Está preparado Néstor Kirchner para convertirse dentro de 273 días en Primer Esposo? Si su mujer es
electa presidente de los argentinos el 28 de octubre, él puede pasar a convertirse en el mero
cónyuge de la número uno de este país. ¿Tendrá la disciplina de ser, a partir del 10 de diciembre,
paso a paso, un disciplinado jugador de reparto en un equipo que él supuestamente no capitanearía?
La Argentina ingresa en un período atractivo, pleno de desafíos espinosos, con escenarios
nuevos, plagado de preguntas, anoréxico de respuestas.
Cristina Fernández tiene todo para ser presidente de la República, más allá de la exageración
neomontonera de los funcionarios de la Casa Rosada que la califican como “un cuadrazo”.
Ella es intelectualmente una mujer armada, pertenece a un gobierno que no ahorrará recursos para
financiarle una fornida campaña electoral, y dispone del rico instrumental de funcionarios
reclutados 1.200 días después de haber comenzado a colonizar la Casa Rosada.
Esa ecuación es potente. Inteligencia, dinero (esta semana, La Nación reveló que se necesitan
25 millones de dólares para costear una campaña) y gente, desde luego, pero –además–
ella dispone de algo parecido a lo que, salvando las gruesas diferencias, adorna el tesoro de
guerra de Hillary Clinton, una muy brillante política de toda la vida que aspira a ser la candidata
demócrata para las presidenciales norteamericanas del 4 de noviembre de 2008: Cristina Fernández
cuenta con el más cotizado esposo político disponible en el mercado local.
Bill Clinton, claro, abandonó la Casa Blanca hace mucho, el 20 de enero de 2000, mientras que
Kirchner ha sido y seguirá siendo el presidente más abrasivo y “llenador” de espacio
que la Argentina ha tenido desde 1955.
Pero los problemas de esta senadora –que hizo el periplo de La Plata a Río Gallegos,
para terminar en la Ciudad de Buenos Aires con el proyecto de comandar la Argentina– son que
en los 1.200 días en el gobierno que lleva su marido, no parece haber desarrollado lo que se llama
un relato propio como Primera Dama, o –en jerga más peronista– compañera del conductor.
Es evidente: la senadora no es registrada popularmente por tener un tema u obsesión en
particular, y si bien entre quienes la frecuentan por razones políticas ella es conocida por
preferir los temas “institucionales”, no ha profundizado ni abrazado ninguno en
particular que le permita reconocimiento general o apoyarse en él para proyectar su candidatura
presidencial.
¿Tiene, entonces, Cristina Fernández esa ambición urgente que caracteriza a los políticos que
desean ser votados por el pueblo?
En un memorable reportaje que el año pasado le hizo David Remnick a Bill Clinton en The New
Yorker, el ex presidente norteamericano aseguró: “Tenemos que estar (los demócratas) en el
negocio de ganar, porque sin ganar, sin tomar el poder, es el otro y las ideas del otro lo que
prevalece”. Para Clinton, ese Business of Winning es algo capital. Aquí, en el Sur, para
Kirchner también.
Pero si Kirchner se reconoce en ese apetito político insaciable, ¿a su esposa le sucede acaso
lo mismo?
Con Cristina presidente de la Argentina, ¿podría su marido autorrecortarse las alas? Más
incisivo todavía es este interrogante: ¿tiene ella el “estómago” necesario para
afrontar una campaña electoral, con toda la previsible inmundicia que este tipo de torneos
desparrama y con el agregado de las muchedumbres barriales, por las que hay que caminar con calzado
cómodo y sin taco aguja?
No se sabe si Néstor Kirchner pudo crear ya su sucesor, pero también es evidente que hasta
ahora no se percibe que haya en escena gigantes políticos suficientemente temibles como para
inquietar al matrimonio presidencial.
Sucesora o no, ella es complementaria y diferente. Exhibe dureza y disciplina para
desarrollar su carrera personal y tiene un cerebro bastante bien amueblado, aunque le juega en
contra la imagen de autosuficiencia que brota de su inocultable soberbia intelectual.
¿Cómo hará Cristina para edificar su propia “persona” presidencial por cuerda
separada de la de su marido? No se sabe, y aun cuando como matrimonio es evidente que ambos se han
habituado a orbitar en sus propios mundos, exhiben fuerzas y vulnerabilidades complementarias.
Diferenciarse de Kirchner para aventar el legendario fantasma peronista de los gobiernos
ejercidos como bien ganancial no será tan fácil. George W. Bush, por ejemplo, se desmarcó de su
padre, ex presidente de los Estados Unidos, eliminando todo vínculo con él por mucho tiempo. Entre
los Kirchner (como entre los Clinton), eso no sería posible.
Pero lo cierto es que en el plano de los riesgos, el proyecto Cristina Presidente (¿Kirchner
al poder?) no es un bizcocho de fácil digestión. Ella puede suscitar animadversiones viscerales
porque, a diferencia del duro pragmatismo de su marido, se la percibe como mucho más ideológica.
Kirchner negocia, a su manera, pero lo hace, mientras que Cristina proyecta la imagen de una
política intransigente, alguien que no se moverá de sus posiciones.
Lo más grave es que si Kirchner proyecta dotes de político de raza, ella emite la imagen de
una persona fría, más propensa a las superestructuras y a las ingenierías ideológicas que al
contacto directo. No sabemos si leyó personalmente a Antonio Gramsci, pero sospecha que se trata de
alguien importante.
Lo delicado es que la cuestión ya llegó demasiado lejos como para dar marcha atrás. Enviada
ahora por Kirchner a París en curiosa misión presidencial para seguir acumulando roce
internacional, la senadora ya está inexorablemente en la cancha para una final de Copa
Libertadores. Nueva York, Los Angeles, Madrid y París le sientan de maravillas. No hay registro de
su paso por La Paz, Quito o Managua.
A partir de mayo de 2003, es evidente que el gobierno del presidente Kirchner registró
fenomenales éxitos materiales, pero sobre todo logró capitalizar de modo creativo la reacción civil
a los abusos de la década de Menem.
La inicial hegemonía de esa cultura, denominada neoliberal a falta de mejores ideas, produjo
ahora una contracultura inversamente proporcional, proceso similar a lo sucedido en otras latitudes
de Sudamérica.
Valores predilectos: fuerte decisionismo presidencial, capitalismo nacionalista, hostilidad
militante a las instituciones democráticas y aval a las formas directas de intervención popular en
las calles. Ese es el bloque que hoy encarna Kirchner en la Argentina y al que reporta el proyecto
de Cristina.
Sobre la candidatura de la senadora ya han roto huevos; ¿podrán ahora al menos hacer con
ellos una decente tortilla?