El verdadero poder es poder no poder. Aquel que nunca puede no poder, más tarde o más temprano perderá el poder. En parte ése es el test crucial que enfrenta Macri por estas horas: ¿acepta como gobernador de la provincia de Buenos Aires a quien no se le subordina y en ciertas categorías hasta se le superpone, como De Narváez, hoy del Frente Renovador, pero lo ayudaría a llegar a la presidencia; o insiste con la candidatura de María Eugenia Vidal apostando todo a su propia suerte?
Massa, aunque no lo acepte, está más afuera que adentro de la carrera presidencial, pero hacia donde emigren sus votantes será definitorio para que Macri o Scioli sea el próximo presidente.
Ultimamente Macri viene ganando todas las pulseadas: ya les ganó a Massa y también a Gabriela Michetti haciendo de Rodríguez Larreta el candidato más votado. Pero María Eugenia Vidal no tiene en la provincia de Buenos Aires las credenciales de Rodríguez Larreta en la Ciudad. Ni las tiene el PRO, porque las únicas dos veces que su alianza ganó en la provincia fue reconociéndoles su superioridad territorial a Massa en 2013 y a De Narváez en 2009.
Hay quienes en el PRO, hinchados de éxito, creen que no precisan un candidato a gobernador que atraiga votos en la provincia de Buenos Aires para ganar, porque los que definen son los intendentes y el candidato a presidente. Y sobre esto último ponen el ejemplo del radical Armendáriz en 1983, quien, siendo muy poco conocido, ganó por efecto del arrastre de compartir boleta con Alfonsín.
Pero eso fue cuando aún nadie había podido construir ningún poder territorial electoral provincial porque recién se salía de la dictadura.
También podrían recordar cuando De la Rúa fue elegido presidente a pesar de que la Alianza hubiera perdido en la provincia de Buenos Aires, donde se impusieron Ruckauf y el PJ.
Pero ninguno de esos antecedentes es extrapolable al hoy, porque ahora existen las PASO convertidas en una primera vuelta electoral, haciendo de la primera vuelta real un ballottage. Y muy probablemente, si Massa llegara a las PASO como candidato a presidente y quedase tercero, alejado de Scioli y de Macri, sus votantes se extinguirían emigrando hacia los dos candidatos más votados, distribuidos entre Macri –quienes querían más cambio que continuidad– y Scioli –quienes querían más continuidad que cambio–.
Hoy se descarta que el presidente surja electo con 40,1% por sacarle diez puntos de diferencia al segundo, habiendo tres candidatos fuertes, y lo más probable sería que el presidente se definiera en primera vuelta con un candidato que alcance el 45,1% y otro el 40%, repartiéndose el restante 15% entre los candidatos menos votados, con un decoroso papel de Stolbizer.
Y aunque el veranito económico producido por Kicillof sea artificial, la candidatura de Scioli podría verse beneficiada por acumulación de efectos de ProCreAr, Ahora 12, aumentos porcentuales de Precios Cuidados por debajo de las paritarias y aumentos de los planes sociales, más las jubilaciones por arriba de la inflación durante el tercer trimestre del año en que se votará.
El baño de humildad que Cristina Kirchner pidió a los candidatos oficialistas es también aplicable a los de la oposición. Ya se despejó el horizonte nacional: el presidente será Scioli o Macri porque, al oficializar el Frente para la Victoria que sus únicos dos candidatos presidenciales para las PASO serán Scioli y Randazzo, quedó descartada la aparición de un candidato sorpresa que contara con el apoyo de Cristina. Y la diáspora de candidatos del Frente Renovador de alguna manera resolvió la interna opositora entre Massa y Macri a favor de este último.
El baño de humildad ahora debe enfocarse en el otro mayor distrito electoral del país: la provincia de Buenos Aires, donde ya Giustozzi por el Frente Renovador y Posse por el PRO bajaron sus candidaturas a gobernador, quizá, los dos, sintonizando que se venía la inevitable discusión sobre un acercamiento en la provincia entre el PRO y el Frente Renovador.
Era lógico especular con esa posibilidad, que tiene múltiples justificaciones. De Narváez es el candidato no oficialista más favorecido en las encuestas, y la provincia de Buenos Aires es el distrito donde Massa mantiene alguna fortaleza. Al revés, es donde el PRO se encuentra proporcionalmente más desguarnecido, y aunque el empuje de Macri a María Eugenia Vidal comienza a rendir sus frutos, es difícil con un año y medio de caminar la provincia compensar los ocho años que lleva recorriéndola electoralmente De Narváez.
Paralelamente, resulta complejo al PRO decir que no quiere a De Narváez por peronista cuando fue su candidato en 2009, o que no lo quieren sus aliados radicales cuando De Narváez fue el candidato de Alfonsín en las elecciones de 2011. Vale recordar que por entonces decían que Macri era el límite y De Narváez, por ser peronista, o sea nacional y popular, era más digerible para el radicalismo.
Las diferencias entre Macri y De Narváez no son ideológicas sino de egos, algo que cobra especial valor entre quienes se dedican a la política en alguna medida por ego y tenían sus vidas muy resueltas sin la política.
Pero nuevamente se necesitan: Macri precisa reforzar su potencia electoral en la provincia de Buenos Aires y a De Narváez le vendría bien tener un candidato a presidente más competitivo que Massa en su boleta. Además, ambos ven con preocupación el crecimiento del Scioli/kirchnerismo. Quizás los una repetir: “El enemigo de mi enemigo es mi amigo”.
De Narváez puede pensar que no precisa a Macri por creer que, al no haber ballottage en la provincia, puede ganar solo. Y Macri, suponer que no precisa a De Narváez porque, al haber ballottage en la elección nacional, los votos de Massa/De Narváez vendrán para él de todas formas.
En poder no poder (solo) estará la clave.