su alrededor una red de comodidad, una ilusión de corrección. Basta con que un adjetivo y un sustantivo coincidan en género y número para que la lectura tenga un soplo de sentido y deje de ser ruido o canto de animales. Ese sentido primero, común, pretende instalar una ilusión de que –además– podría incluso llegar a ser verdadero en el mundo de las cosas.

Asimismo, una palabra suele atraer a otra cualquiera del vacío en el que moran porque el sentido común las presenta aparejadas tantas veces que se unen prestándose chispazos de ADN. Dígase usted “ritos” en voz alta y es probable que una voz interna le cante en el oído “satánicos”. Vienen juntas.

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A Jeanine Añez, presidenta de facto de Bolivia, se le atribuye el viejo tuit: “Sueño con una Bolivia libre de ritos satànico indigenas (sic), la ciudad no es para los indios que se vayan al altiplano o al chaco!!”. La irrupción con la Biblia en el palacio de gobierno, las arengas del fascista Macho Camacho (cuyo nombre de acción atrasa ya tres décadas, como el golpe), los eufemismos del diario La Nación y sus acólitos para no decir “golpe de Estado”, la casual reelección inobstaculizada de Angela Merkel por cuarta vez en Alemania y todo un entramado de acciones y sintagmas que esta semana ha asolado a nuestro golpeado continente demuestra una vez más que el color de piel determina si quien se quiere “eternizar en el poder” es un gran estadista o un dictador deleznable. Queda por dilucidar aún si “eternizarse en el poder” no es otra de esas frases hechas de sentido común que sirve para borrar del espectro de lo audible la opción inversa: “Entregar el poder a los fascistas”. “Eternizarse” es relativo, “democracia” parece que también, “rito” no cabe duda, sobre todo cuando se deposita Biblia en solemne bandera boliviana.

Los fascistas han vuelto. Siempre han estado. También La Nación, cromada brújula del tema, publicó no hace mucho una nota titulada “La democracia pierde atractivo en la región: la mayoría no la prefiere como forma de gobierno”. Los resultados de la encuesta de hace un año de la consultora Latinobarómetro aseguraban que la satisfacción democrática en la región no es la mayoritaria para los habitantes del continente. La nota, risible en cualquier otro contexto y en la mayoría de los demás planetas, resuena hoy amenazante con un Chile donde hay centros de detención clandestina, un Ecuador donde se masacra indígenas, un Haití librado a la suerte del silencio, un Brasil donde se proscribe a la oposición para evangelizar al populacho.

Las cosas por su nombre: fue golpe de Estado. Hay una entropía política bien probada: si se los deja librados a la duda, los fascistas toman todo. Hoy necesitamos todos los brazos y todas las palabras para remar contra la corriente.