La fama y el poder no cambian a nadie, lo muestran. Pensaba en eso, señora, mirando una antigua foto suya. En ella se la ve, en pose, con la cabeza inclinada hacia el suelo, el brazo derecho alzado, tomándose de una reja. La imagen parece velada por una cierta melancolía. Así, flaquita, sin tanta pintura, debía ser usted, señora, una de las chicas más atractivas del barrio. Estudiaba Derecho para defender a los que nunca nadie defiende, militaba por la “liberación” y la “justicia social”, se desgañitaba cantando consignas como aquella de “qué lindo que va a ser, el tío en el gobierno Perón en el poder” o la versión aun más audaz, “qué lindo que va a ser, el hospital de niños en el Sheraton hotel”.
Me imagino a los jóvenes de entonces, embobados, a la espera de que sacara un cigarrillo para poder encendérselo. Y ni que hablar de que usted les concediera una mirada. Para eso, supongo, no bastaba con ser hincha de Gimnasia. Como mínimo, habría que parecerse al Che Guevara.
Cierro los ojos y en la sala oscura veo pasar las décadas a una velocidad de vértigo, como una película que se proyectara en segundos. Treinta años de democracia, 22 de peronismo, de “justicia social”, dos millones de personas hacinadas en villas miseria, 12 millones de pobres. Al encenderse la luz, ahí está usted otra vez, señora. Pero ahora en una foto actual.
Mirando las dos, me acordé de algo que decían los griegos: “En el principio está el fin”. Y pienso: ¿era esto? ¿Eran estos los fines que perseguían sus principios? ¿Se imaginaba así, millonaria, luciendo carteras y zapatos de marca? ¿Era esto? Seguramente hay razones políticas y responsabilidades compartidas entre dirigentes de todos los sectores para explicar algunos problemas, pero usted tuvo y tiene facultades como para tomar decisiones ejemplares sin consultar con nadie, como hizo Dilma Rousseff con varios de los miembros de su gabinete.
Por eso, señora, cuando usted todavía, a esta altura de su edad y de su patrimonio, les habla a esos chicos como si estuviera en una asamblea universitaria, es inevitable preguntarse: ¿era esto? ¿Encubrir a Báez, a Boudou, a De Vido, a Aníbal Fernández y a tantos otros? ¿Sostenerlos y justificarlos, como antes a Menem y a Cavallo? ¿Era esto? ¿Llamar “Gerardo” al sindicalista Gerardo Martínez, un comprobado informante de la dictadura?
¿Qué pasó, además del tiempo, de la vida que a todos nos toca y deshace? ¿Qué fue de los ideales de aquella muchacha que logró –junto con su marido– subir todo el escalafón de cargos públicos hasta la presidencia de la Nación? ¿Es eso, es así de miserable la política en general o, en particular, el tránsito por el peronismo, que inviste de “relato heroico” lo que es, a simple vista, robo, crimen y delito? ¿De qué se trata, al fin? ¿Sólo de acusar a otros, mentir, ocultar, disimular, negar, denigrar, devaluar todo, la palabra también?
Encerrarse en una de sus propiedades del sur a mirar caer la nieve y escribir un testimonio honesto debería ser su legado, señora. Trate de explicarse y de contarnos: ¿qué es lo que pasa en el camino, qué es lo que hace el poder con esos jóvenes militantes que en el principio están dispuestos a darlo todo sin pedir nada a cambio? ¿En qué momento los aleja para siempre de la realidad? ¿Cuándo y por qué la necesidad de tener mucho dinero “para hacer política”, como decía Néstor, desata la codicia, la ambición de querer más, y más, y nunca alcanza?
A veces, mirando otras fotos, como las del Pepe Mujica, el presidente de Uruguay, y su mujer, la senadora Lucía Topolanski, que siguen viviendo en la chacra que compraron cuando salieron de la cárcel, pienso que no siempre es así. En el principio, a todos nos educan más o menos en los mismos valores básicos: no robar, no mentir, honrar la palabra. Después, depende. Depende de cuánto respete cada uno sus principios para alcanzar los fines, sin hacerse trampas al solitario.
*Periodista.