COLUMNISTAS

Privada

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Son nuestros, porque son de nosotros, los alambramos y los manejamos. Ese es su credo base: denominan “públicos” a unos medios más privatizados que nunca. Formidable exhibición de impunidad semántica: las cosas son de quienes las dominan.
La Argentina carece hoy, de una televisión y una radio públicas. Canal 7 y Radio Nacional son medios gubernamentales en sentido literal, pero travestidos de “públicos”. El Gobierno ganó una batalla de significados muy grande: por ingenuidad, ignorancia o simple pereza, hasta quienes se sienten incómodos con las decisiones, actitudes y léxico del oficialismo, apodan “públicos” a unos medios manejados desde la Casa Rosada.
El Estado es el patrón. Colonizado por la gestión gubernamental, sus recursos son usados a destajo, sin vergüenza ni pudor. Omnipotencia oficial: sólo merecen participar de esos medios, quienes se alinean disciplinadamente con la gestión.

A esto se suma una novedad de colosal gravedad, signo de los tiempos. El apoderamiento de los medios estatales, puestos al excluyente servicio del Gobierno, va de la mano del direccionamiento de sus contenidos en belicosa postura combatiente contra el “enemigo”.
Así, estos medios “públicos” no se limitan a plantear temas y opiniones del Gobierno, ideas y posturas parciales que no desacrediten a nadie. Martillan, en cambio, esmerilando y condenando de manera avasalladora a los que discrepan, incluyendo a quienes lo hacemos desde posiciones de visible y a menudo conmovedora inferioridad de recursos.
Formateados como brazo expresivo de un virtual Ministerio de Propaganda, el canal y la radio del Estado excluyen minuciosamente lo diferente y lo opuesto. Día y noche, los ci-clos “periodísticos” en estos medios destilan estigmatización y ataques personales, sobre todo para con comunicadores e intelectuales que se negaron a encuadrarse. Atacan con pugnacidad asombrosa.

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Instalados como vitalicios en unos medios que pertenecen a la entera sociedad, se exhiben victoriosos, socarrones y despectivos. Sentados sobre el patrimonio público, funcionan como si los hubiesen escriturado a su nombre.
Padecen de una impresionante omnipotencia. Se sienten acorazados con una infranqueable impunidad. Han concretado, finalmente, el sueño del crimen perfecto. Hablan sin rivales. Peroran sin debatir. Agravian sin temor a ser cruzados por ideas o informaciones que los desacrediten. No siempre fue así en estos últimos 26 años.
Durante el gobierno de Raúl Alfonsín, en los medios del Estado y aún cuando aquella democracia enclenque fue responsable de ingenuidades y errores ostensibles, se podía escuchar y ver a personas como Carlos Campolongo, Juan Carlos Mareco, Charly Fernández, Marcelo Simón y Mona Moncalvillo, todos ellos justicialistas. En aquella TV de la era alfonsinista tenían espacio Roberto Cenderelli, Mónica Gutiérrez, la dupla opositora Neustadt-Grondona, Carlos Rodari, Pablo Mendelevich, Fernando Bravo, Teté Coustarot, Mario Monteverde, Susana Rinaldi, María Herminia Avellaneda, María Elena Walsh, Enrique Vázquez, Jorge Dorio, Eduardo Aliverti, Sandra Russo, Alan Pauls, Daniel Guebel, Jorge Lanata, Tomás Eloy Martínez, Martín Caparrós, Julio Blanck, Sergio Villarruel, Adrián Kochen y este columnista, entre otros.
Entre 1989 y 1991, cuando dirigí Radio Municipal de Buenos Aires (antes de que el gobierno peronista de Carlos Menem le regalara la poderosa frecuencia 710 a Daniel Hadad), mi programación incluyó a Oscar Raúl Cardoso, Mario Krasnob, Jorge Guinzburg, Claudio Uriarte, Carlos Abrevaya, Gabriela Cerruti, Quique Pesoa, Moira Soto, Luisa Valmaggia, Alfredo Zaiat y Marcelo Longobardi.

En el fugaz bienio de la Alianza, condujeron y participaron de programas por Canal 7 y Radio Nacional, entre otros, Nancy Pazos, Luis Majul, Horacio Embón, Quique Pesoa, Rosario Lufrano, Liliana López Foresi, Norma Morandini, Carlos Polimeni y Emiliano Galende, Franco Salomone, Blanca Rébori, y Omar Cerasuolo. Por Radio Nacional, di-rigida con honestidad y pluralidad democrática entre 1999 y 2001 por Mario Cella y Marcelo Manuele, pasaban dirigentes peronistas opositores, piqueteros que cortaban rutas y sindicalistas que cuestionaban políticas de De la Rúa Jamás impidió el servicio informativo de 1999 a 2001 la cobertura de actos y declaraciones opositoras, que se emitían, además, a las 40 filiales de todo el país.
Incluso en los asfixiantes contornos del modelo actual de medios estatales como meras bocas oficiales, a veces es posible recuperar ese espíritu, como en la señal Encuentros, cuya programación tiene jerarquía y propone contenidos sólidos, respetables y serios, al margen de algún derrape ocasional. Pero es sólo una señal de cable, orientada a un público muy exigente, un caso atípico, dentro de la vasta maquinaria del Ministerio de Propaganda.
En lo fundamental, se manejan con un criterio tajantemente direccionado al discurso único y a la sofocante unanimidad en apoyo de las políticas del Gobierno. Además de hiriente y bravucona, es una apuesta antigua, cerril, además de estéril. Al rechazar toda diversidad, este oficialismo de encargo, perpetrado por profesionales de probado y endurecido camaleonismo, reitera la autoritaria manía del “meloneo” setentista. No convence a nadie. Sólo se dedica a aplastar enemigos.
Envalentonados por pelear sin contrincantes (cuando Die-go Gvirtz invitó un día al programa oficial que produce en Canal 7 a Luis Brandoni, a las pocas horas el actor fue de-sinvitado), se han convencido de su eternidad.
Un valor cautivante que debería ponerse en valor en la Argentina a partir de lo que suceda en 2011, sería recuperar en la radio y la TV del Estado la diversidad, respeto y civilizada costumbre del diálogo entre los diferentes, hoy ausentes.
Progresistas de cara al matrimonio entre personas del mismo sexo, los actuales okupas de la radio y la TV pública son trogloditas en materia de diversidad y respeto de la información. Proclaman no ser homófobos, pero son visceralmente dialógofobos. Con las disculpas por la palabreja.