Si de resultados electorales se trata, el de este domingo 27 acaso se sume a los previsibles triunfos logrados por Menem 95 y Cristina 2011. Todo gracias a unas PASO que expusieron los errores groseros del Gobierno tanto en la gestión económica como en la estrategia de campaña.
Cierto es que CFK le dejó a Macri en 2015 suficientes distorsiones en la economía como para complicar cualquier recuperación rápida. Pero lejos de arrancar, el actual oficialismo no hizo más que retroceder. Y aquel espanto que ungió al macrismo a su victoria nacional ahora se le vuelve en contra y llevó al peronismo a unirse. Contra lo que parece, el sentido del voto fluctúa menos que el destino del voto.
Más allá de la trascendencia de los comicios de hoy, que consagra una continuidad democrática inédita en nuestra historia, lo que importa es el día después: la fragilidad socioeconómica argentina demanda una reacción inmediata y concreta para que lo endeble no explote. Con parches y promesas falsas se puede hacer proselitismo, no gobernar.
Sea que gane Alberto Fernández (lo más probable) o Mauricio Macri consiga ir a un ballottage (muy improbable), ambos deberían encarar urgente una serie de acuerdos básicos que eviten ahondar nuestra caída por el precipicio.
Ecuador, Bolivia y Chile (hasta ayer nomás puesto como un modelo ejemplar) exhiben con qué facilidad y complejidad se puede estallar. La Argentina casi que tiene un doctorado en esa materia, aunque ahora no se haya subido a la ola de convulsiones. Ni falta que hace para que vencedores y vencidos encaren de una vez por todas medidas coordinadas de transición.
Ojalá lo entiendan. Rápido.